Cuando se encuentra uno ante un impasse, lo que ni es sensato ni acerca a ninguna salida es hacer un diagnóstico errado o deliberadamente amañado.
Ganó el o porque había motivos para que ganara, y no tiene sentido mantener que ganó porque no pudieron votar en la costa, o porque hubo un exceso de triunfalismo, o porque los votantes fueron engañados, o porque él Sí hizo una mala campaña, etc. La explicación y las razones del resultado, no prueban que debería haber sido el contrario.
El voto en últimas fue concretado a algo como “si desea la Paz tiene que votar SI”, lo cual, si se hubiera ‘tragado entero’, debería producir una cuasi unanimidad por el SI, no solo por lo irracional que sería pensar que habría una mayoría de quienes entre la paz y la guerra prefieren la última, sino por qué fue avasalladora la presión de todas las autoridades, los medios de comunicación, los gremios, etc, y los recursos oficiales y no oficiales de los que dispusieron.
El voto por el No no fue un voto en contra de la paz ni en contra del contenido del Acuerdo (que prácticamente nadie leyó), pero sí un voto motivado, decidido, reflexionado, coincida uno o no con las razones que aduzcan quienes así votaron. Ya se ha dicho que exceptuando quienes simplemente no aceptan que no sea una rendición (y este también es un voto motivado) la mayor cantidad de votantes no fue por el No sino por el ‘Así No’. Están quienes como Juan Carlos Esguerra dirían Sí pero no a ese costo —para unos lo que se cede en cuanto a no considerarlo ‘justo’ en comparación a otros casos; otros entendiendo que se violenta la institucionalidad al sacar Leyes exclusivas para una ocasión, o cambiar el umbral de las consultas ciudadanas, o crear el fast track y las facultades habilitantes desapareciendo la esencia de la Carta y la función del Congreso—; y otros que ante las mismas razones piensan que se sienta el antecedente para que cualquier futuro mandatario pueda hacer lo que a bien le parezca.
También quienes vieron en el Plebiscito un propósito aprobatorio alrededor de la gestión del gobierno (como parece que fue evidente lo intentado) manifestaron su posición al respecto (al fin y al cabo todavía más del 70 % califica de mala la gestión del presidente y apenas el 19 % aprueba la del gabinete).
Pero también es un error -y más grave- asumir que los uribistas son la mayoría de los más de 6 millones de votos que no le jalaron al Sí. Ni todos los del Centro Democrático votaron por él No, ni muchos de los que sí escogieron esa opción son seguidores de Uribe. Es probable que el exmandatario no represente la vocería de más de una tercera parte de ellos.
Y es verdad que no se sabe a quién puede representar Ordóñez; y que fue una hábil jugada de Pastrana para resucitar su pobre imagen el haber hecho esa apuesta —sin que eso signifique que tenga ascendencia mayor sobre algún electorado—; pero justamente porque no son ellos los que representan a esos votantes es que se puede considerar que los que conforman la mayoría del No fueron verdaderos ‘votos decididos’ —y no ordenados o dirigidos—.
Y no es comprensible que no se sienta ningún mensaje de la abstención. No solo por lo que expresaría la simple indiferencia ante el tema, sino porque, teniendo en cuenta que la normal es del orden del 50 % y aquí subió al 67 %, los abstencionistas no por indiferencia sino los que consciente y deliberadamente tomaron esa actitud son del mismo orden que los del Sí o los del No; la pregunta tal cual fue planteada (‘como al Presidente se le dé la gana’) tuvo no como alegan algunos el 87 % de rechazo pero sí algo del orden del doble de los que la aprobaban.
Santos no tiene otro camino que el de proponer a las Farc
lo que él considere aceptable o conveniente de lo que los del No le sugieran
y que él calcule que pueden las Farc aceptar
Lo que sigue es que no existe campo ni posibilidad para que el Dr. Santos eche para atrás. Según la Corte Constitucional el Presidente queda en ‘la imposibilidad jurídica de adelantar la implementación de ese Acuerdo específico’, pero solo él y solo respecto al texto especifico del votado. Tanto él como el Congreso conservan las facultades y la obligación de mantener el mismo propósito y buscar el mismo resultado. No tiene otro camino que el de proponer a las Farc lo que él considere aceptable o conveniente de lo que los del No le sugieran y que él calcule que pueden las Farc aceptar. Y no le queda más opción que seguir el trámite que concilie con ellas o, en caso de no lograrlo, el de lo que les haya propuesto. Es lo que corresponde a la situación jurídica y política.
En cuanto a las Farc, el único fin y objetivo que le queda como grupo guerrillero es que se le reconozca haber tenido una razón de existir. Sus opciones son aceptar una nueva propuesta o declarar que renuncia unilateralmente a su actividad (como lo hizo la ETA en España) porque bajo las nuevas condiciones lo que sigue es el mismo trámite pero como decisión soberana del Estado. De no aceptar la jefatura guerrillera las nuevas propuestas del gobierno no se ve la posibilidad que con una ley que amnistía a toda la tropa y unos mecanismos de desmovilización satisfactorios ya iniciados (concentración, desarme, subsidios, etc.) tenga la capacidad el Secretariado de imponer el retorno a la lucha armada a las bases, máxime cuando ni el eventual castigo ni el impedimento de actuar electoralmente aplicaría para ellas.