Si la sociedad colombiana fuera más liberal, espontánea y descomplicada en sus encuentros sexuales sería mucho más feliz. En pocos países el sistema de creencias está tan desfasado de la realidad, lo que acentúa las frustraciones y la conflictividad de la sociedad.
Debido al triple mestizaje que caracteriza a Colombia (blancos, negros e indígenas), abundan por doquier las mujeres atractivas. Es como si se dieran en los árboles. Y por lo mismo, para los hombres el deseo está todo el tiempo a flor de piel. Esto en últimas hace que las relaciones de pareja tiendan a ser cortas, efímeras, o que los niveles de infidelidad sean muy altos.
Debido a prejuicios sociales altamente influidos por la religión (que más bien rayan en el fanatismo), las mujeres tienden a ser muy conservadoras. Muchas son las jóvenes que, a muy temprana edad, creen ingenuamente que un príncipe azul las llevará al altar para vivir felices por el resto de su vida. Pero el alto índice de separaciones o divorcios muestra que nada está más alejado de la realidad.
Es común oírlas decir que no les gustan los hombres “perros”, pero las condiciones del entorno (esa sobreabundancia de mujeres atractivas) están dadas para que ellos, por más que se resistan, terminen siéndolo en mayor o menor grado. Y querer lo contrario es solamente pensar con el deseo, no con los pies en la tierra. Charles Darwin muy pronto entendió que las especies que sobreviven son las que mejor se adaptan a su medio ambiente.
En Colombia las condiciones están dadas para que las mujeres se permitan ser mucho más liberales y espontáneas en sus encuentros sexuales, un poco como las brasileñas o las francesas.
En lugar de buscar afanosamente a su príncipe azul desde muy jóvenes (digamos a los 18, 23 o 28 años), las colombianas deberían permitirse tener muchos más novios, por decir, antes de los 30 o 35 años (y al terminar un noviazgo, de parte y parte no debe haber shows, reclamos ni rencores), y entonces ahí sí empezar a pensar en formalizar algo más serio, si ese es su proyecto de vida. Hacerlo antes es ingenuo.
Esto aumentaría sustancialmente, tanto para hombres como para mujeres, la satisfacción de la libido (eso sí, con responsabilidad y métodos anticonceptivos), de tal forma que llegaría una edad en que ambos sexos se sentirían más satisfechos con lo vivido hasta entonces (no sentirían que les faltó vivir o conocer más gente), y entrarían a la madurez con una mayor disposición a comprometerse y hacer una vida juntos.
Al dejar la mojigatería, las colombianas contribuirían a que los hombres sean más sinceros y responsables en sus relaciones de pareja, sin agendas ocultas o dobles vidas. Y todos vivirían más felices. Ellas sin la decepción de que uno y otro y otro príncipe azul resultó no serlo, y ellos sin la frustración de que no pudieron estar con tantas mujeres como habrían querido.
Quienes también ganarían mucho con esta sociedad más liberal y sincera, adaptada al medio, serían hijos más deseados por padres verdaderamente comprometidos en su vida en pareja. Es hora de que la sociedad colombiana empiece a replantear este desfasado sistema de creencias.