Una frase desinteresada que muchos repiten, piensan y sienten cuando se trata de desconocer el dolor de una nación. Colombia amada en el triunfo, olvidada y sin memoria en el puño. El país que respira vida por cada límite y frontera que la rodea tiene unos huéspedes ingratos y maltratadores que solo se interesan en su patrimonio cuando conviene; una memoria histórica que trae melancolía teñida de sangre que no levanta un pueblo caído de rodillas ante la indiferencia de las casi 46 millones de almas que se conectan con un mismo código en amarillo, azul y rojo.
Ejemplos de apatía nacional como el del 6 de noviembre de 1985, cuando se presentó una coincidencia gris y como siempre… unos silencian a otros. El M-19 se tomó el Palacio de Justicia, hecho que aún hace parte del recuerdo oscuro de ésta patria que llora sus muertos en sigilo, una ministra de Comunicaciones que mandó a callar a un periodista que transmitía este episodio fue reemplazado por una “noticia de mayor importancia”; dos partidos de fútbol que enmudecieron los gritos de dolor de mujeres y hombres, padres, madres, hijos, hijas, hermanas, hermanos de todos y a la vez de ninguno que con sorpresa quedaron en medio de un conflicto inexplicable que aún no se resuelve por la indiferencia de tantos.
Otro más que alinear fue en Bojayá, un municipio del Chocó omitido en el vocabulario de un gobierno que hereda intereses propios y guerras sin dueños. Ese 2 de mayo del 2002, la sanguinaria guerrilla de las Farc sin corazón lanza un “cilindro bomba” al interior de la iglesia sumando más víctimas, entre ellas niños y niñas que se refugiaban de un conflicto que se disfraza y no cesa.
Se apostó al proceso de paz con las garantías por un inicio para quien hubiera perdido la esperanza en éste país. Un nuevo comienzo para ésta nación que debe dejar atrás desaparecidos y muertos por conflictos en el pasado. Son semillas de cambio al futuro de Colombia, donde habrá participación colectiva en una transformación a largo plazo, en donde todos son partícipes y protagonistas principales. No es responsabilidad del presidente de turno, es de cada uno comprar el boleto por el premio gordo y no pasar de largo como un simple turista que ve belleza en su paisaje sin intervenir en el cambio y se desentiende diciendo "no lo sé, soy turista".
