"No me siento orgulloso de haberle regalado un año de mi vida a la patria"

"No me siento orgulloso de haberle regalado un año de mi vida a la patria"

Haré todo lo que esté a mi alcance para que mi hijo (a menos que él decida lo contrario) no vista ni un segundo este uniforme machado de sangre inocente

Por: Hernando Urriago Benítez
abril 29, 2022
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Foto: Archivo

"Patria", "Honor" y "Lealtad": a todo tranco se escuchan cual alaridos en los batallones. Se leen esas palabras en el bronce de inscripciones de unidades militares donde, como harto sabemos hoy para nuestra desdicha, se han planeado miles de crímenes contra la humanidad inocente de un país donde el eufemismo es rey y dicta llamarlos "falsos positivos".

Detrás de esta historia personal quiero reparar en aquello de la pretendida honorabilidad no sólo de los militares sino también de los políticos, de los banqueros, de los empresarios e incluso de muchos académicos que se dicen "humanistas" y son verdaderos sátrapas en sus recintos escolásticos. 

La cacareada honorabilidad, que tanta podredumbre esconde debajo de sus alfombras de dril camuflado, de corbata de seda o de toga llena de casposa erudición. Honorables miserables que abusan de sus pequeños poderes en pequeñas parcelas para ejecutar al otro, de manera real o simbólica, en favor de sus mezquinos intereses.

Mucha sangre y un capitán vestido de gala

Llegué a Bogotá el 6 de agosto de 1992 con manchas de sangre en mi bluyín. A mi lado, muchos otros jovencitos caleños, algunos también ensangrentados, cuando no heridos, empezaban a bajarse de los buses que nos habían trasladado, después de un aparatoso accidente, del Valle del Cauca al Batallón de Infantería Guardia Presidencial.

Creo que nunca he escrito nada de esta historia (tal vez guardada por fragmentos en mis diarios) que ve la luz luego de escuchar parcialmente el horroroso y escalofriante testimonio del coronel retirado Santiago Herrera Fajardo en relación con las ejecuciones de gente inocente que en el país del eufemismo llamamos "falsos positivos".

Herrera Fajardo, huelga recordar, se presentó el pasado 26 de abril ante la JEP para decir: "Usamos armas de la República para vulnerar la vida a inocentes". Él fue uno de los siete oficiales que se ensañaron contra el Catatumbo, Norte de Santander, entre 2007 y 2008, ocasionando la muerte de 120 personas mal contadas (ver https://www.las2orillas.co/los-7-oficiales-que-se-ensanaron-con-el-catatumbo-120-inocentes-asesinados-en-dos-anos/).

Llegamos a Bogotá diezmados, tristes, sucios, hambrientos, apenas con lo puesto, con la sangre casi fresca, que brotó por aquí y por allá de las frentes, las bocas y las manos tras el choque múltiple de los buses que nos conducían, cual caravana infernal, de batallón a batallón.

El incidente había ocurrido hacia la una de la madrugada, cerca de Uribe (qué irónica es nuestra geografía), a 120 kilómetros de Cali, y todo porque un conductor se quedó dormido, ocasionando un tenebroso efecto dominó: un sargento perdió una pierna y algunos jóvenes de los reclutados sufrieron heridas en cara y en los brazos.

Recuerdo que hubo pérdida de dientes incluso, como también laceraciones en las manos. Muchos fueron bajados de los buses a la espera de traslado a centros médicos de Tuluá o Buga y los demás, que nos habíamos salvado porque íbamos relativamente despiertos, seguimos en el viaje sin retorno del servicio militar.

(Voy semidormido. De pronto escucho un golpe seco. Mis labios contra el espaldar del asiento anterior. Reviso mis dientes. Intactos. Sangre sólo de mis labios. Escucho gritos, llantos, órdenes. Al descender del sexto bus de siete que se estrellan, la noche cerrada me muestra el horror de una guerra sin balas).

En Bogotá, sobre las seis de la tarde, nos recibió, ni más ni menos, el entonces capitán Herrera. Vestía sus galas después del cambio de guardia dominical, antes de un nuevo 7 de agosto, en tiempos de la presidencia del solapado César Gaviria.

Herrera, que ya entonces tenía el cabello ceniciento, nos habló en el auditorio de aquel batallón dentro del cual pasaría uno de los años más duros y aleccionadores de mi vida.

"De ahora en adelante seremos aquí sus papás y sus mamás. Este es el Ejército y aquí cada uno se gana su trato". Sin sospecharlo tal vez, Herrera estaba a dos rangos militares y a 15 años de convertirse en un verdadero monstruo en traje de gala.

Honorables miserables

Vinieron entonces 10 u 11 meses inolvidables por lo duros y lo sabios en relación con el aprendizaje sobre la condición humana. Del sufrimiento, la soledad, la intimidación del fusil, la locura de la milicia, la obstinación en torno al brillo de las botas o al toque de diana en las frías, muy frías horas de la siempre implacable Bogotá.

De Herrera guardo poca memoria porque no lo tuve de comandante de compañía. Recuerdo a los capitanes Rodríguez y Farfán, de quien corría una leyenda negra: había matado a un guerrillero a punta de cortauñas porque se había sobrepasado con su novia.

Bajo el mando de Herrera hubo soldados que, para evitar todo sufrimiento en las guardias, los consabidos plantones en las garitas y las madrugadas infames incurrían en dádivas y en zalamerías para ganar lo que en la milicia se conoce como "tener vara". Yo fui un soldado de base y no recuerdo cuánta lluvia, cuánta niebla y cuántos instantes de suprema desolación marcaron mis días de cuartel.

En verdad, Herrera -como la mayoría de honorables miserables- obedecía cual eslabón anómalo dentro una larga cadena de mando perversa que va del soldado raso al general en función de aquello que hemos acuñado erróneamente como la "Patria", el "Honor", la "Lealtad". Y esto funciona en todos los gremios, pero en espacial en la política y en el ámbito académico donde hay intereses no tanto monetarios como sí de "prestigio" y "colegaje".

Aquí, como en la milicia, pululan los honorables miserables encubiertos bajo el manto agujereado del discurso humanista; de lo que arriba llamo la casposa erudición. No obstante, siendo sinceros, los batallones condujeron hasta la irracional aceptación a capitanes y coroneles sedientos de sangre y reconocimiento de sus tropas y de sus superiores, en verdad los determinadores (del generalato a la misma presidencia de la República) de los crímenes de lesa humanidad.

La verdad tarda en florecer, a pesar de que en ese cruel jardín falten las verdades de quienes ordenaron o aceptaron de manera complaciente ejecutar a inocentes.

Un uniforme lleno de sangre inerme

Luego de escuchar a Herrera, de sentir enorme tristeza por las víctimas y de comprobar que en Colombia estamos siempre en trance de muerte, sólo quiero manifestar mi repudio absoluto por esa gente que integra la mayoría de filas del Ejército de Colombia.

No me siento orgulloso de haberle regalado a la "Patria" un año de mi vida.

Y haré todo lo que esté a mi alcance para que mi hijo (a menos que él decida lo contrario) no vista ni un segundo ese uniforme machado de sangre inerme.

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