Nuestra cultura ciclística, cada día más mediática, nos lleva a la efervescencia de querer ver a un colombiano en lo más alto del podio, cuando no lo logramos, buscamos excusas, nos refugiamos en blandos argumentos e intentamos menospreciar los triunfos de los demás.
Nos creemos el centro del planeta, pues nos levantamos todos los días convencidos que tenemos al mejor “10” del mundo, y cuando no rinde o no juega culpamos a su técnico, a los directivos de su equipo, y como buenos resentidos increpamos y ofendemos, siendo soeces hacia quienes culpamos por las penurias de nuestras estrellas. Y en el ciclismo, no es la excepción, desde hace cuatro años en Colombia llevamos diciendo que el británico está “dopado”, que la bicicleta tiene motor, que la organización del tour diseña recorridos para su conveniencia, que tiene el equipo más poderoso del mundo. Además, lo ponemos a la sombra de Armstrong y estamos esperando en un sillón que dentro de unos años se destape un escándalo asociado a un fraude deportivo para decirnos ante el espejo de la mediocridad que teníamos razón.
Todos los argumentos pierden validez cuando no entendemos del deporte de las bielas, cuando no tenemos idea el esfuerzo, preparación disciplina y profesionalismo que exige llegar a la carrera más importante del mundo.
Dejemos la envidia, reconozcamos de una vez por todos que tiene unas condiciones inmejorables, y sobre todo un grupo de profesionales a su alrededor que no descuidan un solo detalle en su preparación: la dieta, el descanso, la planificación de su temporada, objetivos claros, metodología. El Sky en cabeza de Froome es hoy el mejor ejemplo de la ciencia aplicada al deporte. Esta disciplina entró en un punto tan competitivo que es imposible enajenarlo de la investigación y el desarrollo tecnológico en cada pedalazo.
Froome ha demostrado que es humano, como cualquier otro ciudadano de a pie, este tour lo ha ganado con solo 54” sobre Rigo. Tal vez la ventaja está en lo que ganó en las contrarreloj que son su fuerte, y en el respaldo de un escuadrón de compañeros que tienen un nivel igual o mayor al de él, como es el caso del vasco Mikel landa. Froome planificó todo más de lo suficiente, para lograr su objetivo se preparó desde hace un año, lo consiguió y es campeón de su cuarto tour.
No busquemos peleas o pleitos personales donde no los hay. Debemos reconocer que sencillamente es el mejor, porque ha aplicado en un contexto integral la ciencia al deporte y ha ganado en el detalle, en el cálculo de potencia, si contar con el peso ideal de rendimiento, el porcentaje de grasa óptimo para afrontar las pruebas. Solo él conoce cuánta reserva hay en su tanque, por la cadencia de pedaleo que lleva en un momento determinado, por el consumo de oxigeno asociado un gran esfuerzo. Ese cuento primitivo de que solo necesitamos agua de panela y ganas ya no se lo cree nadie.
Es tan humano que ha subido al podio en campos Elíseos, con su niño en brazos, como lo hizo quintana en el Giro 2014. Se le vio emotivo y sonriente, hasta a los más intransigentes detractores los debió conmover. El británico no es una máquina, no es un robot, solamente es un ser humano más con unas condiciones impresionantes para pedalear. Digámoslo sin tapujos, es el mejor ciclista del mundo.
