Con el paso de los días es inevitable que las tragedias se vayan olvidando y las gentes que las sufren queden solas frente al reto de reconstruir sus vidas, en medio del desánimo y la pobreza. Lo de Mocoa no va a ser, desafortunadamente, la excepción y lo confirma la tragedia de Manizales que pasó a reemplazar al Putumayo en los titulares y la cuenta de muertes.
Quedan sí, muchas enseñanzas y muchas tareas por hacer. Las más importantes tienen que ver con el crecimiento urbano no sostenible. Colombia es un país urbano, con todo lo bueno y lo malo que esto significa. Un país de grandes concentraciones de habitantes, amontonados de cualquier manera, alrededor de servicios públicos insuficientes, que generan grandes deterioros ambientales.
Se habla ahora de la necesidad de revisar los Planes de Ordenamiento y de reorganizar el Sistema Nacional Ambiental. Dos tareas enormes que podrían marcar un cambio radical en el desarrollo del país o, por el contrario, ratificar lo que hemos tenido hasta ahora: politiquería, improvisación y crecimiento desbocado a costa de los recursos naturales.
Hace mucho tiempo el tema ambiental dejó de ser algo para proteccionistas fanáticos y paso a ser un tema de supervivencia básica, sin el cual no hay futuro o el futuro será mucho peor que lo que este mediocre presente que tenemos.
Para que no hayan más Mocoas se necesita un timonazo en la política ambiental, dejar de pensar que el Ministerio se ocupa solo de áreas rurales y ecosistemas protegidos para convertirlo en el eje de la planificación urbana, del crecimiento económico sostenible, de las políticas sociales, sin olvidarse por supuesto de las tareas de preservación y educación.
Si el Ministerio no educa y no lidera a los municipios en su planificación urbana, si deja esto en manos de urbanistas y constructores, de especuladores de tierras y de empresas prestadoras de servicios públicos, estará acumulando nuevas empalizadas que algún doloroso día reventarán contra la población, para llevarse miles de vidas en medio de caos y la improvisación que se produce cada que hay una tragedia.
¿Qué tal el aire de Medellín, las invasiones en el jarillón en Cali,
la crisis en movilidad de Bogotá, la contaminación de nuestros principales ríos
y las construcciones de alto riesgo en todos los municipios de Colombia?
Esa es la verdadera prevención para que no se produzcan más Armeros. Aunque las avalanchas, por supuesto, no son las únicas tragedias urbanas. ¿Qué tal el aire de Medellín, las invasiones en el jarillón en Cali, la crisis en movilidad de Bogotá, la contaminación de nuestros principales ríos y las construcciones de alto riesgo en todos los municipios de Colombia?
Si nos comparáramos con países que han optado por otro tipo de desarrollo, como Costa Rica por ejemplo, que han priorizado lo ambiental, convirtiendo esta política en la base de su crecimiento, debemos reconocer que nuestro Sistema Nacional Ambiental ha fracasado. Miles de millones de pesos invertidos a través de las corporaciones autónomas desde 1993 se han ido por la alcantarilla de la corrupción y la improvisación.
El país no resistiría un análisis serio al desastre económico que ha significado la sobretasa ambiental. ¿Dónde están las plantas de tratamiento? ¿Dónde los rellenos sanitarios, dónde los sistemas alternativos de trasporte, dónde las viviendas dignas y seguras?
Ahora que arrancan las campañas presidenciales es urgente hacer un llamado al sector ambiental para que exija que el tema se ponga en el centro del debate. Que el crecimiento sostenible tenga la misma importancia que la paz y la lucha contra la corrupción, esa es la tarea.
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