Era sábado siete de diciembre, una de la mañana, salíamos de una rumba, la aplicación tappsi no logró hallarme un taxi, así que, en plena 45 con Caracas decidí llamar al número de Taxis Verdes, donde me asignaron un móvil para que me transporte.
Después de 15 minutos de espera, el taxi llegó, mi amiga Adriana Maria Toledo Peña y yo lo abordamos y saludamos al conductor con un “buenas noches caballero”. El taxista inicia su carrera y al tiempo comienza a reprocharnos sobre por qué, según él, habíamos buscado otro taxi sin esperar el arribo de éste.
Mi amiga y yo nos miramos con cara de sorpresa ante los reproches del taxista, sin embargo no cruzamos palabra alguna e hicimos caso omiso a sus comentarios. Mi amiga llegó a su destino a pocas cuadras del recorrido y yo continué mi camino en el móvil.
El taxista continúa con los reproches, manifestando que cómo era posible que lo hicieran perder tiempo, gasolina y dinero, pues los pasajeros nunca esperaban en el lugar donde solicitaban el taxi.
Ante la insistencia y el hostigamiento del taxista, reaccioné y dije: “Discúlpeme, Señor, pero estoy sentado en su taxi, usted no tuvo que buscar la dirección porque nosotros nos dirigimos hacia su vehículo, así que le pido el favor de que no haga más reproches porque no tiene argumentos para hacerlos”.
El taxista continuó con más vehemencia sus quejas, pero con una actitud irascible, en ese instante me pregunté en vos baja: ¿Qué le pasa a este señor?, y nuevamente intervengo a su memorial de agravios para manifestarle que no iba a soportar más sus reproches y que sólo quería que me llevara a mi lugar de destino.
Ante mi reacción el taxista contestó: "¡Ah no! Así no podemos, usted me esta faltando al respeto y me esta gritando y así no lo voy a llevar y se baja del carro". Detiene el carro para que me baje de su carro.
Yo, más sorprendido aún le respondí: “usted me lleva a mi lugar de destino, ¡De este taxi no me bajo!”
El taxista me respondió: “Pues llame a la Policía o haga lo que quiera que este carro es mío”.
Atendiendo la invitación del taxista, llamé al 123 desde mi celular y en 5 minutos llegó una patrulla con dos uniformados. Después de algunos minutos, los policías lograron que el taxista me llevara a mi destino, por eso me volví a subir al taxi y el conductor, en ese momento me dice: "Bueno, la carrera le vale 20.000 pesos".
Ante las palabras del conductor aumentó mi sorpresa, que se sumaban al sin número de situaciones acaecidas en ese taxi, pues aunque el taxista acababa de hablar con los policías, y se suponía que ellos lo habían convencido de llevarme, él continuaba confrontándose conmigo, un ciudadano que solo quería que lo llevarán a su destino.
Frente a eso, le manifesté: “yo no voy a pagarle 20.000 pesos, yo le pago lo que diga el taxímetro (esperando que el taxímetro no estuviera alterado)”
Él nuevamente, como alguien que ha sido cargado negativamente, continúa con su discusión en voz más alta, a lo cual dije: “mire, usted cobre lo que es, cobre lo que recorrió hasta aquí y cobra lo que corra el taxímetro hasta mi destino”. El taxista dice: ¡Listo!
En ese momento yo respiré y pensé que se había acabado esta discusión, pensé que el taxista ya se había tranquilizado, en mi mente no había cabida para seguir con este cruce de palabras, sobre todo porque siempre he preferido una salida negociada antes que ganarme una mala pelea.
Diez segundos después, el conductor rompió el silencio y volvió como disco rayado al tema del abuso, que según él cometimos...
Yo pensaba en ese momento: “¿Cuál abuso?, es la una de la madrugada, estoy cansado, es diciembre”. Por eso le volví a decir al conductor: “Caballero, arranquemos de ceros, yo no sé qué problemas tenga usted, no se sí habrá discutido con alguien, pero yo no quiero discutir, es diciembre, así que Carlos (eso decía la planilla de precios del taxi), Buenas Noches, ¿cómo esta?...
Él, entre dientes dijo: Buenas noches, seguido de un silencio total...
Al rato el señor comienza a reprochar nuevamente aunque un poco más tranquilo, pero al fin reproche: que los pasajeros le hacían perder plata, gasolina y tiempo…
En una actitud conciliadora, le dije: “Carlos, Lo importante es que yo no lo hice perder tiempo, estoy en su taxi y si, hay gente que nos hace perder el tiempo, pero no somos todos”.
Después de algunos minutos hablando, Carlos, comienza a contarme su realidad: "Yo fui soldado y recibí un bombazo, perdí parte de un oído y tengo un problema en mi espalda, a mí se me duermen las piernas en este taxi y me toca a veces detenerme y buscar despertarlas... Me duele la espalda todos los días, la Junta Regional de Calificación de Invalidez dictaminó que tengo un 33% de invalidez. El Estado me dio una plática y con eso pagué este taxi, por eso es mío, pero demandé porque no me quieren dar mi pensión y todos los días es lo mismo. Por eso es que me pongo así con la gente, ellos no tienen la culpa y esto me duele. A veces quisiera darme un pepazo y ¡acabar con esto!
Yo, más consternado, continué con la conversación en un tono diferente pero amigable, al ver la realidad del taxista, una persona que tiene dolencias físicas y mentales, problemas que no tenemos muchos.
Después de varios minutos, la conversación me llevó a buscar motivar su alma, le dejé mi número de celular para que miráramos su caso jurídicamente, pues ese es mi deber como abogado.
Llegamos a mi destino, y le pregunté a Carlos por el valor de la carrera. Él me respondió: “¡nada!”
Me sorprendo de nuevo y le digo: “No Carlos, ¿cuánto vale?, no tiene por qué no cobrarme, ¿cuánto es?
Carlos nuevamente dice que NO, que no me va a cobrar.
Ante la insistencia de la negativa, le dije: “Bueno Carlos, por lo menos despidámonos amablemente – en ese instante le extiendo mi mano –.
Carlos me respondió: “No, ¡qué vergüenza!”, y comienza a llorar, mientras me decía que él no era así, que lo disculpara, que tenía mucho dolor por dentro y que su tragedia lo llevaba a comportarse así. Nuevamente habla de darse el pepazo...
Impresionado y más consternado que al principio, lo animo durante algunos minutos. Luego decide irse con el compromiso de llamarme para que lo pueda ayudar con su demanda.
Este suceso me conmovió, llegaron a mi mente muchos cuestionamientos sobre la vida: por qué nos preocupamos por pendejadas, por qué no disfrutamos cada instante de la vida, pero sobre todo me preguntaba: ¿Qué hubiese pasado si otra persona en una actitud hostil hubiese subido a ese taxi?, ¿Qué hubiera pasado si yo hubiese confrontando a Carlos? Pues Carlos era soldado... ¿Llevaría algún arma?, ¿Hubiésemos peleado?, ¿Estaría vivo? ¿Estaríamos vivos?
Carlos era una bomba de tiempo, pero logró soltar su dolor de una manera positiva…
Por eso quise compartir esta historia, porque considero que la mejor pelea es la que no se da, que reconocer a los demás es reconocerse a uno mismo y porque en nuestro país hay muchos Carlos buscando explotar…
Así que busquemos la posibilidad de que esa explosión sea de sonrisas y lágrimas, no de más muertos en esta ciudad.