El mundo se iba a acabar pero no se acabó. Vivimos dos años de pandemia en los que todos los días teníamos miedo de salir a la calle porque podíamos morir: una bolsa plástica del supermercado contaminada, un estornudo de alguien, el aire, el dinero, la piel, los besos, un abrazo, todo nos podía matar. Teníamos miedo. Pavor.
Sin embargo, seguimos inmersos (y aún más) en las banalidades cotidianas: los memes, las noticias falsas, los videos de gatitos, los gobiernos corruptos y cínicos, los influencers, la carrera por los likes y las vistas, el último iPhone, los filtros de Instagram, los días sin IVA, las sonrisas postizas...
Paradójico: estábamos en riesgo de morir, pero nos aferrábamos a la idea de seguir viviendo de la misma manera. Nos daba pavor construir una vida nueva, hacer cosas distintas y, además, estábamos encerrados, sin otra opción que interactuar de manera fragmentada y en una realidad en la que los asuntos se reducían a contenidos viralizados y olvidados.
Es un acierto entonces que la película No miren arriba se burle con ese tono ácido de lo que podría ser una catástrofe. Dos científicos (Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence) descubren que un cometa de 10 kilómetros de ancho (más grande que el causante de la extinción de los dinosaurios) está muy cerca de hacer colisión con la Tierra. Se trata de solo seis meses para que el planeta azul vuele en pedazos. Y cuando tratan de comunicarlo al gobierno son desatendidos por "las muchas ocupaciones de la presidenta". ¿Les suena familiar?
Cuando al fin son escuchados, la mandataria, interpretada magistralmente por Meryl Streep, decide posponer lo que se hará a nivel gubernamental, haciendo gala de la característica falta de consciencia de quienes lideran el mundo.
Desesperados, acuden a un magazine de televisión para difundir la noticia. Pero se enfrentan con otra dura realidad: nada menos taquillero que un tema serio, nada menos atractivo para los medios que un par de ñoños, vestidos de saquito, alertando sobre el fin del mundo. Lo trascendental está mandado a recoger, aquí lo que importa es cómo un político tiene un pasado de actor porno.
El filme pone el dedo en la llaga en una crítica urgente: como peces rehenes en una pecera, no somos capaces de ver el mundo porque estamos muy inmersos en él; pero no en el mundo, sino en lo que suponemos que es el mundo: información, relaciones virtuales, pantallas y un olvidado ejercicio de levantar la mirada al cielo. Tanto que si ocurriera una catástrofe en seis meses, vamos a pensar en cómo viralizarla y sacarle rédito antes que en salvarnos.
La pandemia no nos mató, pero nos está matando la banalidad en la que vivimos.