Estoy segura de que el problema es mío, pero me cuesta tomar en serio algunas de las propuestas mediáticas del exalcalde de Bogotá, excandidato a la presidencia y exrector de la Universidad Nacional, Antanas Mockus.
A pesar de estar convencida de las sanas intenciones de pedagogía ciudadana que lo mueven a promover y hacer lo que hace –incluso a decir lo que dice–, no logro encajar sus puestas en escena con la complicada realidad nacional.
No termino de entenderlas, qué le vamos a hacer.
Casarse en un circo, tirarle un vaso de agua a un interlocutor –lo que hizo cierta vez con Serpa es violentar al prójimo, creo–, pelar la nalga frente a un auditorio díscolo o hacer pipí encima de un grupo de estudiantes bullosos, recorrer las calles disfrazado de superhéroe –seguido de cámaras, claro–, celebrar el paso de su campaña a segunda vuelta –entre otras cosas gracias a mi voto, que no repetí– con el coro escuelero de “yo vine porque quise, a mí no me pagaron”, etcétera y etcétera, puede que sean muestras de una inteligencia superior para matemáticos y mockusianos a ultranza.
Para los que no, son apenas extravagancias. “Payasadas” dicen sus contradictores.
El más reciente de los chispazos le sobrevino hace meses, dijo, mientras dictaba una conferencia en la Universidad de Columbia. ¡Eureka: una guerra de almohadas! Estaba clarísimo, a punta de almohadazos nos entenderíamos mejor los colombianos.
Creyó que era original. Y no. (Aún tengo frescas las guerras de almohadas que, atrincherados tras las camas, jugábamos un montón de primos en las noches tierrafrías de la finca de los abuelos; y, por supuesto, tengo frescos los regaños por no dejar dormir a los mayores).
El 2 de abril es el Día Internacional de la Guerra de Almohadas (International Pillow Fight Day) que se celebra en varias ciudades del mundo. Entre ellas Barcelona, he sido testigo de ese encuentro lúdico que tiene como fin descargar el estrés sin acudir a la agresividad. Con las plumas y los rellenos de poliéster como únicas armas, grupos de amigos se encuentran en Plaza Cataluña que se llena a reventar y ponen a volar almohadas de colores e imaginación, con las frases divertidas con las que las personalizan. Cada participante lleva una, cumpliendo con unas normas básicas que se divulgan con anterioridad: no pueden ser duras, ni llevar cremalleras, ni se le pueden tirar a quien no tenga la suya.
Diez años, si no estoy mal, está por cumplir esta fiesta blanca cuyo epicentro es Nueva York. (Allí está Columbia, qué casualidad). Lo que significa que antes de que a Mockus se le prendiera el bombillo, el alumbrado público ya estaba encendido. (Ay, la originalidad).
En fin. Con el lema: “Última guerra en Colombia, una guerra de almohadas”, el director de Corpovisionarios se consiguió la plazoleta de la Universidad del Rosario –la universidad es terreno propicio para explorar alternativas– y extendió invitación abierta a los bogotanos para que intercambiaran disparos de plumas el jueves pasado a las 4:00 de la tarde.
Cerca de 300 estudiantes respondieron al llamado y durante un cuarto de hora –todos tenemos derecho a nuestro cuarto de hora– se lanzaron ráfagas blandas, mientras los 48 millones de compatriotas restantes no se daban por enterados o ignoraban esa “forma de recuperar la inocencia y la sinceridad” a voluntad.
A tal polarización hemos llegado:
o el fusil o el cojín
¿Qué es mejor: alzarse en armas o en almohadas?, es la pregunta que se tienen que aguantar los escépticos. A tal polarización hemos llegado: o el fusil o el cojín. Ojalá fuera tan sencillo tomar posición en un momento histórico confuso, en el que entre el blanco y el negro subyacen múltiples matices.
Y no sólo por el proceso de paz, que también –¿se imaginan el plumero que hubiera volado sobre La Habana entre negociadores del gobierno y las Farc en estos años de negociaciones? –, sino, y de manera especial, por la cotidianidad informativa. (Léase: Santos vs. Uribe, Uribe vs. La Habana, Ordóñez vs. Santos, Serpa vs. Vargas Lleras, Gaviria vs. Vargas Lleras y Ordóñez, Roy vs. Uribe y Ordóñez; Bernabé vs. Muchilanga; Burundanga vs. Bernabé, y así).
Razón tiene Moisés Wasserman, otro exrector de la Nacional, cuando afirma que justo cuando el país está buscando diálogo con los considerados extremistas, la guerrilla, el diálogo entre los líderes va desapareciendo. Flaco favor les haríamos, entonces, sugiriéndoles reemplazar las palabras por las almohadas.
Sobre todo, porque no habría pluma para tanta almohada, profesor Mockus. (Además, ¿qué sería de nosotros, los alérgicos?)
COPETE DE CREMA: Recursivos como nos preciamos de ser los colombianos, rápido cambiaríamos los inofensivos rellenos de plumón o látex o espuma o agua o cáscara de alforfón, por los ofensivos de guijarros o cascajo o escombros o metralla. Genios y figuras…