Cuando la Fuerza Aérea dio de baja a Cucho con varios de sus bandidos, el Presidente lo supo y se estremeció de gozo y orgullo. Cuando vino a descubrirse que entre esos bandidos o cómplices o secuestrados que dormían con Cucho había menores de edad, ya el Presidente no sabía nada. El que sabía era el ministro Botero, que terminó defenestrado por saber y no contar.
Cuando el Congreso aprobó la Ley de Financiamiento, que parece selva por lo de micos que lleva, el Presidente sabía y se relamía de gusto por tamaño suceso. Cuando la Ley se cayó en la Corte por visibles defectos de forma, el Presidente pasó a no saber, para dejar la cruz en los hombros del ministro Carrasquilla. Ahora no sabemos si sabe el Presidente que el Congreso, envalentonado por recientes inocultables victorias, le va a cobrar caro la derrota de Macías y la ministra del Interior en la Corte Constitucional. Pero va siendo hora de que lo sepa. Le bastará leer, si tiene espacio entre tanta gira y caminata, la columna en El Tiempo del dueño de Cambio Radical, Vargas Lleras, para enterarse de cuantas cosas le van a pedir en la aprobación de esta Ley, que se llama ahora de Reforma Tributaria.
No sabemos si el Presidente sabe que las calificadoras de riesgo están muy al tanto de la pésima situación fiscal del país, que iría a catastrófica si no saliera la Reforma Tributaria. Pues que vaya sabiendo que la cosa anda peliaguda, como dicen los que hablan sin ambages ni rodeos.
Pero no solo eso debe saber el Presidente. Vale la pena que se vaya enterando de lo que llaman las calificadoras el “perfil externo” de la economía, giro edulcorado para encubrir una dolorosa realidad: la ruina de las exportaciones y el crecimiento imparable de los déficits en las balanzas y en la cuenta corriente externa del país.
La última cifra conocida, cuenta que tenemos más de mil cuatrocientos millones de dólares mensuales de déficit en la balanza comercial. Dicho para profanos en economía, que salimos a mercar el mes de septiembre y nos quedó faltando la millonada dicha. Y que las cosas empeoran, porque cabe. El carbón se vende menos y a menos precio, porque con aquello del cambio climático, nadie lo quiere. El petróleo se estancó en el precio y no hay exportaciones manufactureras que valgan un ardite. Llenos de Tratados de Libre Comercio, solo valen para que nos atiborren de cosas importadas y no estamos vendiendo nada a tantos potenciales compradores. Que lo sepa el Presidente, antes de que se caigan Carrasquilla y el ministro de Comercio.
Tal vez no sabe el Presidente que no tiene su ministro de Agricultura, al que quieren emboscar en el Congreso, la culpa de lo que está pasando con el campo. Los precios de lo nuestro andan en caída y la devaluación ilusionó para luego evaporarse. Y nadie le mete un peso a una finca que le pueden expropiar mañana. Que sepa el Presidente que la Reforma Agraria de las Farc tiene aterrados a los agricultores y ganaderos, sin que se haga nada para su sosiego. Súmese a esa tragedia la caída del café y del azúcar en el mercado internacional y el panorama es desolador. Tal vez no lo sabe el Presidente.
Es posible que no sepa el Presidente que la seguridad es planta del pasado, hoy exhausta porque el narcotráfico anda a galope tendido sobre la Nación, como un Jinete del Apocalipsis. Y que la corrupción hace de las suyas, o por lo menos eso es lo que la gente piensa. Y que no hay justicia. Porque esa corrupción se viste de toga, mientras la amenaza a los bienes y la vida de los colombianos es cada minuto más angustiosa y más duramente percibida.
No sabe el Presidente que la marcha del 21 de noviembre
no es para reclamarle nada,
sino para tumbarlo
No supo el Presidente que en las elecciones territoriales le dieron una muenda a su partido, o acaso no sabe, o no le interesa saber que tiene un partido suyo, que sufre las consecuencias del malestar nacional y que navega a la deriva, porque lo juzgan partido de gobierno, pero no gobierna.
No sabe el Presidente que la marcha del 21 de noviembre no es para reclamarle nada, sino para tumbarlo. Y que esa aventura va a terminar muy mal, o para quienes la intentan o para su objetivo obvio, el Presidente. De modo que puede gastar su voz en Barichara diciendo cosas sensatas para discutir el tema, pero nadie lo quiere oír.
El Presidente está seguro de que son las encuestas las que mienten cuando le dan 69 % de desfavorabilidad popular. Que no descubra, demasiado tarde, que no tiene Congreso, ni opinión ni amigos verdaderos. Pasa con frecuencia. El sahumerio es grato pero inmensamente dañino. ¿Lo sabe el Presidente?