No nos duele la muerte de los líderes sociales porque los consideramos “huevos de piojo”

No nos duele la muerte de los líderes sociales porque los consideramos “huevos de piojo”

¿Cómo es posible que su asesinato no nos interpele?, ¿cómo podemos ver las cifras sin conmovernos?, ¿cómo es posible vivir sabiendo que esto pasa en nuestro país?

Por: David Sáenz
junio 14, 2019
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No nos duele la muerte de los líderes sociales porque los consideramos “huevos de piojo”
Foto: Las2orillas

Antes de juzgar el título del artículo deténgase unos minutos y lea el texto completo.

El 12 de junio, la Comisión de la Verdad lideró el primer diálogo por la no repetición: “Larga vida a los líderes y lideresas sociales, defensores y defensoras de derechos humanos”. Durante este se intentó responder las siguientes preguntas: ¿por qué asesinan a líderes y lideresas sociales desde hace tres décadas en el país?, ¿qué debe hacer distinto el Estado para que estos hechos no se repitan?, ¿qué debemos hacer como sociedad para superar esta situación?, ¿cuál es el impacto en la democracia, en la participación y en el desarrollo de las comunidades con el asesinato y las amenazas a sus líderes sociales?

Además de estos interrogantes, surgió una pregunta hecha por la comisionada Patricia Tobón Yagarí, que, en mi consideración, no tuvo una respuesta clara. Este fue su cuestionamiento para la discusión: ¿por qué nos conmueve más a los colombianos un partido de fútbol que la muerte de los líderes y lideresas sociales?

Para responder a esta pregunta se me viene a la mente el pasaje de un libro de Mario Mendoza: Diario del fin del mundo. En el texto hay una escena en la que uno de los personajes observa unas fotografías que muestran a unos soldados nazis disparándoles a un grupo de judíos, estos últimos están en una posición para caer directamente al gran frío de las tumbas. En la fotografía también se observa a unos aldeanos, quienes no reflejan en sus rostros ni una sola muestra de tristeza, ningún deseo de justicia; al parecer no sienten absolutamente nada. En contraste, hay unos perros en la fotografía, seguramente unos perros vagabundos —tal vez objeto de humillaciones de los seres humanos— que son los únicos que muestran un rasgo de dolor, de inquietud y de desasosiego ante el crimen que presencian. Ahora bien, tal vez nosotros representamos a los aldeanos que miran impávidos el horror, ese horror que se nos muestra de frente todos los días. De acuerdo con Francisco de Roux, en tres décadas el número de asesinatos de líderes y lideresas sociales asciende a cuatro mil. ¿Cómo es posible que esas cifras no nos interpelen? ¿Cómo es posible vivir sabiendo que esto pasa en nuestro país?

Tal vez logramos vivir así porque nos parecemos a los aldeanos de la foto: no reconocemos a los líderes sociales como seres humanos. Hay que hacer notar que, en las fotografías mencionadas, las muertes son a judíos, y se debe recalcar que, para los nazis, los hijos de Israel no eran humanos y esa carencia de humanidad se justificaba en las diferencias culturales que encontraban en ellos. En otras palabras, no son suficientes los aspectos biológicos para otorgar la humanidad a los otros. No es suficiente tener ojos o tener brazos, o llorar ante el dolor, tal como lo hace ver Finkielkraut, en su texto La humanidad perdida (1998): “La humanidad se acaba en las fronteras de la tribu, del grupo lingüístico, a veces incluso del poblado: hasta tal punto que muchas poblaciones llamadas primitivas se designan a sí mismas con un nombre que significa “los hombres” (o a veces —¿quizá eufemísticamente?— los "buenos", los "excelentes”, los "completos”), lo que implica que las demás tribus, grupos o poblados no participan de las virtudes o incluso de la naturaleza humana, sino que a lo sumo están compuestas de “malos", de “malvados", de “monos" o de "huevos de piojo”.

Así pues, la humanidad de los líderes sociales se desvanece por ser diferentes, se acaba en la frontera donde son habitantes de territorios en permanente disputa, a la suerte del fuego cruzado y subyugados a los grupos que ostentan la fuerza y el poder. Además, por tener una relación distinta con la Madre Tierra, es decir, por considerarla sagrada, lugar donde aman y honran a sus ancestros. Su humanidad se diluye por plantear un modelo de desarrollo opuesto al extractivista, es decir, por tener conciencia sobre la finitud de los recursos, y oponerse a un modelo de desarrollo fundamentado en ríos envenenados y seres humanos desplazados para responder a los fines de los grandes emporios económicos. Por pensar la seguridad no desde los fusiles sino desde la confianza conducente a consensos y relaciones más horizontales y humanas. Por repensar una economía de una manera contraria a la hegemónica. Y entre tantas cosas, por tener acentos diversos, maneras de ser y expresiones distintas de quienes han impuesto las cosmovisiones de la “gente de bien”.

Ahora bien, seguramente muchos de los colombianos que no sienten ningún dolor ante la muerte de los líderes y lideresas sociales y se sienten más conmovidos por un partido de fútbol (partido no de barrio y de amigos, sino juego patrocinado por las grandes industrias del entretenimiento y del consumo) no carecen de la capacidad de compasión, simplemente no han reconocido la humanidad de los líderes y lideresas sociales. Por consiguiente, ¿quiénes en nuestra sociedad tienen la capacidad de conmoverse ante la desgracia y el dolor de la tragedia humana de quienes trabajan desde los territorios por lograr la paz y la justicia? Seguramente muchos se atreverían a decir que los perros nos llevan la delantera, pues muchos de ellos gozan de la compasión que los seres humanos adolecen.

Finalmente, y para que este mensaje no sea tan desesperanzador, es necesario pensar que los diálogos propuestos desde la Comisión de la Verdad han de promover el espíritu de compasión para contagiar a los demás ciudadanos, en especial a los más indiferentes, de la necesidad de reconocimiento de la tragedia experimentada por las personas que deciden trabajar en favor de la construcción de un país diverso y pacífico, que en otras palabras sería: un país de seres humanos.

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