De antemano aclaro que nací en Cali…
La verdad nunca he definido bien mi relación con Cali. No sé cómo estamos entre los dos. En ocasiones me agrada mucho, sin llegar al amor ciego. En otras, me es indiferente. Pero no son pocos los momentos en que la detesto. Supongo que lo anterior es una manifestación más de uno de mis defectos más fastidiosos: la indecisión. Lo cierto es que Cali me genera sentimientos encontrados todo el tiempo. Reconozco que siempre he estado deslumbrado por urbes de otros países, que al compararlas con Cali, ésta última parece un agujero negro de aburrimiento. Sí, lo sé, es una afirmación muy cruel, pero la Cali habitual es mi lugar común (la calle 5ta, San Antonio, el sur, la avenida Colombia) y no me atrevo a explorar otros ámbitos y espacios, porque la misma ciudad no me anima a hacerlo, pero estoy seguro hay una infinidad por doquier ¿Y por qué la ciudad me anima a hacerlo? No estoy muy seguro ¡Y una vez más la indecisión! La cuestión es que mi terco desgano me impide experimentar otras “Cali´s”. Me quedo con la Cali estereotipada, que venda mi percepción sobre la ciudad.
Al engañarme con la Cali estereotipada, su designación como “la capital mundial de la salsa” me da pereza. Y es en el mes de diciembre, especialmente es sus últimos 6 días, la Cali estereotipada sobresale omnipresentemente. Lo digo sin rodeos: no me gusta la salsa, de hecho, no me gusta bailar ningún ritmo que sea tropical y sus derivados. Considero que soy una persona que carece de ese “no sé qué” que se lleva en la sangre que, de forma espontánea, impulsa a las personas a no quedarse sentados y demostrar de forma contundente su swing. Bailar salsa y merengue es complejo, y ahora con los nuevos géneros como bachata, salsa choke y reggaetón, el listón está aun más arriba. Para bailar esta música sencillamente, o se hace bien o se hace mal. Se nota a leguas cuando alguien tieso quiere sentir el tumbao; los resultados son muy mecánicos y cerebrales. Para bailar rico no hay que meterle cacumen al asunto, el tumbao sincroniza los brazos y las piernas con el ritmo y todo fluye sin esfuerzo entre la pareja. Pero si uno de los dos es un tronco, el baile es incómodo para ambos. Momentos así son bochornosos; los he vivido unas cuentas veces. En todo caso, yo soy un tronco y no tengo tumbao, por eso no estoy muy relacionado con los rumbeaderos tradicionales de la ciudad (juanchito, menga), de los que todo el mundo hace alarde de ir cada fin de semana. En las pocas veces que he asistido a esos lugares no la he pasado muy bien, a excepción cuando me emborrachaba hasta la médula.
El punto es que mis huesos no vibran con esa “Cali pachanguera”, de hecho, tienen osteoporosis rumbera. Si por mi fuera, sólo iría a rumbas de trans, electrónica o como sea que se llame ahora ese género. Es sencillo, sólo hay que saltar hasta quedarse sin patas y listo. Si le quieres agregar algún otro movimiento es sólo un aditivo, pero no hay necesidad de “la mano va así” o “el pie se desliza hacia atrás mientras dobla la rodilla opuesta”, o vainas así.
No sé por qué todo el mundo (caleños y foráneos) asume que los caleños bailamos súper bien y muy rico. Todos ponen cara de desilusión, en especial las mujeres, al comentarles que no se bailar y que no me gusta. “¡Pero si eres de Cali!”, me dicen, poniendo una cara tonta de sorpresa. He tenido tantos momentos latosos al tener que explicar que ser caleño no me hace querer lo mismo que “lo que quiere Lupita”. ¿Acaso no habrá cesarenses que odien el vallenato? ¿O mexicanos que sientan asco por el ají? Luego salen con el cuento de que el baile es una forma de socializar y conocer personas y no sé qué más. Al parecer los troncos que no queremos hacer el ridículo somos asociales.
Cali al ser sinónimo de “¡OIGA, MIRE, VEA!”…¡¡¡BAILE!!!, pierde puntos conmigo. Y los caleños también, al restregarme su tumbao, exigirme mí aporte al azote de baldosa y, al no hacer tal, considerarme un caleño chiviado. Me siento mejor autoexcluyéndome y estando al margen de todo ese bailoteo. Este ámbito musical de la ciudad no es para mí. No hago parte de él. Que lo disfruten los que sienten efervescencia y alegría al momento de zarandearse, y que me dejen en paz. Por lo menos mi vida es un poco menos complicada al no importarme la diferencia entre “pachanga” y “charanga”.
Lo que si me pone pensativo es por qué habré salido tan insípido para el bailongo, cuando todos mis familiares (a excepción de mi hermana menor) sufren descargas eléctricas en sus piernas y caderas en cada reunión. ¿Qué será que sucedió con mis genes? Por tal motivo, las fiestas familiares siempre se me hacen eternas. Además, nunca falta la invitación incomoda por parte de alguna pariente lejana que quiere “medirme el aceite” en la pista, pero la pobre no sabe que ni siquiera tengo “aceite”. En esos momentos como quisiera que mi papá fuera el de “Lupita” para que hablara por mí.
Podría seguir quejándome, pero no sería ni justo ni necesario. Quizás mi “aventura será más bonita” cuando conozca otras ciudades y quede obnubilado. Pero muy frecuentemente al tener altas expectativas es cuando más fácil uno queda decepcionado. Quizás, en un futuro hipotético cuando este achantado por una “cuestión de pandebono” en una ciudad extraña y gris, voy a revalorizar mi relación con mi ciudad natal y deseare “pasar por la 5ta y atravesar mi Cali bella”. Ahí será el momento en que Cali, los caleños y yo nos amemos ciegamente.
Yo no le creo a Cali
"Nunca me gustó la ciudad, siempre me aburrió"
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