Durante las décadas de poder detentado por Uribe, este tejió entramados muy difíciles de romper. La mafia, los terratenientes, los paramilitares y las grandes fortunas se convirtieron, a cambio de protección legal y económica, en su respaldo incondicional.
Esta avasalladora fuerza se mantiene incólume, basta ver a los vociferantes adalides del partido que se desgreñan y desgañitan en defensa de lo que ellos consideran “la patria”, es decir, sus latifundios ganaderos, sus grandes negocios, sus territorios criminales y sus puestos políticos.
Bajo este esquema, consideraron, asegurada su continuidad in saecula saeculorum. Al ciudadano común le metieron los dedos a la boca con el relamido cuento del castrochavismo. Suficiente para no tener de qué ni para qué preocuparse y a descararse se dijo: nos pisotearon y explotaron sin misericordia, trapearon la institucionalidad hasta convertirla en trapo sucio, robaron a manos llenas hasta reventar sus arcas.
Nunca se imaginaron que el contrapeso saldría de la explosión exponencial que generó una sola chispa: la de los huevos de Carrasquilla. Al parecer, tacos de dinamita veníamos acumulando, reventando al unísono para dejar salir al colombiano dormido, aguantador y subestimado que llevamos dentro.
Empezamos a abrir los ojos, la mente, los sentidos. Se nos reveló el pasado y el presente de los que con argucias han usufructuado a sus anchas el país, volviéndolo excluyente para quienes somos mayoría.
Volveremos a medir fuerzas. Ellos son miles, nosotros millones. Ellos ampliarán su discurso de miedo, volverán a hacer sus componendas con la prepotencia que les da el dinero, son cancheros en el camino que los ha sostenido en el poder político, social y económico; tienen sus alfiles estratégicamente ubicados y su maquinaria bien aceitada.
Nosotros tenemos la fuerza del que no tiene nada que perder, del que sabe que por fin le llegó su oportunidad, del que solo recibe las migajas que sobran en la mesa de quien lo explotan, del excluido, del ignorado, del que cada día le quitan más para seguir enriqueciendo a los que más tienen.
No seremos los convidados de piedra, los idiotas útiles, los apáticos de otrora. Como nunca antes, sabemos que nos llegó el momento de ser los constructores del país que queremos, del que hemos soñado, del que legaremos a nuestros hijos, del que nos incluya.
Esta vez es cuestión de dignidad, de solidaridad y de supervivencia. Volveremos a ser el país heróico que nos enseñó la historia, el que se emancipó contra el imperio español logrando liberarse de sus explotadores. Son otros tiempos y otras circunstancias, pero aún más angustiantes, urgentes y definitivas.