No nos volvamos Ruanda (hutus y tutsis). En abril de 1994 se produjo la muerte del presidente ruandés Juvenal Habyarimana, perteneciente a la etnia hutu, luego de que su avión fuera derribado por un misil.
En solo 4 meses, como represalia, miembros de esa etnia asesinaron a aproximadamente 600.000 integrantes de los tutsis. Incomprensible, pero cierto, ambos grupos eran negros, aunque tenían una cédula distinta.
Este fue tal vez el proceso de exterminio sistemático más aterrador de la década de los 90.
En Colombia hemos llegado a los límites del odio y la pugnacidad. El uso de la violencia parece justificado. Además, duele decirlo, pero a muchos esto les causa alegría e inclusive les genera réditos políticos.
De hecho, a cada muerto le ponen un rótulo de narcotraficante, guerrillero, hasta de borracho con el fin de justificar el homicidio. ¿Y qué hacen frente a esto muchos políticos? Salir en redes sociales con los comentarios más incendiarios posibles.
Ellos son portadores de una narrativa de odio que lo único que hace es ahogar al país en sangre; eso sin contar con que ninguno propone un escenario de paz y reconciliación.
Con eso dicho, ¿por qué acá todos tenemos un rótulo (uribistas, petristas, santistas, paramilitares o guerrilleros), así nunca hayamos votado por ellos?
Por otro lado, ante la comunidad internacional somos ejemplo de lo que no debe ser; sin embargo, mientras el contexto de odio siga siendo el combustible de urna para muchos "políticos" estaremos condenados a ver morir a nuestros hermanos y a enterrar a los jóvenes y a nuestros policías y militares.
Estamos parados, impávidos, en el umbral de la puerta viendo pasar el féretro de la democracia y de las libertades.
Ante ese escenario, el discurso de paz y reconciliación debe ser la bandera de los políticos en cualquier sociedad medianamente racional; sin embargo, hasta hablar de paz se convirtió en objeto de reproches.
No en vano desde el Frente Nacional se viene, sin éxito, negociando la paz. Y desde allí hasta nuestros días han muerto más de 200.000 colombianos.
En consecuencia, es hora de que brinden al menos la posibilidad a sus hijos y nietos de ver y vivir en un país más sensato, ya que a nosotros nos quedó grande.
De verdad, solo falta que nos pongan una cédula precisando alguna identidad ideológica y matarnos a garrotazos como en su momento lo hicieron en Ruanda.