Creo que todo lo que se ha dicho de Donald Trump es cierto. Es racista, homófobo, machista, misógino, extravagante, payaso, irresponsable, etc. Pero eso no es suficiente para explicar lo que acaba de ocurrir en la catedral del mercado, del libre comercio, la fábrica del dólar, la guarida del gran capataz, el estadio del consumo, es decir: los Estados Unidos.
No basta con la simplificación de que Trump es famoso, multimillonario y, la Clinton representa el desgaste de los periodos sucesivos del partido Demócrata, es impopular y no pudo conectar con las masas.
Cómo es posible que las mujeres en su gran mayoría hayan decidido volcarse a apoyar a quien las maltrataba en público (imaginen en privado) y no darle su voto a la primera mujer que podría haber llegado a la presidencia de la nación mas poderosa de la tierra.
Qué explicación dar del voto latino e inmigrante que se abstuvo o prefirió al magnate luego de lo que este hombre anunció en campaña.
Tal vez nos quedamos con lo que los medios repetían todo el tiempo: el muro, la expulsión de ilegales, las obscenidades contra las mujeres, la humillación hacia los mexicanos, y no escuchamos lo que emocionaba a millones de trabajadores de los cinturones industriales de los grandes Estados y en particular a esa masa blanca pobre, no ilustrada que añora vivir en la época dorada del sueño americano, es decir al 70 por ciento de la población de los Estados Unidos.
Una encuesta hecha por Working America, una entidad que trabaja para la Federación del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO) en los EE. UU., entrevistó a 1.600 votantes blancos de clase trabajadora de los suburbios de Cleveland y Pittsburgh y las respuestas son sorprendentes. La gran mayoría admitió que se identificaba con Trump, incluidos los afiliados de los sindicatos tradicionalmente demócratas. Y la preocupación que salía a flote en todas las respuestas era la economía y el comercio y no el racismo o la xenofobia.
El mensaje mas repetido por Trump se relacionaba con los tratados comerciales, la política de rescate de los bancos y revisiones a los auxilios generosos que el gobierno le da a las aseguradoras, a la industria farmacéutica y a al complejo militar.
Otro filón muy común en los desenhebrados discursos de Trump era la molestia por el traslado de empresas, marcas y franquicias que todos los días se tramitan en EE. UU. hacia otros países gracias al Nafta y otros acuerdos de libre comercio dejando en el desempleo y la penuria a centenares de miles de manos trabajadoras. Y lo decía de manera escueta: "hemos reconstruido China y por el contrario nuestro país se cae a trozos. Nuestras infraestructuras se están cayendo a trozos. Nuestros aeropuertos parecen del Tercer Mundo".
Una de las claves para entender el fenómeno Trump la dio “Bernie” Sanders. A Hillary Clinton le costó disputarle la nominación dentro del Partido Demócrata al político de Vermont.
Sanders puede considerarse como un auténtico socialista dentro de su partido, quien durante 30 años ha votado de manera coherente y a quien las nuevas ciudadanías le reconocen el valor de su interpelación y su discurso. Este hombre puso en su sitio a la Clinton y de paso al verdadero poder en los Estados Unidos. Al final el establecimiento lo molió y lo obligó a que ayudara en la confección de la contrincante de Trump.
Pero no es Hillary Clinton quien enarbola el relato crítico de Sanders, es Trump. A su estilo, es cierto, pero en la narrativa del republicano se cuelan los señalamientos que argumentaba el senador de Vermont. Que no son otros que revisar las consecuencias sociales del neoliberalismo, los beneficios particulares del anclaje de los tratados comerciales y la pérdida de competitividad de amplísimos sectores sociales, que se han ido pauperizando, perdiendo terreno y enclaustrados desaparecieron de la vitrina exitosa que vende en los medios masivos el poder en Washington.
Esa masa que estaba ahí, que no aparece en las revistas ni en la prensa ni en las encuestas, pero que tampoco es objeto de la televisión y de la poderosa industria del entretenimiento, encontró a Donald Trump en el momento indicado y lo abrazó de manera contundente.
Es, guardando las proporciones, lo que ocurrió cuando la negritud venezolana encontró a Chávez luego del “caracazo” y sorprendió arrasando al bipartidismo adeco-copeyano. O cómo esa masa campesina que hoy día puebla las ciudades colombianas, pero que en su cultura y pensamiento sigue siendo rural, con fuerte arraigo conservador y religioso que salió a votar por el NO, en el plebiscito por la paz de Colombia.
Esa multitudinaria masa gringa que el capitalismo en todo su esplendor va desechando y marginando encontró en Trump su voz. Hace tiempo que el Partido Demócrata abandonó la reivindicación obrera y dejó de defender las causas sociales, si es que en algún periodo lo hizo, pero lo menos, con su pinta de izquierda era presentado para diferenciarlo de la visión de derecha republicana.
Como ocurre en España, en donde el Partido Socialista Obrero Español, ahora dentro del establecimiento, ni es socialista ni es obrero, apenas le quedan dos letras PE, es el pago que hay que hacer para acceder al club del poder. Al Partido Demócrata le ocurrió lo mismo, junto con el Republicano hacen parte del establecimiento estadounidense, son partidos de gobierno y allí se hace lo que el poder dice no lo que anima a los electores que asisten a los mítines.
Trump hizo una campaña desobedeciendo el ritual de los políticos correctos. Incluso, ganándose la desafección de su propio partido. Actuó con ramplonería a espaldas de los grandes medios y en contra de la “lógica previsible” gringa. Lo pudo hacer porque no tenía que hacerse conocer, ya era muy popular, y de paso no necesitaba fondos de los dueños de la política y la riqueza porque es inmensamente acaudalado.
Unos apuntes finales. Ganó Trump porque fue el único que en la tarima liaba epítetos que tenían que ver con la miseria en la que están cayendo amplias capas sociales en los Estados Unidos, esos sectores le dieron la victoria. Votar a la Clinton era continuar con lo que hicieron su esposo y ahora Obama durante cuatro periodos, es decir, entronizar el modelo en donde se concentra la riqueza y se reparte la pobreza.
Ahora bien, ¿les cumplirá Donald Trump? No, eso en Estados Unidos no es posible. Allí como en muchos países la democracia electoral es un albur. Es la etiqueta, es el traje del convite. El verdadero poder, quien dicta la orden y quien la ejecuta es el gobierno de las multinacionales y las corporaciones; el manejo de la economía está en sus bolsillos. Los presidentes y los congresos son apenas los actores de la trama, pero el guion está preestablecido y no permite versionarse.
Toda la política, los poderes, la arquitectura jurídica, normativa y su aplicación están predeterminados. El ejecutivo es un firmón y un rostro para los medios, nada más. Y si por algún motivo un personaje, comiéndose el cuento que representa al público quiere hacerse el gracioso de no cumplir con el rol, siempre habrá un pistolero solitario con algún “problema esquizoide” que cumple con su labor para beneficio de la República.