¡No nos digamos mentiras!

¡No nos digamos mentiras!

Ad portas de elecciones empiezan a aflorar escándalos en las entidades públicas. Nos hemos prostituido durante décadas, iniciemos una nueva etapa

Por: Pablo Emilio Obando Acosta
febrero 22, 2018
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¡No nos digamos mentiras!

“Todo hombre declina su personalidad al convertirse en funcionario; no lleva visible la cadena al pie, como el esclavo, pero la arrastra ocultamente, amarrada en su intestino” —José Ingenieros (El hombre mediocre).

Cada cuatro años los colombianos nos enfrascamos en una serie de disputas por causa de la política electoral. Así ha sido desde que tengo uso de razón; fue una lógica que vivimos en la convicción de que, simplemente, así debe ser. En consecuencia era, y es, natural que los políticos que obtengan el mayor caudal de votos se apoderaran de las entidades públicas. Un simple paréntesis de esta lógica se presentó durante el frente nacional que distribuía en proporciones de “justicia y equidad” las cuotas burocráticas. El político no era, como tampoco lo es ahora, importante por su capacidad ideológica o doctrinaria, simplemente era útil en la medida en que permitía el ingreso laboral en determinadas entidades de carácter oficial. Hizo carrera en los colombianos la idea o la percepción que un político es aquel que reparte a sus amigos un trabajo o empleo. Poco importaba su ideología, carácter, inteligencia o educación; el más rapaz llegaba a los cargos de elección popular y los más sumisos e incapaces alcanzaban los cargos de importancia.

Esa forma de ver y pensar las cosas nos tiene en el sitio exacto en el que nos encontramos los colombianos. La corrupción alcanza cifras escandalosas ya que son más de 50 billones de pesos anuales los que se embolatan en los bolsillos de estos políticos a través de sus testaferros en las entidades públicas; el enriquecimiento ilícito y la inequidad económica y social son producto de estos atavismos que no son otra cosa que la entrega del país a los corruptos.

En la Colombia de hoy padecemos el mismo pensamiento que permite que unos cuantos oportunistas ocupen los cargos de elección popular, son los dueños de las entidades públicas, de los contratos, de las nóminas paralelas, de la burocracia que desangra el país sumiéndonos en la pobreza y la miseria colectiva. Algunos obtienen beneficios de su complicidad en esta farsa electoral por cuanto eligen en la medida en que reciben cargos o contratos, su voluntad se mueve al vaivén de las promesas electoreras que se traducen en prebendas y cargos. Pocas mentes se escapan de este juego siniestro, ejercen su voluntad y su inteligencia sin perder jamás su autonomía y capacidad. Por supuesto que terminan marginados y alejados del poder, pero son los únicos a quienes podemos mirar a los ojos con orgullo y dignidad.

Ad portas de elecciones empiezan a aflorar escándalos en las entidades públicas. Que el Sena, Corponariño, Bienestar familiar, etc., etc., se han prestado para cuotas políticas y burocráticas, que se maneja nomina paralela, que los recursos se han puesto al servicio de X o Y candidato…. Pero si esa ha sido la lógica de los colombianos, sabemos que todas las entidades públicas están secuestradas y en manos de ciertos caciques, a falta de ideas o principios tienen las mañas suficientes para hacerse elegir mediante contratos, nombramientos y chanchullos. Si fuera por su inteligencia o capacidad, a duras penas estos personajes serían representantes de la junta de padres de familia. Es su astucia, perversidad y falta de honradez lo que los ha llevado a ser congresistas. No se necesita ser mago o gurú para saber que todos nuestros políticos son dueños o usufructuarios de alguna o algunas entidades oficiales.

Lamentablemente estas mañas tienden a perpetuarse, he visto que las mejores mentes se pierden en estos laberintos; los grandes esfuerzos educativos se dilapidan por cuanto son los mismos padres los que entregan a sus hijos a estas prácticas perversas y nefastas, los que inducen a que su hijo o hija, profesionales educados en universidad, sigan los pasos de la decadencia y los entregan al servicio de un ser ruin y carente de pudor o capacidad legislativa. Los colombianos debemos levantarnos contra esta realidad, quitar de las manos de los políticos las entidades públicas y generar una nueva sociedad que dignifique a nuestra gente y respete al profesional joven y capaz.

Invito a los lectores a que, en un acto de valor, comenten en qué manos se encuentran las entidades oficiales o públicas. Y a que no elijamos por contratos o cargos si no por convicción y teniendo en cuenta la capacidad del candidato. Nos hemos prostituido durante décadas, iniciemos una nueva etapa de la historia de Colombia.

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