Las mujeres desde siempre hemos sido símbolos de inferioridad, se nos ha infundido la debilidad que se asume va ligada a nuestro sexo. Desde pequeñas nos enseñan a ser sumisas, a que los juguetes ideales para nosotras deben ser los bebés, la cocinita y las Barbies, mientras los niños juegan a ser empresarios, con carros, motos y son los que van a trabajar en el juego de la mamá y el papá, mientras la niña cocina. Nos enseñan que tenemos que ser lindas, tiernas, dulces, de la casa, que la calle no es para nosotras porque si sí somos unas putas; que si hablamos de sexo, si lo disfrutamos y si salimos con muchos también, pero si no lo hacemos es porque seguramente somos feas o unas santurronas; que el rosado es nuestro color; que siempre somos las rescatadas en los cuentos porque somos las desvalidas, las que necesitamos de otros, y que el poder y la fuerza son términos que no van con nosotras, que no nos definen.
No me interesa ser mujer si para serlo tengo que ser sumisa, débil y delicada, si mi pelo tiene que ser largo porque si no seguro soy lesbiana. No me interesa en absoluto si tengo que ser esposa y mi propósito ser madre solo por ser mujer, si tengo que ser delgada y afeminada, si no puedo sentarme con las piernas abiertas, si no me maquillo porque no quiero, porque no debo, si me niego a jugar bajo las reglas de una sociedad que nos ha narrado el ser mujer, dividiéndonos entre putas y santas, entonces, no me interesa ser mujer.
Nosotras mismas nos hemos comido el cuento de que ser mujer es encajar en todos los estereotipos que vemos y nos enseñan desde pequeñas, nos narramos y construimos sobre esos ideales femeninos, y nos criticamos y destruimos entre nosotras cuando alguna no los sigue, porque nos han dicho que las mujeres somos “chismosas”, “locas”, “mandonas”, “gritonas”, “exageradas”, acciones que se consideran normales que esconden tras de sí etiquetas sociales machistas y misóginas con las que hemos vivido siempre y que pasan desapercibidas, violencias blandas y normalizadas. Bases de violencia donde se germina la construcción y se estereotipa el imaginario de mujer, produciendo un daño sostenido a nuestra autonomía y a la forma en cómo nos vemos y reconocemos como sujetos frente a los demás. No me interesa ser mujer.