Hace unos meses escribía en este mismo portal un artículo en referencia a un viaje que había hecho en bus desde Bucaramanga hasta Tumaco. En aquella oportunidad concluía que definitivamente Tumaco es una región más allá del dolor que valía la alegría caminarla. A pesar de ser uno de los municipios que han vivido en carne propia la crueldad de la guerra, en donde todos los actores del conflicto han estado involucrados causándole un gran daño a sus habitantes y al territorio, es la resistencia y los sueños de los que la habitan lo que ha permitido, así como lo dice la famosa canción del Trio Martino Noches de Boca Grande, “jurarle amor eterno al vaivén de las hamacas”.
Ese amor eterno ha sido golpeado nuevamente por la muerte. Duele decirlo, pero es solo cuando golpea y deja lágrimas de sangre que en Colombia nos acordamos que este municipio costero, al que le decimos muy orgullosos “la perla del pacífico”, existe.
La masacre de los campesinos en la vereda Tandil en el Corregimiento Llorente de Tumaco debe llevarnos a una reflexión y posterior a ello, a una posición contundente porque no es posible que en un escenario de posconflicto sucedan este tipo de cosas. Lo peor y más lamentable y reprochable es que las mismas fuerzas del Estado se vean seriamente comprometidas como las autoras materiales de los hechos.
Que la paz no nos cueste la vida es una exigencia de la sociedad colombiana en aras de que lo que pasó en Tumaco no se vuelva a repetir. La sociedad colombiana en estos momentos debe exigir verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición, porque no habrá paz en Colombia si en Tumaco siguen asesinando a los campesinos, si en el país siguen asesinando a los líderes sociales. No habrá paz en Colombia si se sigue asesinando ese amor eterno que hace que las comunidades en Tumaco, por ejemplo, sigan en pie de lucha, esperando poder sentarse frente al Morro sin temer a que en cualquier momento la muerte llegue a arrebatarles las esperanzas de una vida tranquila.
Ya lo decía el papa Francisco en su visita a nuestro país el mes pasado, “no es posible convivir en paz sin hacer nada con aquello que corrompe la vida y atenta contra ella”. De tal manera, no es posible que el gobierno nacional hable de paz cuando la muerte está ahí lista para recordarnos la triste historia que ha vivido nuestro país en los últimos dos siglos. Y no es posible hablar de paz cuando nosotros como conjunto social no estamos dispuestos a asumir el papel que nos corresponde como ciudadanos y como actores influyentes en nuestras propias regiones. No podemos seguir permitiendo tampoco que el dolor se vuelva selectivo, es hora de rechazar todo acto violento, venga de donde venga.
Debemos ganarle definitivamente la batalla a la guerra, debemos ser defensores de la vida, debemos ser esa sociedad que se va construyendo sobre los sueños de ser un país cada día mejor, y en este sentido considero que debe ser Tumaco el abanderado de la vida. Este municipio tan golpeado por el dolor, el abandono estatal, y la estigmatización debe marcar la pauta para creer firmemente en esa paz estable y duradera.
