Aquellos que todavía creían que la renovación política, que tanto necesita Colombia, estaba en manos de las nuevas generaciones, deben darse un golpe contra la pared frente a los últimos acontecimientos. La llegada de David Barguil a la presidencia del Partido Conservador llenó de esperanza a muchos, aunque otros siempre desconfiábamos de sus relaciones en Córdoba. Sin embargo, los últimos acontecimientos confirman que seguimos en las mismas con los mismos, ante el horror de candidatos conservadores que reciben el aval de su partido y él simplemente deja una constancia de desaprobación. Perdón, pero la renuncia a la dirección del Partido, como lo hizo Galán, ha podido ser la muestra real de rechazo que era lo que se esperaba de alguien nuevo y distinto. Pero da pena reconocerlo: o Barguil es muy tímido frente a cambios profundos en esta política desacreditada, y sus denuncias son más palabras que hechos; o algo peor, dejó que la vieja guardia se lo pasara por la faja, quitándole toda autoridad. Tanto para Galán y más para Barguil, valdría la pena decir: "la transparencia política bien vale una curul". Pero nada de nada. Y no les da vergüenza.
Sigue tomando fuerza algo que empieza a hacer carrera en este país. Somos los mayores los que iniciaremos los cambios porque los jóvenes, con valiosas excepciones, definitivamente no quieren asumir los inmensos costos —eso es innegable—, de romper con las viejas estructuras. Por el contrario, estas nuevas generaciones lo que están demostrando es que su carrera personal está por encima de esa misión que, además, tanto cacarean: esa de traer de nuevo los valores de una sociedad decente. Tímidos, muy tímidos también, por decir lo menos, se ven la mayoría de académicos que no muestran alas de independencia frente a sus profesores, a sus promotores y a sus posibles empleadores. Qué tristeza. Y tampoco les da vergüenza.
Pero lo peor es que no existe conciencia sobre esta falta de creatividad, de iniciativas para romper con el statu quo. Y en el caso de la política, tampoco les da vergüenza terminar matando las posibilidades de nuevos rumbos asociados a la juventud. Como a los viejos políticos que hace tiempo demostraron que les resbala el desprecio de mucha gente frente a sus actuaciones, estos jóvenes —supuestos renovadores—, tampoco se dan por aludidos y creen que con dejar constancias inocuas, limpian su nombre para seguir proclamando que son motores del cambio.
Como resultado, gracias a los viejos gamonales y a los nuevo políticos que van por el mismo camino, estas próximas elecciones darán resultados peores que las anteriores. Esto es ya mucho decir. Lo más sano es renunciar a estas agrupaciones que, independientemente de la edad de sus dirigentes, son realmente la causa de muchos de los problemas de este país. Pero no, el poder político, así sea tan desprestigiado como está ahora, es poder, es mandar, emplear, dar contratos, en fin, manejar recursos del Estado.
Quienes vemos esta feria de avales a personajes realmente de dudosa trayectoria, no podemos seguir callados, temerosos de la censura que se viene porque muchos de estos individuos siguen mandando, y nos pasarán cuentas de cobro. A estos sectores, muchos de los cuales estamos en la juventud de la vejez, es bueno decirles que, al paso que vamos, se nos abre una oportunidad. Ya cargamos la culpa de dejar un país bastante desarticulado pero de pronto se nos abre la posibilidad de que, en vez de retirarnos a los cuarteles de invierno, iniciemos esos movimientos que generarían los cambios. Sería una linda manera de no acabar la vida lamentando todo lo que no pudimos o no quisimos hacer para lograr una sociedad distinta.
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