Recuerdo que muchas veces me puso a pensar una frase que repetía mi profesor de filosofía del bachillerato: “el hombre es un miedo a la muerte disfrazado de cualquier cosa”.
Es posible que la circunstancia particular de haber vivido situaciones límite desde muy joven y de haber tenido que vérmelas cara a cara con la muerte en múltiples ocasiones, me haya llevado a reflexionar con especial atención sobre el miedo y, más puntualmente, sobre el miedo a la muerte.
El miedo es un hecho real: los seres humanos sentimos miedo. Y no solamente es normal que lo sintamos, también es necesario sentirlo.
No obstante, la frase de mi profesor tiene tanto de efectista como de equivocada. El hecho de sentir miedo no convierte a la humanidad en una especie de miedosos. De ninguna manera debemos permitirnos la estupidez de aceptar una identidad basada en el miedo. Todo lo contrario: lo que resulta verdaderamente maravilloso es la capacidad única que tenemos los seres humanos de lograr convertir la razón en valentía hasta el punto de llegar a sobreponernos y a liberarnos de algo tan rotundo e invasivo como el miedo.
Es que el miedo es algo muy peligroso y, por lo tanto, hay que ponerle mucho cuidado. El miedo a la muerte, por ejemplo, tiene de peligroso y de perverso que no sabe uno en qué momento sufre su metamorfosis y termina convirtiéndose en un auténtico miedo a la vida, en un esclavizante y fatal miedo a vivir. Es bien paradójico que aquello que se nos incorporó, supuestamente, para defendernos del peligro, para huir a tiempo, para reaccionar con instinto, haya terminado siendo manipulado hasta el punto de hacernos humillar ante el peligro, de hacernos huir de aquello que hemos debido de enfrentar y de hacernos reaccionar sin seña de dignidad.
Si para la muestra un botón, tenemos el de la pandemia que atravesamos. Evidentemente el miedo está haciendo carrera y lo observamos, sobre todo, en la forma como los gobernantes vienen manejando la situación. Podemos observar en ellos algunos de los síntomas del miedo: en primer término, se les ve perdiendo la capacidad de pensar con la libertad y la creatividad que se requieren siempre. Van dejándose alinear, sin criterios ni argumentos suficientes, en verdades que van construyendo como incuestionables desde otras latitudes, desde otros intereses, desde otros centros de poder. Por cuenta del miedo van arrodillando principios y normas que la democracia ha venido acumulando a lo largo de los siglos de esfuerzo civilizatorio.
Por ningún motivo debemos sacrificar los principios del Bien Común y la Dignidad Humana en el patíbulo de las trasnacionales farmacéuticas.
Ahí sí, como decían nuestros abuelos: “Ni puel´p...!!!”
Más que comprensible el anhelo general de los gobiernos de que las vacunas funcionen y lleguen pronto. Eso lo queremos todos. Sin embargo, no dejan de existir voces autorizadas que advierten reparos y posibles fracasos metodológicos a las actuales vacunas. No podría ser de otro modo cuando han tenido que inventárselas contrarreloj, teniendo que aceptarse que se pase por encima de protocolos científicos que históricamente se les ha exigido a las otras vacunas.
Ojalá que funcionen y ojalá que lleguen lo más pronto posible, pero no a cualquier costo. Nunca nada a cualquier costo. Y no me refiero solamente al costo financiero, me refiero, también y sobre todo, al costo moral y político.
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Por cuenta del miedo pasamos del principio de prudencia “frente a la duda, abstente” y aceptamos, como por arte de la magia, ese novedosísimo de “frente a la duda, juégatela”.
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Digamos que aceptemos, en aras de la discusión, que les hayamos comprado a las transnacionales farmacéuticas su verdad de que no tenemos otra salida que comprarles sus vacunas pese a los altos márgenes de error. Por cuenta del miedo pasamos del principio de prudencia que nos indica que “frente a la duda, abstente” y aceptamos, como por arte de la magia, ese novedosísimo de “frente a la duda, juégatela”.
Si bien es cierto que frente a las vacunas tenemos dudas válidas que, por diversas razones, decidimos pasar por alto, no es menos cierto que frente a las transnacionales farmacéuticas tenemos certezas que no podemos pasar por alto.
No alcanzan los límites estrechos de una columna de prensa para hacer mención de la larga historia de los procedimientos antiéticos con que las farmacéuticas han adelantado sus estrategias empresariales. Con que no perdamos de vista la extrema crueldad con que quieren dictarnos sus imposiciones codiciosas en esta crisis del covid-19 debería de ser suficiente.
¿A cuento de qué debemos aceptarles a esos señores que impongan los precios a su antojo, por encima de toda consideración social y económica de las naciones?
¿Cómo así que tenemos que sacrificar el principio de transparencia que debe primar en la contratación con dineros públicos por cuenta de que los señores se inventaron que sus estrategias comerciales exigen que les firmemos compromisos de confidencialidad?
¿De confidencialidad de qué, acaso van a entregarnos sus fórmulas secretas encriptadas en el régimen de los derechos intelectuales?
¿O más bien será que quieren ponernos a todos a hacer el papelón de bobos útiles para encubrirles con pactos de secretos el único y verdadero secreto que quieren encubrir: el de la inconfesabilidad moral y política de su conducta abusiva contra toda la Humanidad?
He leído, con cierto sinsabor, las posiciones de algunos dirigentes políticos, tanto de la derecha como de la izquierda, que se condensan en el editorial de El Tiempo en que le recomiendan al presidente Duque que acepte con la debida paciencia las exigencias, según ellos, ineludibles que quieren imponernos. De una manera muy “bogotana”, siempre a nombre del pragmatismo y las buenas maneras, nos recomiendan que una vez más entreguemos la madre, si es del caso.
Yo, con toda consideración y aprecio, le recomiendo al presidente Duque todo lo contrario. Le pido que no ceda a pretensiones insostenibles en el tiempo, que terminarán humillándonos como nación y enlodándolo a él como persona y como gobierno.
Le recomiendo, mejor, que tome un avión urgentemente y viaje a buscar una alianza con el señor Charles Michel, actual presidente del Consejo Europeo.
El señor Charles Michel, primer ministro de Bélgica entre 2014 y 2019, hoy al frente del Consejo Europeo, decidió confrontar, por la exigencia de sus miembros, los abusos de las farmacéuticas.
La historia es muy interesante: la Comisión Europea les recomendó la medida del control de exportaciones a fin de garantizar que las vacunas producidas en Europa fueran forzosamente destinadas a sus poblaciones. El Consejo Europeo, órgano que congrega a los 27 países miembros de la Unión Europea, consideró insuficientes esas medidas y el Señor Charles Michel acaba de solicitar que se le dé uso al artículo 122 del Tratado de la Unión pensado para superar catástrofes y crisis que escapen al control de un Estado. Se trata de que la Unión Europea está dispuesta a emplear poderes excepcionales para intervenir a las farmacéuticas con el fin de garantizar que la producción de las vacunas tenga como prioridad la salud pública por encima de la codicia manifiesta de estas compañías.
Eso es actuar con dignidad. Y no solo con dignidad, también con respeto a nuestras constituciones y nuestras leyes. No hay una sola constitución democrática que no establezca la supremacía del Bien Común por sobre cualquier interés particular. No podría ser de otro modo y menos en la plena crisis de una pandemia.
Yo sé que en medio de los antivalores que han venido permeando a las sociedades esta visión de las cosas suena un poco extraña, pero estoy convencido de que de la mano de la dignidad y de la valentía jamás dejamos de llegar a alguna Tierra Prometida.
Tal vez lo que pasa es que yo me formé en unas generaciones que bebíamos de otras canteras de enseñanzas.
A las actuales generaciones se las orienta para que siempre busquen acomodarse en las zonas de confort y en eso que llaman “lo políticamente correcto”. Obviamente eso las hace muy susceptibles de caer presas de las esclavitudes del miedo, del miedo que no los deja llegar a ser verdaderamente libres.
A nosotros nos formaron bajo el precepto contrario de “esfuérzate y sé valiente”, tal como se lo aconsejó Dios a Josué cuando hubo de reemplazar a Moisés en la conducción de su marcha hacia la Tierra Prometida.
ADENDA
Al dolor grande que sentimos por la partida de Carlos Holmes y Julio Roberto, en nuestra familia sufrimos el fallecimiento, también por covid-19, de nuestro gran amigo Hernando López Jiménez. Un amigo inolvidable, un hombre noble y enamorado de la vida, un empresario admirable. Nuestro abrazo más sentido para Yolanda, sus hijos y para nuestro grupo de amigos.