Renegar sobre este país se ha vuelto el pan de cada día… y no es para menos. Hace casi un año las cifras del Instituto Nacional de Salud mostraban cómo en los seis primeros meses del 2016 habían muerto poco más de una centena de niños en el territorio nacional por física hambre. También, el año pasado, se denunciaron cerca de 315.000 hurtos en sus diferentes modalidades -más de 850 casos al día-; y, como si fuera poco, los datos muestran que durante ese periodo, el 72% de las víctimas de violencia sexual fueron niños y niñas menores de 10 años. Estas cifras se cuentan rápido, pero revelan un país violento hasta el tuétano e indiferente como él solo.
Ante esta situación, es apenas normal que una sensación de desesperanza, desilusión y desidia se propague, poco a poco, en la población colombiana, especialmente entre los más jóvenes. Y no es casualidad, pues son ellos quienes han tenido la oportunidad de acceder a mucha más información de la que nosotros, los más viejos, hubiéramos podido siquiera imaginar en toda nuestra vida. No es raro entonces que fuese esa generación la que se diera cuenta que Colombia es solo un país más, y del que no hay muchas cosas por las cuales sentirse orgulloso: James es un buen futbolista más, Shakira una buena cantante más, García Márquez un buen nobel de literatura más, y usted, querido lector, una noble persona más; una, entre los más de 7 mil millones de habitantes que hay sobre este planeta.
A estos jóvenes se les critica el no asumir el "deber de patria" o el "amor a esta tierra" con la misma convicción con la que lo hacíamos antes. Pero, ¿será cierto que se debe amar por encima de todo a un país que está a solo 15 puestos de ser el más desigual del mundo?, ¿tendrán ellos el deber de "entregar su vida" -literalmente- por una sociedad que ni siquiera ha sido capaz de garantizarles una buena educación? La respuesta creo que debería ser un no rotundo. No nos deben nada; nosotros, en cambio, les debemos el haberlos traído a este mundo sin siquiera preguntarles si querían hacerlo.
De allí que sea apenas normal que muchos de ellos anhelen irse de este país para nunca más volver. Y los entiendo, porque si tuviera su edad y viera la forma en la que la inestabilidad laboral crece y crece mientras la edad de jubilación se hace cada vez más distante, me preocuparía -y mucho- por lo que ocurrirá conmigo en la vejez. También creo que si fuera más joven y me diera cuenta de que en realidad se libró una guerra por más de 50 años para poder ocultar los enormes desfalcos provenientes de la corrupción, me sentiría profundamente desilusionado de la clase de "dirigentes" de este país y de las personas que siguen exacerbando el odio y la violencia entre nosotros por cuestiones políticas.
Pero entonces, ¿por qué si tienen esa sensación tan intensa de desarraigo y desencanto, no simplemente se van? Pues bueno, creo que la vida se encarga de enseñarnos que, por lo menos en Colombia, querer no es poder, y por muchas ganas que tengan de irse siempre se encontrarán con por lo menos tres obstáculos: la plata, el miedo, y las personas queridas. El primero de ellos, la plata, puede ser uno de los factores más importantes: comprar un pasaje a cualquiera de los países a los que acostumbran migrar los colombianos suele resultar bastante costoso: no todo el mundo tiene 4 millones de pesos entre el bolsillo para gastárselos en algo que no sabe si funcionará. Eso sin contar que para irse legalmente debe llevar una cantidad considerable de dinero y que con la devaluación de nuestra moneda, por más millones de pesos colombianos que lleve, a duras penas logrará sobrevivir un par de meses allá. Además, se debe tener en cuenta que debe contar con una visa que le permita trabajar, y esas no son tan fáciles de conseguir como las de turismo, de lo contrario corre el riesgo de ser deportado.
El segundo obstáculo, el miedo, siempre va a estar en su contra, puesto que mucho de aquello a lo que se van a enfrentar es totalmente desconocido y es apenas normal sentir pánico frente a lo que no conocemos: ¿dónde van a vivir?, ¿en qué van a trabajar?, ¿será que sí consiguen dónde quedarse?, ¿y si la plata no les alcanza para sobrevivir?, ¿será que con su poco nivel de inglés sí se logran defender?, ¿será que terminarán lavando baños?, etc. Finalmente, el último obstáculo, tiene que ver con sus seres queridos. Este es un tema bastante complicado, pues es innegable que los vínculos con la familia a veces son tan fuertes que el solo pensar en distanciarnos de ellos puede aminorar las intenciones de emprender cualquier proyecto.
Pese a esto, creo que el problema principal no es que se vayan o no, sino nuestra incapacidad por aceptar que pueden existir una y mil razones totalmente legítimas como para estar inconformes con el actual estado de cosas en el país y por las cuales se querrían ir de él. Colombia, a pesar de lo mucho que se insista en repetirlo, no es el país más feliz del mundo, o no por lo menos para ellos. Tal vez debamos empezar a reconocer la enorme cantidad de problemas que les hemos heredado. Tal vez tengamos que reflexionar a conciencia sobre si realmente existen razones por las cuales deberían quedarse acá. Cuando hagamos eso puede que llegue el día en el que dejemos de caer en el facilismo de decirles "entonces, ¿por qué no se va?".