Señor Iván Duque: quienes lo eligieron como presidente lo hicieron para que gobernara a Colombia y no para que se ocupara, primordialmente, de la situación de Venezuela.
Las condiciones de este país hermano no nos son indiferentes, ni mucho menos, pero priorizamos el principio de la no injerencia en los asuntos internos de otros países, así nos guste o no nos guste su régimen político, económico o social.
Estamos cansados de verlo a usted ocuparse más de agradar a otros mandatarios y ocuparse de sus intereses, que de atender las urgentes necesidades de nuestro pueblo.
En esas reuniones que ha tenido con ellos, su expresión corporal nos ha dicho más que mil palabras. No nos equivocamos los colombianos cuando nos avergonzamos de sus gestos sumisos frente a otros jefes de estado. Así ocurrió cuando visitó al Rey de España. Nos dio vergüenza ajena verlo en posición de súbdito frente a quien hace rato dejó de ser nuestro monarca. Más tarde quisimos meternos debajo de la cama cuando a usted lo vimos ante el papa, quien funge como jefe del Estado Vaticano, en el papel de cabeza de familia y no en su condición de jefe del estado colombiano. ¡Y qué decir de su reunión con Trump! Todos sus gestos fueron de sumisión y halagos al Imperio.
Hasta pasaríamos por alto su actitud servil si, en cambio, viéramos que tiene el mismo respeto por los indígenas del Cauca. Porque ahí sí le aflora la soberbia y supuesta “dignidad”. ¿Por qué no ir a hablar con ellos? ¿Por qué ahí sí sale a relucir su orgullo de primer mandatario, que no ejerce frente a otros jefes de Estado?
Nos preocupa, y grandemente, que usted no haya ido personalmente al Cauca a hablar con los indígenas que reclaman con justicia el incumplimiento del gobierno en todos y cada uno de los acuerdos antes pactados. Sus actitudes de altivez ante los humildes y de sometimiento humillante frente a los poderosos nos ratifica la creencia de que ha llegado el momento de luchar por cambiar de sistema político.
Estamos cansados —y no solo en Colombia— de la democracia representativa que idearon e implementaron las burguesías inglesa y francesa, que en nuestro país ha desembocado en un sistema nefastamente presidencialista. ¿Cómo es posible que un solo individuo, el presidente, decida la suerte de todos los colombianos, teniendo muchas veces los ciudadanos que apelar a las vías de hecho para hacerse oír? Eso tiene que terminar. Se hace indispensable que se imponga la democracia directa, donde es el pueblo el mandatario y el presidente y los demás funcionarios los mandaderos de la ciudadanía.
Porque el problema, hoy por hoy, no es cambiar de un mandatario por otro, de un presidente por otro, de un parlamentario por otro, de un alcalde por otro. Lo urgente y necesario es la sustitución del sistema presente para que sea la ciudadanía la que “mandate”.
Por eso la propuesta de Jorge Eliécer Gaitán —que por eso lo asesinó la CIA en contubernio con dirigentes de la oligarquía colombiana, liberales y conservadores— sigue vigente después de 71 años de su partida: “Lo que queremos es la democracia directa, aquella donde el pueblo manda, el pueblo decide, el pueblo ejerce control sobre los tres poderes de la democracia burguesa: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial y que, además, garantice la equidad en el aspecto económico. Allí donde el pueblo es el pueblo, el pueblo ordena y ejerce un mandato directo sobre y en control de quienes han de representarlo. Todo esto exige trabajar honda y apasionadamente en el cambio de una cultura que despierte en el pueblo voluntad para regir directamente sus destinos y exige un profundo cambio constitucional para disponer de una Constitución acorde con la necesidad de un mandato popular directo sobre los destinos de la patria, que elimine los filtros que la democracia burguesa establece y defiende”.
Más temprano que tarde será el pueblo quien directamente “mandatará” y no dejará en terceros un derecho que le corresponde.
Mientras tanto añoramos tener un presidente como AMLO, que le ha solicitado por carta al rey de España y al papa que pidan perdón por la conquista de México. Eso es ejemplo de dignidad.