Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!
Jorge Eliecer Gaitán
Tras 73 años del asesinato del caudillo liberal nuestra patria sigue sin salir del nudo gordiano que propició la muerte de Gaitán y sin que haya podido superarse su apuesta política, mientras el país entero continúa padeciendo las consecuencias del magnicidio.
Aunque tiende a asociarse el asesinato de Gaitán con el inicio del periodo de La Violencia, en estricto sentido los hechos del 9 de abril son un desarrollo del recrudecimiento del genocidio contra el liberalismo iniciado con el retorno del Partido Conservador al poder. A su vez la apertura de este largo ciclo de guerra desde finales de la década del cuarenta del siglo pasado, implicó un retorno a la larga tradición de las elites políticas colombianas -inaugurada por el mismo Santander- de recurrir a la violencia política y al atentado personal. El terror y la muerte que asolaban ya los campos cuando Gaitán convocó la célebre Marcha del Silencio y realizó la Oración por la Paz dos meses antes de su asesinato, no era más que el síntoma de la primera frustración de la reforma agraria impulsada una década atrás por el gobierno reformista de López Pumarejo.
¿Por qué tras tres cuartos de siglo sigue teniendo vigencia la exigencia de Gaitán para cesar la violencia? Lamentablemente durante este periodo no solo ha persistido la violencia política, sino que en lo esencial el régimen político ha mantenido su carácter excluyente y el conflicto por la tierra no ha permitido distribución de la propiedad ni desarrollo rural tras sucesivos intentos fallidos. Habrán cambiado las circunstancias de la confrontación armada y política, con la irrupción, desaparición y/o transformación de sus actores, pero las fuerzas históricas que llevaron a Gaitán a su martirio, genitoras y combustibles del extenso conflicto social armado se conservan indemnes. Debo decir con dolor, que ni los acuerdos de Sitges y Benidorm, ni la Constituyente de 1991, ni el incumplido Acuerdo de La Habana han logrado hasta ahora remover los motores del asesinato de Gaitán: el conflicto por la tierra y la exclusión política de las mayorías.
El “negro” Gaitán -como despectivamente lo llamaban desde la oligarquía liberal-conservadora- expresó en su discurso y su accionar el sentir de capas medias y populares urbanas así como el de un campesinado sin tierra que no se sentían representados por las elites bipartidistas. A diferencia de los dirigentes políticos de la época, su extracción popular lo comunicaba con las grandes mayorías, rompiendo con los linajes y pedigrís que hasta ese momento eran pre-requisito para el ejercicio político. Tuvo como bautizo de su fogosa oratoria el debate contra la masacre de las bananeras, donde el gobierno conservador y la Fuerza Pública asesinaron a un número aún indeterminado de trabajadores para plácemes de una multinacional norteamericana.
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La polarización que promovió Gaitán no fue entre las dos estructuras partidarias, sino entre el pueblo y élites, sin distingos partidistas
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Sin negar su origen y participación en el Partido Liberal, Gaitán tuvo la virtud de identificar como contradicción esencial la existente entre pueblo-oligarquía: un pueblo liberal-conservador en conflicto con una oligarquía liberal-conservadora, un país nacional excluido, por un país político que falseaba su representación. La polarización que promovió Gaitán no fue entre las dos estructuras partidarias, sino entre el pueblo y élites, sin distingos partidistas. Por eso fue perseguido incluso por la oficialidad liberal que prefirió no apoyar su candidatura presidencial en 1946.
En momentos en que la ultraderecha cuestiona la enseñanza de la historia en la educación pública, vale la pena preguntarse por la negación histórica de responsabilidades alrededor del magnicidio de Gaitán y la exacerbación de la ola de violencia que llega hasta nuestros días. Hoy cuando se conmemora el Día de las Víctimas, cabe preguntarse por el compromiso con la verdad del Estado colombiano y de todos los actores del establecimiento frente al homicidio de Gaitán y el genocidio político contra el gaitanismo y el campesinado colombiano. No se puede exigir reparación integral a un solo actor armado, cuando partidos, iglesia, fuerza pública y medios de comunicación tras más de 70 años ocultan la verdad sobre el magnicidio y la guerra civil bipartidista que azotó al país por una década.
Está claro que la verdad sobre los hechos del conflicto incomoda cuando la mentira ha sido fabricada por décadas en los aparatos judiciales y los pactos elitistas. ¿Quién dio la orden de matar a Gaitán? ¿Quiénes fueron sus cómplices? ¿Qué responsabilidad cae sobre la campaña de estigmatización a la oposición gaitanista? ¿Cuándo se sabrá la verdad sobre la Popol y la Chulavita? ¿Cómo surgieron las guerrillas liberales? ¿Por qué algunas se transformaron en “guerrillas de paz” o “bandoleros limpios”? ¿Quién inventó el mito macartista que culpaba al Partido Comunista y a Fidel Castro por el asesinato de Gaitán? Por acción o por omisión el asesinato de Gaitán es un crimen de Estado, y más allá de categorías jurídicas es un delito que recae sobre el establecimiento colombiano, que está en mora de reconocer sus responsabilidades y reparar políticamente lo sucedido.
Gaitán sigue vigente, justamente porque los demonios a los que enfrentó siguen incólumes en la política colombiana. La restauración moral de la república es una necesidad. El aporte de verdad y el reconocimiento de responsabilidades sobre el genocidio del gaitanismo sería un primer gran paso a pesar de la tardanza. Pero no hay reparación posible ni a Gaitán ni a las víctimas en su día, si no se consolida la Paz Completa y continua la violencia contra líderes y lideresas sociales y dirigentes de oposición. Recordando la intemporal Oración por la Paz de Gaitán, para el actual o el futuro mandato: Señor presidente, todo depende ahora de vos.