Es de no creer que gobernar signifique aún en este tiempo, en esencia la noción de mandar, ordenar, decretar, ejercer autoridad, envolverse en la impopularidad, mostrar la cara más dura, el puño más cerrado, la caja registradora más abierta.
Ya decía por eso Henry David Thoreau en aquella maravillosa obra siempre necesaria, Del deber de la desobediencia civil: El mejor gobierno es el que gobierna menos…Cuando veo un gobierno que me dice la bolsa o la vida, ¿Por qué voy a apresurarme a darle mi dinero? Puede que se halle en grandes aprietos y no sepa que hacer, pero yo no puedo hacer nada por él.
Lo digo por Carlos Fernando Galán en Bogotá quien, siendo un alcalde joven, con una oportunidad igualmente joven para innovar en el concierto político cansado de fórmulas de autoridad, de distancia y dominación repetitivas, poco ha abierto la boca o mostrado talento para enfrentar las fuertes tensiones y grandes problemas de una ciudad de esta dimensión, pero ya extiende la mano para cobrar nuevos impuestos, para amenazar con que el hecho de no conseguirlos impedirá su buen gobierno y traerá convulsiones.
Galán debe acercarse primero a los grandes líos de la ciudad, mostrar soluciones, enamorar a una ciudadanía hastiada de caos, y luego sí, cuando al menos un mínimo resultado se vea, empezar a pedir
Por qué el empeño en aburrir el lenguaje burocrático; por qué la convicción de que gobernar con un garrote en mano da réditos; por qué la idea de que las crisis se atienden generando otra crisis. Es un nuevo molde de lo que hoy se conoce como el “Estado parásito”, aquel que da poco, que resuelve poco, que concierta poco, que distribuye menos; pero exige mucho, pero nos mete todo el tiempo la mano al bolsillo.
Para los impuestos están las cuentas, los economistas, las justificaciones, las hojas de Excel y las presentaciones de PowerPoint. Pero los habitantes de Bogotá no están para nuevos tributos, para más tasas al alumbrado público, al parqueo de vehículos o a las actividades que pagan impuesto de industria y comercio.
Galán debe acercarse primero a los grandes líos de la ciudad, mostrar soluciones, enamorar a una ciudadanía hastiada de caos, de inseguridad, de trancones, de obras inconclusas, de huecos, de atracos, de basuras, de contaminación, de impuestos, de valorizaciones. Y luego sí, cuando al menos un mínimo resultado se vea y se sienta en el ánimo de los bogotanos, empezar a pedir.
Así no, Galán, así no. Es tiempo de hacer, no de aplastar. El Consejo de Bogotá tiene, pues, en sus manos, no pasarle por ahora ni un nuevo impuesto o cobro de los que van en el proyecto de Plan de Desarrollo.