No conozco Uruguay. Ignoro su historia. Mi cercanía con tu país, amigo uruguayo, se restringe a la lectura de algunos poemas de Benedetti, a una película electrizante que vi en la que un viejo cansado de todo decide darle la vuelta al mundo en su 4×4 destartalada, a los discursos inmortales del ‘Pepe’ Mujica y a un hermoso libro de cuentos de Juan José Morosoli… Y al fútbol, claro. Sobre todo al fútbol.
Algo deben tener ustedes, comento siempre con mis amigos futboleros, para ser un país tan chico y sacar jugadores tan fuera de lo común. Después de Surinam son el país más pequeño de América del Sur, la población de tu pedazo de tierra no llega ni a la mitad de Bogotá. Y sin embargo Recoba, y sin embargo Francescoli, y sin embargo Obdulio, y sin embargo Luis Suárez y Godín y Forlán y Chevantón. ¡Qué tierra fértil, hermano!
Sé, porque lo he visto, porque he oído rugir su Estadio Centenario, que llevan el fútbol bien metido en la sangre y la pelota los atraviesa de pies a cabeza. Enfrentarlos, desde que tengo memoria, ha sido siempre un dolor de cabeza y una auténtica guerra. Lleguen como lleguen, con estrellas o sin ellas, en la cima o en el fondo de la tabla, los jugadores que se ponen la celeste se la tatúan al cuerpo y aprietan los dientes; como debe ser.
Si alguien de otras tierras se propone entender la enfermedad que es el fútbol en este lado del mundo, tendría que ir a Brasil, claro, a Buenos Aires, pero una visita al Centenario de Montevideo, en partido de eliminatorias, le bastaría para entender que el fútbol acá se vive desde las tripas; que no hay en el mundo una competición más áspera, más exigente y hermosa que nuestra guerra, cada cuatro años, para ir al mundial. Y que ustedes, con su animalidad, con sus huevos bien puestos, son uno de los ejércitos más difíciles de vencer.
Quizá no haga falta decir mucho más de ustedes, amigo yorugua. Pues Suárez, Cavani, Godín, cada tres días, se cuelan en los titulares de los periódicos deportivos más importantes para recordarle al mundo que pensar en fútbol de élite es pensar en Uruguay. Desde que salieron cuartos del mundial de Suráfrica, con aquel Forlán inmortal, volvieron a ganarse el respeto de todos. Nadie, amigo yorugua, quiere toparse con tu celeste.
"El fútbol es karma, yorugua, k-a-r-m-a"
¿De qué se trata todo esto? ¿Por qué, horas antes de enfrentarnos a muerte en el Metropolitano de Barranquilla, un colombiano anónimo se despacha en elogios para con Uruguay? ¿Hay algo detrás? Y sí, amigo, hay algo detrás.
En estos últimos días me ha vuelto la idea –dirás la fantasía, pero no es así– de que el fútbol no es tan caprichoso, azaroso y anárquico como se piensa. Que aunque sus leyes se nos muestran incomprensibles y caóticas, al final es un juego justo, que pone a cada quien en su lugar. El fútbol es karma, yorugua, k-a-r-m-a. Implacable (a veces se le va la mano), le cobra a cada quien sus cuentas por pagar.
A nosotros, por ejemplo, cuando pateamos con arrogancia la pelota y nos creímos el cuento de ser los campeones del Mundial de Estados Unidos sin siquiera haber viajado, nos desnudó y nos dejó en ridículo y nos devolvió a casa en primera ronda, con autogol mortal incluido. No sabíamos competir, éramos un equipo partido por dentro, filtrado por la mafia, y el fútbol nos lo hizo saber.
Y los ‘yoruguas’, te preguntarás, qué diablos le debemos al fútbol. Te saldrá fácil recordarme el “Maracanazo”, las gestas de Luis Suárez, la incomparable mezcla de elegancia e inteligencia de tu ‘Príncipe’ Francescoli, la zurda milagrosa de Recoba. Te saldrá fácil afirmar que es el fútbol el que se ha nutrido de tu sangre para hacerse más rico, más místico. Razón no te falta. Pero no basta, querido amigo, no basta. Uruguay es un deudor. Y yo no lo olvido.
14 de Noviembre de 2001. Uruguay, con 26 puntos y una diferencia de + 6 goles recibía a una Argentina invencible. A un verdadero huracán de fútbol, comandada por el mejor Verón de todos los tiempos y por el fuego sagrado de Bielsa. Colombia, con 24 puntos, visitaba Asunción. Ustedes, sin sonrojarse, olvidaron los genes que los han hecho diferentes y desvergonzadamente jugaron el partido con el radio prendido en nuestro partido en Paraguay. Se dieron la mano con sus vecinos: un pacto rioplantese cobarde y atroz. Si Colombia hacía un gol más, Uruguay haría lo propio, diría Verón días después. Habían arreglado el partido.
Nos faltó un gol, pero así lo hubiéramos hecho, estábamos condenados:
Yo tenía 10 años y veía los partidos de mi selección con una ilusión infantil y hasta el momento siempre maltratada. Ese día, por su arreglo, conocí la impotencia en su estado más cruel. La historia ya escrita. La derrota como destino. La deshonra. El fútbol, con ese mecanismo de justicia propia del que ya te hable, los devolvió a ambos en primera ronda del Mundial de Corea. Bielsa tuvo que esconderse durante meses en una finca. Justicia divina, cuenta saldada. Pero, a pesar de que Uruguay no pudo superar a Dinamarca y a Senegal, la Celeste no abonó el saldo completo. Uruguay todavía debe. Sí, “adiós a Brasil con el golazo de James”. Pero aún faltan centavos para el peso.
"Un pacto rioplantese cobarde y atroz"
Se me antoja, recordando al niño quebrado de aquel noviembre maldito, que todavía el fútbol no los borra de su lista negra. Y que hoy en Barranquilla, por justicia divina –redonda–, se van a volver a derretir. Se me antoja que el fútbol le tiene preparado a los niños colombianos de 10 años (y el que soy yo cuando juega Colombia) otra goleada monumental. Ganarle al líder y poner un pie en Rusia, me dice el niño, es lo justo. Y lo necesario. A ver si siguen descontando de su deuda.
@jfgarcia2809
*Tomado de hablaelbalon.com