El miedo como respuesta a un peligro que te reta bien puede ponerte alerta y dispuesto a defenderte o carcomerte y destruirte.
Eso último es lo que, de modo lamentable y cargado en aparentes buenas intenciones de aplanar el número de muertes en la pandemia, intentó el gobierno con los mayores de setenta años cuando decretó para ellos una cuarentena hasta el 31 de mayo —veinte días más que a otros ciudadanos—, fecha que por fortuna aún no ha movido, como sí lo hizo con la cuarentena general.
Seguramente esto lo hizo presionado, como ha estado en su temor mal manejado, ante su incapacidad de reconocer a la ignorancia y la imprudencia como las causas principales de contagio en las calles, las cuales solo ahora identifica (esperemos que actúe sobre ellas para no prolongar el confinamiento y evitar seguir propagando el miedo como el motor de sus acciones para obligar a las personas a permanecer encerradas).
Con eso claro, esperamos que busque que cada uno actúe de forma atenta y defensiva, para así disminuir los riesgos de contagio en cualquier grupo etario, sin discriminación para los mayores, como mal lo hizo ya el gobernador de Santander (ahondando la discriminación en forma déspota al prohibir la salida de mayores de sesenta a hacer deporte).
Entre los mayores de setenta años, como en todo subgrupo etario, así como hay muchos con delicados estados de salud o con antecedentes médicos (que podrían hacer difícil su recuperación si caen enfermos de coronavirus), hay aún en mayor número lucidos, con buena condición física, a quienes el encierro deprime y debilita.
Además, muchos viven solos, por tanto deben salir a abastecerse o, más grave aún, a conseguir su sustento, ya que el Estado en eso sí los ignora. Este debería respetar su libertad de decidir sobre sus propias vidas y apoyarlos en caso de carecer de recursos.
Es una grosería y un atropello darle el calificativo de viejitos, con el cual no se les honra sino que se les desprecia. Así mismo, es discriminatorio que ellos deban cumplir confinamientos más estrictos que cualquier otro ciudadano. Deberían ser ellos quienes tengan el derecho de decidir sobre qué tanto quieren interactuar con sus semejantes en las calles, en igualdad de condiciones, cuidando de sí mismos cuando están en condición mental y física de hacerlo.
Por supuesto, que los mayores de setenta tienen menores expectativas de una larga vida que los jóvenes. Eso no es ningún descubrimiento. Sin embargo, penarlos con un confinamiento obligatorio mayor para tener un menor número de muertos (para así mostrar un mejor resultado estadístico) es un delito.
Que se deje atrás esa idea dominante de un menor número global de muertos como la máxima aspiración posible en la pandemia.
Sí, los viejos tienen mayor posibilidad de morir por cualquier enfermedad, pero no por eso hay que querer desaparecerlos. En sus arrugas está presente la belleza y la sabiduría del ser humano, no todo ha de ser un canto a la eterna juventud.