No hay partido del pueblo. El pueblo debe ser el partido

No hay partido del pueblo. El pueblo debe ser el partido

Cuando la acción política estaba circunscrita a los partidos, Gaitán tuvo la idea de que el pueblo se tomara el Partido Liberal. Hoy funciona de otra manera

Por: Juan Manuel Montoya Tovar
febrero 21, 2022
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No hay partido del pueblo. El pueblo debe ser el partido
Fotos: Wikimedia/Leonel Cordero

“El partido liberal es el partido del pueblo…”, reza el comienzo de la declaración ideológica del ya no tan glorioso Partido Liberal colombiano. La idea del Partido Liberal como partido del pueblo fue autoría del insigne líder popular Jorge Eliécer Gaitán. Sin embargo, eran otros tiempos en donde la acción política estaba circunscrita a los partidos y no a otras maneras inexistentes de organización colectiva para practicar la política.

Gaitán leyó audazmente la psicología de un pueblo colombiano, que empezaba una transición de un país predominantemente rural a un nuevo país urbano, que respondía a la voz de partido liberal o partido conservador desde una herencia afectiva más que desde una claridad ideológica. Desde luego, Gaitán respondía a su militancia liberal con una perspectiva más histórica, en la que aquel partido había realizado gestas como la abolición de la esclavitud, libertad de prensa, etcétera, pues el caudillo no profesaba ideas propiamente liberales sino ideas socialistas.

Así, Gaitán se propuso que el pueblo se tomase el Partido Liberal para que la oligarquía liberal se fuese al Partido Conservador. La victoria de Gaitán y su movimiento sobre la élite tradicional del liberalismo hizo posible que la fórmula del Partido Liberal como partido del pueblo fuese brevemente posible durante los años 1947 y 1948, porque a la muerte de este, el pueblo fue Partido Liberal pero el Partido Liberal nunca fue pueblo.

La violencia bipartidista, para algunos una violencia solapada de sectarismo político y religioso de los latifundistas contra el campesinado colombiano, y para otros el reciclaje de las guerras civiles del siglo XIX, produjo la fórmula política denominada como Frente Nacional, donde liberales y conservadores se repartieron equitativamente el Estado colombiano a expensas de otras manifestaciones políticas y la inconformidad ciudadana.

Sin embargo, el Frente Nacional, si se mira la historia nacional con detenimiento, no fue más que la reedición de pactos entre las oligarquías de ambos partidos cuando el pueblo se encontraba en un inicial estado de rebeldía capaz de derivar en una revolución democrática. El Frente Nacional fue solo la formalidad de la pérdida de identidad doctrinaria de ambos partidos, pérdida que el mismo Gaitán ya había identificado y por eso su consigna era la lucha del pueblo contra las oligarquías liberal y conservadora.

Pese a que la tesis de país nacional versus país político aún tenga vigencia después de casi 80 años de formulada, ciertamente es que la forma organizativa denominada partido no es capaz de representar al pueblo colombiano, no obstante a que se hagan esfuerzos por parte de los partidos por presentarse como organizaciones pluralistas y democráticas.

Luis Carlos Galán diría, en uno de sus discursos en la campaña presidencial de 1982, que los partidos políticos en Colombia ya no eran instrumentos de interpretación de la realidad nacional. A pesar de esto, Gaitán como Galán, aclarando sus diferentes concepciones, uno desde una concepción transformadora o rupturista del sistema y el otro más de desde una concepción de ética del sistema, terminaron cifrando sus esperanzas de acción política en el sistema de partidos; por supuesto eran otros tiempos a los tiempos actuales en que la ausencia de veloces tecnologías de la información y la comunicación hacían fortuito el uso de estructuras intermediarias entre el poder del Estado y los ciudadanos.

La Constitución de 1991 dio paso más a un teatro en el que facciones de los viejos partidos, antiguos grupos armados y hasta grupos religiosos se transformaron en nuevos partidos y movimientos electorales, que a una auténtica apertura de la democracia, a pesar de las rimbombancias del texto constitucional, tales como Estado social de derecho, pluralismo y democracia participativa.

El pluripartidismo en Colombia esultó atomizando la corrupción y le ha vendido a la ciudadanía una ilusoria ampliación de la democracia. La abstención del pueblo a participar es un signo de que la democracia colombiana no funciona, pues el Estado sigue siendo percibido como algo ajeno a las mayorías ciudadanías.

Es claro que sin élites y jerarquías el funcionamiento de la sociedad se hace más complejo, pero no regularlas hace que la ciudadanía común viva en el oprobio y algunos sectores que se han movilizado hacia altas esferas socioeconómicas a través de ilícitos sean los únicos capaces de hacer su propia revolución. De allí que el cineasta chileno radicado en Colombia Dunav Kuzmanich afirmase que en el país la única revolución social triunfante haya sido el narcotráfico; por ello, no es descabellado concluir que, a partir de la asunción de los nuevos ricos al poder político, el régimen oligárquico haya degenerado en un régimen narco-oligárquico.

Hoy como siempre los partidos constituyen empresas burocráticas que imposibilitan el quehacer democrático y en ese orden se hallan en contravía a los intereses del pueblo. La crisis del sistema de partidos es más que evidente, aun cuando los adherentes del sistema crean que criticar a los partidos es populismo o demagogia.

Lo cierto es que la nuevas tecnologías de información y la comunicación y las exigencias de transparencia institucional hacen posible la implementación de mecanismos de democracia directa, pese a que los defensores acríticos de la carta magna digan que en ella aparecen mecanismos de participación ciudadana, en realidad el fracaso de tales radica en su tremenda ineficiencia y que no están orientados para que el pueblo participe directamente de las decisiones del poder público, sino para refrendarlas.

La ciudadanía no tiene la posibilidad de vetar normas jurídicas o actuaciones administrativas que le sean adversas, salvo delegar, por medio de acciones o recursos, la función del control de constitucionalidad a las altas cortes, los tribunales o los jueces.

Los partidos y la casta burocrática emanada de ellos resultan ser el poder constituido a expensas de las instituciones que el pueblo, el poder constituyente se dio a través de una Constitución. Como lo he afirmado antes, las élites y las jerarquías brindan un orden social tangible, pero su actuar arbitrario perpetua fenómenos como el gamonalismo y el clientelismo, los cuales vician la democracia por más participativa que denomine.

El avance hacia una democracia directa en la que la ciudadanía participe efectivamente y decida implica la siguiente conclusión: “No hay partido del pueblo, el pueblo debe ser el partido”. De lo contrari  a los optimistas que esperamos un gobierno para el pueblo nos seguirá pasando lo mismo que a Baltasar Riveros, protagonista de la novela de ficción histórica Al pueblo nunca le toca, título homónimo del lema del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), movimiento que, pese a sus arengas populares se diluyó o, más bien, se amalgamó en la partidocracia.

¿Solo el pueblo salva al pueblo? ¿Será ello posible? Comencemos por reconocer que la democracia no es una fiesta cada cuatro años, sino algo de todos los días.

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