Vivir en Colombia es hacerlo con el desarrollo profundo de una indignación constante por los hechos que acontecen en el tiempo y en el espacio. Habitamos en un país donde los discursos políticos valoran la naturaleza de los actos a su acomodo y sin duda han generado dos líneas totalmente polarizadas, que lo único que han logrado es que el pueblo asuma sumisamente una posición política que no va más allá de un análisis profundo del discurso y menos de una crítica sustancial del mismo.
Dicho esto, nos han vuelto esclavos de sus discursos, a través de sus memes, de la información que circula en redes sociales, de las noticias y todo aquello que acomodan a su gusto para generar votantes; aquellos que solo resultan marionetas que se mueven de acuerdo a los movimientos precisos que se le imprimen. Considero en este punto que es necesario hacer una revisión profunda de estos discursos y apreciar que en el fondo los fines políticos son los mismos: "el poder".
En Colombia hemos visto cómo se ha gestado el poder y quiénes han estado allí durante años, las mismas familias. "La gran dinastía de la corrupción" es quizás la forma correcta de llamar a esos linajes que han encabezado las peores barbaries. La disidencia en un país así nos ha revelado con tristeza que las formas de lucha lo único que han dejado es una gran necrópolis, muertos que allí se quedan mientras la vida continúa.
Con esto claro, me preocupa la vida en un país como este: la volatilidad de la existencia al expresar una opinión distinta frente a ciertos asuntos es motivo de rechazo, muerte y desaparición. En ese orden, la vida aquí nunca ha sido un derecho absoluto, sino un derecho relativo al discurso... entonces las vidas valen solo en tanto los muertos justifiquen una doctrina política.
Así pues, nos encontramos ante una situación específica que desencadenó indignación profunda en el pueblo colombiano: dos agentes de la policía son filmados mientras agredían físicamente a un civil con un arma letal, las imágenes son mucho más complejas que lo que indican aquí estas palabras. Una vez sucede esto el video se vuelve viral en redes sociales y la indignación se incrementa no más que la tristeza profunda que deja la pérdida de su vida en el rostro de sus familiares y amigos.
Pasa esto y horas más tarde se presentan protestas en la ciudad, minutos después pasa lo de siempre, los policías y los protestantes se enfrentan en una lucha que solo logra poner más muertos, ¿se comprende ahora la dimensión de esto? Una muerte desencadenó varias más y, aunque en efecto una pared pintada y un vidrio roto se recuperan, la vida de estos seres no; eso sin olvidar la tristeza profunda de las familias, ¿acaso un CAI quemado mitiga el dolor de los familiares?
Por otro lado, ¿acaso una muerte que desencadena otras muertes es motivo de orgullo para las familias que acaban de perder a un ser querido?, ¿qué sentido tienen las vidas aquí perdidas? y ¿se hará justicia por ellas en un país como este? La gente es demasiado cómoda y celebra la destrucción y el caos, pero aquí hay algo espantoso: "hacer la guerra con sangre ajena es muy fácil" (nos decía hace unos días el escritor Mario Mendoza).
De modo que si usted considera que este es el camino, salga de su lucha virtual, póngase la "camiseta", vaya a la calle a enfrentarse y asuma las implicaciones de una contienda desbordada, pero no sea tan hijuep*** de pedir guerra con sangre que no es suya.