En Colombia uno está condicionado a jugar fútbol. Desde que uno atraviesa el útero entre llantos y placenta, ya le espera al final de ese túnel rosado un uniforme miniatura de alguno de los equipos de la ciudad y ya desde ahí, sin siquiera caminar ni mucho menos patear un balón, tus padres o tíos tienen mil razones para hacerte hincha y sin quererlo será tu labor defender fervientemente esos colores como si fuera un caso de vida o muerte. No, no, no, cuál judo ni cuál karate, lo tuyo es el fútbol y pare de contar. Si de pequeño uno sentía ganas de participar en otros deportes, los otros niños lo miraban mal, como si no fueras parte de ellos, como si no fueras colombiano. En las clases de educación física, en las extracurriculares, en la casa, en la finca; fútbol, fútbol, fútbol. Y todavía ve uno a todos esos futbolistas frustrados tratando de inculcarle a sus retoñitos lo “precioso” que es el balompié. Les compran los guayos un poquito más apretados, porque así es mejor para pegarle al balón, y así los niños corren como si estuvieran aguantando un mojón en los calzoncillos. El uniforme lo compran dos tallas más grandes para que no se le quede tan rápido, así ahorran plata y además los niños se ven tan tiernos. Canilleras, medias hasta la rodilla y hágale papito que usted nos va a sacar de la pobreza. Pobres niños corriendo detrás de un balón sin saber la razón, alentados por papás que se destornillan aullándole al árbitro de los encuentros intercolegiales como si fuera la final del mundial.
Es instintivo para todo ser humano ver un balón y correr detrás de él. Se carga, se tira y cuando rueda es una felicidad instantánea que te llena por completo. Pero aquí cuando lo pateas inmediatamente vas a oír un grito de “¡gool!” de tus padres o algún tío solterón que aún vive pensando que su equipo es lo mejor que pudo haberle pasado en su vida. De entrada al mundo te están condicionando inconscientemente para ser parte de una fiebre que acosa a millones de personas y que vuelve bestias a la mayoría de los hinchas; que destruye rodillas, tobillos y termina por dejándolo cojo de por vida. Sin saberlo, ese niño de guayos apretados, está siendo moldeado para cumplir los sueños frustrados de sus padres y muy probablemente termine creyendo que en su vida, su apoyo, su consuelo, su amor es el fútbol y solo el fútbol.
No digo que esté del todo mal, para nada. El fútbol también enseña valores y principios importantes para la vida, se hacen amigos, se divierte uno de una forma relativamente barata y mejora en estrategia, motricidad, salud y trabajo en equipo… pero ante todo debería haber una opción, debería contar la opinión del niño. Además hay tantos deportes que también fomentan todos estos valores pero que no son tenidos en cuenta por los padres y menos por el gobierno colombiano. Y mientras que millones entran para la adecuación de estadios y equipos, prometiendo y prometiendo, las pistas de bicicross se derrumban, las de downhill toca del bolsillo propio, los aros de básquet oxidados, los tatamis rotos y tantos atletas que se quedan esperando algún patrocinio de alguna empresa que comparta o secompadezca de su labor.
Ya era hora de que hicieran unos Juegos Mundiales en el país para demostrar que hay otros países que sí apoyan deportes tan extraños y diversos como los que veremos la semana que viene. Ojalá aprendamos de ellos, que los estadios que se construyeron no queden en el olvido y la plata no se vuelva a ver una vez se termine el evento. Hay mucho talento en el país que se está desperdiciando, somos una tierra de atletas y deportistas de todo tipo, no solo de futbolistas.