Uno escribe sobre el país como un acto de catarsis, como una terapia psicológica, una prescripción de sublimación necesaria para sobrellevar la impotencia de la realidad y la impotencia de la virtualidad. Esta última pareciera doler más, a ratos, quizá porque lo virtual representado en las redes sociales, asemeja a la mente mundial, al pensamiento colectivo, al mal llamado estado de opinión. Saber qué piensa la gran mayoría de tus conocidos, extenúa, porque sabes a cada instante cuál es la idea general sobre el país, el mundo o un simple evento. Antes esto solo era posible en los cortos encuentros personales y con pocos integrantes, hoy nos sumergimos en el diluvio de opiniones y en la posibilidad de darnos cuenta de que en realidad el país está como está por culpa nuestra; porque sin temor a equivocarme lo somos, por omisión, por acción o por la terrible pereza mental que siendo generosos con nosotros mismos, puede deberse a las largas jornadas laborales que no dejan tiempo para pertenecernos y siendo severos; a que poseemos un cerebro que solo le gusta pedalear en bajada para evitar responsabilidades y profundidades tristes.
Llamar a votar, no a un plebiscito sobre los acuerdos con las FARC sin haber leído los acuerdos, sin haberse terminado aún la negociación de los mismos, fundamentados únicamente en 'memes' y frases sacadas de perfiles dudosos, después de 220 mil muertos, 27 mil desaparecidos , cuatro millones de desplazados y ocho millones de hectáreas despojadas, es una muestra de desidia, automatismo perverso y una ausencia de empatía grotesca. Pareciera que extrañaramos ver los noticieros plagados de cuerpos de policías, militares, guerrilleros y campesinos mutilados. La velocidad con la que tomaron la decisión, me atrevo a asegurar, fue menor a la decisión de por quién votar en el Factor X o La Voz Kids o cual quiera de esos concursos que convierten en show los sentimientos, la pobreza, la inmediatez y la ambición.
Para un conflicto de 60 años con tantas locuras padecidas y cometidas, deciden desojando la margarita del 'Like' o el 'compartir', en cuestión de segundos, en el mismo suspiro en el que se han ido miles de vidas. Aducen costos monetarios del posconflicto excesivos, hundiéndose aún más en su inhumanidad, demostrando de dónde viene el desprecio por la vida de los actores armados, aducen que por la impunidad de la paz es mejor el castigo compartido de la guerra. Hay realidades inexorables e incómodas que llamamos coloquialmente 'sapos' y una de esos sapos que nos hemos tragado revela que a pesar de la impunidad y los costos del proceso con los paramilitares, las víctimas de estos grupos disminuyeron abismalmente y su poder decreció en regiones permitiendo la difícil 'Ley de restitución de tierras'.
Ojalá la reflexión y la cordura ganen las batallas que hemos perdido desde hace 60 años, que aquellos que nunca han visto un guerrillero, un paramilitar y le cierran la ventanilla del auto a los desplazados en los semáforos, descubran que hay un país más allá de su mezquindad, de su burbuja con ventana led.
Apostar por los acuerdos no es fácil dadas las condiciones y los condicionantes, nos sabemos simples instrumentos para objetivos aún desconocidos y secretos, ocultos tras el proceso, pero a los pobres nos toca elegir todo lo que salve nuestras vidas, nunca se le fallará a la humanidad si esa es nuestra elección, independiente de las intenciones más o menos buenas de aquellos que nos gobiernan. Quizá ellos van por el dinero, nosotros vamos por la vida de nuestros hijos, porque si los buenos dicen 'No al plebiscito' pensando en los costos del posconflicto y no en la cantidad de personas que se salvan, ¿Qué podemos esperar de los malos entonces?.
¿Y si no nos siguen los buenos? Pues ya veremos, ya veremos.
