Si los políticos fueran más cerebrales, más tranquilos, seguramente no les quedaría tan difícil llegar al poder ni sería tan costoso para ellos y el país alcanzar su meta. Pero esta no es la principal característica, ni de ellos ni mucho menos de sus asesores más cercanos. Por el contrario, lo que prima en todos es el afán de ganar a toda costa y hacer realidad lo más pronto posible sus objetivos. Por ello, la segunda vuelta en una campaña presidencial no se interpreta como debería ser.
Como lo mencionaba un amigo conocedor de estos temas, ni Petro ni Duque ni sus vicepresidentas, mujeres maduras y serias, han caído en cuenta de algo absolutamente elemental: ni Duque ni Petro ganaron en la primera vuelta por la sencilla razón de que sus propuestas no convencieron a la gran mayoría. Así de sencillo. Pero en su infinita vanidad y por la falta de objetividad de quienes los rodean, aparentemente esta idea no se les ha cruzado por la mente. No es un tema menor porque su comprensión implicaría, para la segunda vuelta, un viraje fundamental en sus programas, propuestas y hasta equipos. Pero no, tomaron lo que mejor se ajuste a sus superegos, pensar que ambos son triunfadores. Y si se mira sin cuidado se apoyan en hechos reales. Petro ha obtenido la más alta votación alcanzada por la izquierda en Colombia, en toda su historia, y Duque avasalló con su gran caudal de votos. Pero no se les ha ocurrido que ninguno de ellos salió elegido en esa primera vuelta presidencial.
Lo que no se han dado cuenta es que como no hicieron ese acto de sinceridad, los cambios que están anunciando, que pueden obedecer a que en el fondo de su alma saben que perdieron, los votantes los toman simplemente como oportunistas, como mentiras para lograr más electores. Por el contrario, si hubiesen hecho explícita su derrota, sus virajes en ideas se interpretarían como debería ser.
Duque y Petro se han ganado, para muchos, el título que menos les conviene,
usar como instrumento de campaña
un acomodo que nadie sabe que tan sincero es
La consecuencia es que muchos no le creen a Duque que ahora insista en que no va a volver trizas el Acuerdo de Paz, ni a Petro que no va a hacer una Constituyente. Por el contrario, muchos, y entre ellos me incluyo, estamos desconcertados porque no sabemos si de verdad reflexionaron sobre sus ideas extremistas o simplemente están echando cañazos para convencer a quienes les despertaron temores sobre el futuro del país con sus arriesgadas propuestas. Se han ganado, para muchos, el título que menos les conviene, usar como instrumento de campaña un acomodo que nadie sabe que tan sincero es.
Definitivamente, la claridad mental o la misma honestidad intelectual no es la gran virtud de la política colombiana, que hoy como nunca, ha dado pruebas fehacientes de su desconección con esa gran parte de la sociedad que es mucho más sensata de lo que los políticos imaginan. No sorprendería entonces que ese auge que está tomando el voto en blanco para la segunda vuelta presidencial, obedezca en alguna medida a que los virajes en las propuestas de Duque y Petro no convencen a una parte significativa de los electores. Si esto último llega a ser así, ambos candidatos pagarán muy caro su falta de humildad y por qué no, de sabiduría. Un alto porcentaje de voto en blanco puede ser una respuesta a la falta de credibilidad en lo que ahora están planteando los dos candidatos. Ojo con eso, Petro y Duque.
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Muchos no le creen a Duque que ahora insista en que no va a volver trizas el Acuerdo de Paz, ni a Petro que no va a hacer una Constituyente