Después de ver la película No mires para arriba, podríamos intuir que, si la Tierra estuviera en la trayectoria de un cometa del tamaño del Everest, sería posible evitar la colisión fatal. Bastaría con creerles a los científicos, priorizar el asunto, porque lo que está en juego es la vida, y focalizar los esfuerzos y las agendas políticas en impedir la catástrofe. Aunque en la película la solución era más o menos sencilla, al final todos mueren: aparentemente por la negación y trivialización del problema. En realidad, lo que determinó el colapso fue que algunos personajes astutos e influyentes sí miraron para arriba y decidieron, con el auspicio de los gobernantes de turno, tratar la crisis como una oportunidad de negocio y no como una amenaza a la vida sobre el planeta.
Hoy es imposible negar la existencia de la crisis climática, que amenaza a la vida en La Tierra de una forma tan cierta y grave como el cometa de la película. No voy a repetir acá las certidumbres científicas que han plasmado con tanta claridad y contundencia en el Panel Intergubernamental de Cambio Climático, la Agencia Internacional de Energía, las Naciones Unidas y, bueno, las pistas que nos dan las imágenes y noticias de inundaciones, incendios, calores extremos o migraciones por falta de lluvias.
Pero cuando se promueven las respuestas y soluciones sí miramos para abajo y no queremos aceptar que los mecanismos preferidos por los gobiernos, organismos multilaterales y corporaciones han sido mucho más efectivos para cuidarles los negocios y generarles nuevas posibilidades de lucro a los responsables (por ejemplo, la industria de combustibles fósiles), que realmente para conjurar la crisis y garantizarle un futuro a la vida.
Como en la película, nos descrestan con mecanismos, conceptos y tecnologías de intrincados nombres como la carbono neutralidad, los mercados de carbono, la geoingeniería, la bioenergía con captura y almacenamiento de carbono, el hidrógeno de todos los colores del arco iris y el despliegue a gran escala de las energías renovables, entre muchos otras que dan una falsa y paralizante sensación de seguridad.
Ni los compromisos globales del Protocolo de Kioto ni el Acuerdo de París han logrado aplanar la curva de las emisiones y del calentamiento global. Es hora de reconocer que poner el énfasis en los mecanismos de mercado y en las tecnologías es un rotundo y estrepitoso fracaso en términos climáticos, pero que además está llevando a países como el nuestro a una versión 2.0. y “verde” del extractivismo a costa de nuestra biodiversidad y comunidades, como la aniquilación del pueblo wayuu que puede causar el despliegue corporativo y a gran escala de proyectos eólicos en La Guajira. Ni el gobierno ha disimulado un poquito en su discurso sobre las renovables que las promueve más como oportunidades de negocio que como soluciones climáticas y sociales: ellas no van a reemplazar la extracción de carbón e hidrocarburos, tampoco al fracking, sino que se van a sumar.
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Tratar la crisis como amenaza a la vida y no como oportunidad de negocio para unos pocos implica una decisión audaz de reorganizar las prioridades políticas en función de la vida y no de la plata
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Tratar la crisis como amenaza a la vida y no como oportunidad de negocio para unos pocos implica una decisión audaz de reorganizar las prioridades políticas en función de la vida y no de la plata, una tarea tremendamente difícil después de décadas de adoctrinamiento en dogmas economicistas y tecnocráticos. Poner la vida en el centro es uno de los lemas principales de las corrientes ecofeministas que proponen, entre otras, dar prioridad y valor a lo que contribuye a la reproducción de la vida y no a lo que tenga mejores precios.
En estos términos, la solución a la crisis priorizaría todas las labores de cuidado de la biodiversidad, del agua, de las semillas y suelos, y, sobre todo, de los roles de las personas que tienen el conocimiento y la experticia en estos cuidados: indígenas, mujeres, campesinos: justamente, los actores más discriminados por el modelo actual. Una política así incentivaría las formas de vivir y producir con poca energía, y evitaría las que demanden combustibles fósiles y que, en la mayoría de los casos, también generan inequidades, violencia y enfermedades. Por ejemplo, la agroecología tendría un lugar preponderante sobre los monocultivos agroindustriales.
Reorganizar la economía produce más pánico que la misma crisis climática. La mayoría de los candidatos a la presidencia ni se hacen estas preguntas. Petro, que entiende muy bien la amenaza, no da muchas pistas sobre el énfasis que tendrán sus soluciones: si estará en la vida o en los negocios. En cambio, Francia Márquez lo tiene clarísimo y por eso no sólo pone la vida en el centro de todas sus propuestas, sino que supera la competitividad individualista que subyace a la crisis con la hermosa idea Soy Porque Somos: idea que ha concretado no sólo en los contenidos, sino en la forma misma de luchar desde los pueblos y, ahora, en la arena política.