Los humanos somos la única especie que permite y acepta conscientemente el hambre y la pobreza de sus semejantes, ya sea por nuestra propia y directa decisión o por indiferencia intelectual y moral. Esto hace que haya injerencias masivas sociales que permiten injusticias u omiten decisiones solidarias con las que se podrían rechazar las concreciones de las desigualdades sociales, que concluyen en la provocación y en la producción de acciones inequitativas sobre seres humanos desprovistos de capacidades físicas, mentales o económicas para modificar o mejorar su crítica situación personal.
Encontrar una explicación de esta condición se ha convertido en todo un galimatías ético y moral, ya que hemos sido condicionados, a través del tiempo, por sistemas educativos, religiosos, culturales, económicos y hasta de índole militar con los cuales se hubiera podido concientizar a la mayoría de las personas para que lleguen a admitir este tipo de inequidades e injusticias sociales.
Sin embargo, estos sistemas hacen todo lo contrario: que el ser humano las naturalice y racionalice en su cabeza, justificando fácilmente las ausencias de las solidaridades que se requieren para no permitirlas; transformando a los seres humanos en simples masas sociales, rebaños insensibles e indiferentes. Con mentes que se pueden programar de generación en generación para ser simples testigos mudos, incapaces de tomar acciones y decisiones pertinentes que rechacen e impidan la acción, por parte de quienes se acorazan emocionalmente, de obtener beneficios personales sobre los generales.
Estas actitudes que vienen haciendo carrera sobre la Tierra convierten a la humanidad en una especie singular: que ignore por completo el hambre y el sufrimiento del otro, aunque esté frente a toda una aberración social, ética y moral.
La normalización de las injusticias sociales y la indiferencia asumida por la especie humana ante la destrucción del medioambiente son señales más que evidentes de una manipulación masiva de pueblos y sociedades, que terminan siendo incapaces de comprender el papel que tienen y juegan en las cadenas evolutivas, requeridas para armonizar en la convivencia y supervivencia con todas las demás especies que forman parte de la pirámide de la vida en general, para, de esta manera, articularnos con las leyes universales que provocan las reacciones naturales.
Estamos, como seres vivos, jugando un juego demasiado peligroso, diría que mortal, en el cual apenas estamos comenzando a notar los resultados y sus consecuencias. Si como especie no entendemos sus efectos y secuelas, estamos inocente e ingenuamente aceptando que la consecuencia sea la extinción de nuestra especie, y de todas las demás que caigan con nosotros para dar primacía a otras menos egoístas y más solidarias.
Por lo tanto, el relajamiento ético y moral con el que nos estamos tratando entre todos es simplemente una irracionalidad estúpida. Esto solo les sirve a aquellos imbéciles que consideran su comportamiento egoísta e individual como el mayor éxito evolutivo entre una especie incapaz de utilizar su supuesta intelectualidad, surgida y ganada en esa carrera evolutiva contra y sobre las demás especies. Si no cambiamos esta tendencia, estamos condenados a desaparecer de un escenario donde creíamos prevalecer.