El mercado laboral está cambiando rápida y abruptamente en todo el planeta. Como si se tratase de un conflicto como el colombiano, los desplazados laborales procedentes de sectores tradicionales son millones en todas las latitudes.
En las economías avanzadas, los antiguos obreros siderúrgicos y de las industrias afines a la automotriz, entre otras, convertidos a mediados del siglo XX en clases medias con alto poder adquisitivo, son hoy las víctimas de la globalización y las nuevas tecnologías. Sin ellos, en los Estados Unidos, con su nostalgia de épocas irrecuperables, no hubiera triunfado Trump en las elecciones del pasado 8 de noviembre.
Nuevos oferentes de servicios y consumidores con exigencias diferentes, más informados, con acceso a las ofertas disponibles, tanto las de corte tradicional como las mas insospechadas, con capacidad de opinar e incidir, son los protagonistas en los nuevos mercados digitales.
En consecuencia, sin que nadie lo anuncie, el mercado laboral exige nuevas competencias y destrezas. Competencias que las instituciones de educación superior (IES), ancladas muchas de ellas en modelos verticales transmisores de información, de baja calidad y relevancia, no están generando en los estudiantes.
El cuento del empleo de por vida, vigente hace cincuenta y cuarenta años, no está en el radar de los jóvenes de hoy. Por añadidura, el sueño de la pensión y de la edad de retiro no está en su presupuesto de vida.
Es la época de los tiempos breves de trabajo en una organización, es decir, de la alta rotación laboral, y de los contratos a término fijo. El free-lance está a la orden del día. Es, también, la era de las oportunidades para crear empresas livianas, dúctiles, que aprovechen las plataformas digitales que hacen realidad la ubicuidad, o sea, la posibilidad de concurrir en mercados virtuales prescindiendo de los requisitos de logística del pasado. El mercado deja de ser una abstracción atada al espacio físico; la forma de comunicarse oferentes y demandantes prescinde ahora de los intermediarios, sustituida por el acceso a un simple celular.
Estamos ante una nueva forma de empresas
caracterizadas por las más altas tasas de innovación,
que se mueven en espacios diferentes a los tradicionales
Industrias como la automotriz, la siderúrgica, las de electrodomésticos, las petroleras, que, desde luego siguen jugando un papel en la producción actual de bienes, son desplazadas por los gigantes de internet y, en general, por las que proveen las plataformas digitales. Sea Facebook, Google, Amazon, Alibaba, Apple, estamos ante una nueva forma de empresas caracterizadas por las más altas tasas de innovación, que se mueven en espacios diferentes a los tradicionales.
Una característica clave radica en que el uso de las plataformas digitales consigue unir oferta de servicios con la demanda, sin que los oferentes cuenten con “cosas”, con inventarios y activos cuantiosos. Así, Uber es la organización que ofrece servicios de transporte más grande del mundo sin que posea un solo taxi. Facebook, la red social más grande, ofrece el el mayor volumen de contenidos digitales sin producirlos, ya que son los usuarios quienes los crean. Airbnb, la organización con la mayor oferta de servicios de alojamiento, superior a la de culaquier cadena Hilton o Marriot, no tiene propiedad en finca raíz.
Las mencionadas son organizaciones grandes, que en algún momento fueron start-ups, pequeños proyectos empresariales. Hoy hay decenas de millones de pequeñas empresas que, en el mundo entero, se abren paso en los mercados, ofreciendo servicios de primera calidad, suministrados en forma rápida y a precios atractivos a través de las plataformas digitales.
La oferta puede ser tan prosaica como se quiera. Muy al estilo de Uber (lo más ususal, para servicios “comunes”: quien ofrece un servicio determinado está inscrito en la plataforma, quien lo demanda, ídem; el cliente paga con tarjeta de crédito y los dueños de la plataforma cobran un pocentaje del total), la oferta puede incluir servicios tan prosaicos como sacar el perro de paseo, llevar ropa a la lavandería, encargar comida rápida de alta calidad, hacer el mercado, hasta contar con asesoría jurídica empresarial. Quienes crean tal tipo de empresas, así como quienes se vinculan a ofrecer sus servicios, requieren de un nuevo tipo de competencias.
Thomas Friedman, el autor de la ya legendaria obra La Tierra es plana (2005), simula una entrevista del director de recursos humanos de Google en el proceso de enganche de nuevos empleados. A los jóvenes aspirantes se les diría algo así:
No nos interesa en qué universidad estudiaste, ni qué apellido tienes, ni qué sabes, ya que Google lo sabe todo. Lo que nos importa es tu creatividad, lo que puedes hacer con lo que haces, tu capacidad de innovar, tu iniciativa, tu liderazgo, tu habilidad de trabajar en equipo. Y algo muy importante: tu capacidad de aprender permanentemente, ya que el conocimiento se vuelve obsoleto muy rápidamente.
A sus hijas Friedman les da cuatro consejos en relación con la actitud que deben tener frente a las nuevas realidades laborales:
- Piensen siempre como un inmigrante. El inmigrante llega a un país extraño como una esponja, dispuesto a aprender, sin la “retaguardia” familiar y social que los nativos tienen, dispuestos a jugársela ofreciendo bienes y servicios en forma innovadora y con mínimos recursos.
- Actúen como artesanos: millones de personas están dispuestas a realizar cualquier tarea que ustedes emprendan, excepto que, como el artesano, dejen su impronta personal en ella.
- Estén siempre en “modo beta”, es decir, considérense como obra en construcción, en permanente proceso de aprendizaje. Quienes crean que se las saben todas, es decir, quienes juzgan que están ya terminados, pues literalmente, están terminados.
- Dejen siempre, en lo que hacen, una ñapa, un extra en su trabajo, que complazca al cliente.