Todos lo recordamos. La nube de camisetas blancas marchando por todos lados, igual de indignados, igual de decididos, cansados de los secuestros, de los desmanes de una pandilla de irracionales, capaces de ensañarse contra un grupo de espectros metidos en campos de concentración en mitad de la selva, entre alambres y ninguna esperanza.
¡No más Farc!, se gritó hasta el cansancio. Muchas ciudades, mucha gente, secretarias, vendedores ambulantes, estudiantes, profesionales, jóvenes, viejos, nadie se perdió la cita y desfilaron como en un carnaval, sólo que no hubo risas, ni harina, ni voladores, sólo indignados que aguantaban más, que sumando multitudes les mandaban a decir a los del monte que hasta aquí llegó la paciencia.
Nadie sabe si lo entendieron o si, refugiados en su soberbia, se encogieron de hombros y le echaron la culpa al imperialismo, a la derecha, a los del otro lado, costumbre siniestra de desentenderse, de negar la noche prendiendo veladoras, de quererse más de la cuenta, así estén en la perdedora, escondidos lamiendo sus heridas, pero la notificación fue muy clara; el pueblo al que decían representar les escupió en la cara: ¡No más Farc!
Y ahora ese mismo pueblo se los dice de otra manera. Por eso, a regañadientes, cuando el que podía hacer realidad el sueño de borrar del mapa a esta subversión degradada abriéndole la puerta de la democracia, estaba boqueando al pie del sepulcro, acudieron a salvarlo, eligiéndolo a él y no al otro, que con su mente cuadriculada quería todo lo contrario, atizar la llama para que las Farc duraran otros cincuenta años más.
Para eso fue reelecto Juan Manuel Santos, para que el grito ¡No más Farc! se cumpliera a cabalidad por la vía de la paz. Pero este grupo degradado de fanáticos, tan obtuso y funesto como el que se arropa bajo las banderas del “todo vale”, le prende una vela a la vida en la Habana y otra a la muerte, en cualquier sitio donde puedan demostrar que se pueden tirar el país, derramando petróleo, matando niños o derribando torres.
Dicen los que saben que estos nubarrones mueven al optimismo porque quiere decir que en la mesa de diálogos se llegó a un punto crucial y la guerrilla quiere mostrarse lo más fuerte para ganar puntos en la negociación. Por eso muestran los colmillos, para que nadie los crea acabados y el gobierno sepa que tiene al frente un enemigo temible, capaz de joderle la vida hasta el infinito.
Puede ser cierto. Son las reglas de las negociaciones, probadas con éxito en otros lados. Todos suman, todos restan, hasta que se llegue a un resultado común. Pero se le olvida a la subversión un pequeño detalle; los colombianos la tenemos clara: ¡No más Farc!Se les firmó un cheque para la paz, pero no es en blanco. No se lo gasten en acciones absurdas, ni en palabras huecas, que la paciencia tiene un límite.
No nos vengan con consignas trasnochadas para adobar su violencia absurda, su estupidez manifiesta, su pobreza ideológica. Hace mucho actúan a espaldas del país, pero ahora les llegó su oportunidad. En vez de seguir prolongando su miserable existencia a punta de plomo,es mejor darse la pela y a punta de lengua encontrar una salida, pensando que el único victorioso debe ser el pueblo, que es lo que verdaderamente importa. ¿O no?
Estamos llegando a la puerta del horno. Las víctimas se van a sentar frente a los victimarios, no a llorar las mentiras sino a cantar las verdades. Son muchos años de dolor resumidos en sesenta rostros que exigen respeto, dispuestos a perdonar, sí, pero no a olvidar, a decirles en su cara, ¡No más Farc!, porque cuando se firme lo que se tenga que firmar, ya no tendrán razón de ser, igual que los chacales del otro bando, empeñados en que todo fracase para seguir en su festín de odio y de venganza, única razón de su existencia.
La construcción de la paz es una tarea ardua y demorada y varias generaciones deberán empeñarse en llevarla a cabo levantando un país incluyente y tolerante. La nuestra apenas aporta la cuota inicial: ¡No más Farc! y su equivalencia, ¡No más Paras! Pero no lo olviden, el pan se puede quemar en la puerta del horno y un siniestro personaje se puede levantar de sus cenizas.