Resulta más que comprensible el hecho de que las preocupaciones principales del momento vayan y vengan entre la salud de la gente y la economía. Ha sido tan puntual el asunto, que algunos personajes han llegado hasta el absurdo de convertirlo en un dilema, en un cruce de caminos, como si al final tuviéramos que aceptar, como una contradicción insuperable, que priorizar la salud de la gente pasa por sacrificar la economía o que la decisión de reactivar la economía deba significar la pena de una mortandad enorme.
No obstante, por lo que estamos viendo, es clave llamarle la atención al gobierno en el sentido de que sus énfasis en la salud y la economía no pueden distraerlo de otros temas primordiales: me refiero, muy particularmente, a que el gobierno no puede seguir permitiendo que el crimen siga expandiendo sus fronteras, “como Pedro por su casa”, al supuesto amparo de la conmoción del coronavirus.
No me cabe la menor duda de que uno de los motivos principales por los cuales las mayorías llevaron a la presidencia a Iván Duque fue porque le creyeron la promesa de que él si frenaría la expansión exponencial de las economías ilegales en las regiones, que comenzaron a verse desde las negociaciones de la Habana entre Santos y las Farc.
La verdad, hasta hoy, casi que llegando a la mitad del gobierno, no hemos visto resultados en esta materia. Muy por el contrario, estamos observando con perplejidad cómo han vuelto a llegar grupos ilegales enfusilados a territorios que se habían podido librar de ellos desde hacía más de una década; me refiero a su reaparición en zonas como el norte del Valle y el Eje Cafetero o en territorios de Casanare, Antioquia, Córdoba, Vichada o Cesar, por ejemplo, adonde sus gentes creían que no tendrían que volver a padecer las dictaduras y las humillaciones que trae el crimen.
Ahora, más allá de la presencia de estos grupos en nuevos territorios, preocupa que no se vean ni la decisión política ni la estrategia clara con qué enfrentar, repito, la expansión exponencial del crimen en el territorio nacional -léase ciudades y campos-.
Con las broncas entre generales que se han filtrado en la prensa se alcanza a percibir una crisis interna de las fuerzas militares que parece tener qué ver con enfrentamientos por contratos y cuotas de poder, sin embargo puede presentirse, desde la distancia del observador, que la cosa puede ser aún peor: puede tratarse de una crisis de identidad moral e histórica de las fuerzas militares.
Histórica, porque pareciera ser que el único gen ideológico que les daba cohesión y sentido histórico era el gen anticomunista y antiguerrillero, y una vez superadas la guerra fría y el modelo guerrillero, como tales, no se aprecia que tengan en la actualidad la claridad contundente de cuál sea su misión en el presente de Colombia, más allá de la retahíla formalista de la “defensa de la Constitución y la Ley”.
Y moral, porque cuando un ejército no tiene clara su misión histórica corre el riesgo de perder su moral combativa. Y no sé si es que la prensa lo oculta, pero no se sienten a las Fuerzas Armadas combatiendo, de verdad y eficazmente, contra la invasión del crimen.
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Más allá de las contiendas por corrupción y celos de poder, estamos asistiendo a una crisis de ideas profunda en la política de seguridad de nuestro país
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Se observa que, más allá de las contiendas por corrupción y celos de poder, estamos asistiendo a una crisis de ideas profunda en la política de seguridad de nuestro país.
No sé qué tanto sepan del asunto los que están al frente del tema en el gobierno. Da la impresión de que creen que saben porque posiblemente se hayan leído dos o tres manualitos traídos de quién sabe dónde. Pero es evidente que no distinguen con claridad la diferencia elemental que existe entre un manual y una estrategia.
Estamos en un momento en que urge una visión POLÍTICO-MILITAR -sí, con mayúsculas-, integral, que oriente la reformulación de la política de seguridad de nuestra nación, y allí no parece haber quienes tengan noción de qué significa eso.
Que no vengan después con el cuentico de que no pudieron hacerlo por cuenta del coronavirus, cuando está claro que el problema viene desde antes y no han dado pie con bolas.
El presidente Duque ya está a punto de llegar a la mitad de su gobierno y es bueno que caiga en la cuenta de que, en esta materia, sus promesas de campaña siguen sin estrenarse.