Hace 200 años valerosos hombres y mujeres combatieron en defensa de su patria y muchos de ellos fueron heridos hasta perder la vida. Desde hace más de 60 años soldados con el mismo espíritu de lucha han derramado sangre en una guerra contra las guerrillas y el narcotráfico, que ha dejado como víctimas a los civiles, aquellos que no portan ningún uniforme más que la bandera en su corazón y un grito reprimido que se encontraba varado en sus pulmones buscando un espacio en medio de la asfixia para poder surgir y pronunciar paz.
Al cabo del todo sucedió lo impensable, una parte de la guerrilla se encuentra sentada en el honorable Congreso de la República y sus armas fundidas en un piso que sirve como monumento para recordar aquel pasado oscuro. El país lo consiguió, los disparos se han convertido en ideas y la muerte ahora es vida. ¿Algo puede salir mal? Por supuesto. ¿Qué? Todo.
Sin embargo, el cambio de gobierno fue inminente, llegó una nueva ideología al poder y junto a ella una larga lista de objeciones para la Justicia Especial para la Paz designada en este acuerdo, además de un conjunto de doctrinas expresadas por el partido de gobierno en contra del gran anhelo por fin alcanzado por los colombianos. Los máximos líderes de la "desmovilizada guerrilla" huyeron viéndole la cara a sus víctimas, aunque algunos de ellos ni siquiera puedan ver. La disidencia comenzó y se oficializó el rearme.
Niños y niñas que corren por las ultrajadas calles de Bojayá, ellos lo sufrirán. Fotografías plasmadas para el recuerdo por Jesús Abad Colorado regresarán a la vida y el rojo de la bandera volverá a brotar sangre en grandes afluentes que se encontrarán con el petróleo proveniente de los dinamitados campos petrolíferos. No permitamos que esto pase. No demos ni un paso más hacia atrás. Defendamos el histórico acuerdo de paz para que el rojo de la bandera solo quede como una memoria de la sangre de los valientes y no permitamos que sean tres cobardes y desleales miembros de la patria quienes vuelvan a derramar la sangre del pueblo.