Mientras camino con paso resuelto, pienso en que voy a reunirme con un hombre que provoca en la gente sentimientos encontrados. Inspira honor y orgullo en algunos, antipatía e indignación en otros.
Su casa está ubicada en un modesto conjunto residencial en el norte de Bogotá. El guarda de seguridad me pregunta hacia dónde me dirijo. Le respondo que busco al coronel Hernán Mejía Gutiérrez. Sonríe y me dice que si voy a adquirir la gorra de “Colombia Veterana”. Al principio no entiendo a qué se refiere, pero él me explica que se trata de una cachucha que Mejía diseñó y puso en venta para financiar su defensa judicial.
Llego a la puerta de la casa que me indica el vigilante y toco el timbre. Espero dos minutos y empiezo a escuchar unos pasos que se acercan. Hernán abre la puerta. Me impresiona el porte militar que conserva y que refleja imponencia.
Me invita a seguir y caminar hacia su oficina, el lugar donde “pienso, maquino, recuerdo y trazo estrategias”, dice. En la pared del pasillo que conduce a la escalera hay varias pinturas de paisajes que fueron hechas por la mamá, ya fallecida, de Mejía.
Subiendo las escaleras hacia el segundo piso sale a nuestro encuentro “Tom”, uno de los tres gatos adoptados que tiene en su casa. Pero él me confiesa que los felinos no le agradan. “Nunca había querido ni mascotas ni nada y cuando regreso a la casa me encuentro tres gatos. Me llenan de pelos la ropa”, dice en tono jocoso.
Un respiro de la prisión
Cuando Hernán habla de regresar a su casa, se refiere a que pasó de estar preso en el Centro de Reclusión Militar de la Escuela de Artillería en el sur de Bogotá, a permanecer durante más de un mes con su familia por primera vez en la vida. Esto se debe a que es un militar de artillería y sus patrullajes y combates no le permitieron ni siquiera estar presente en el nacimiento de sus tres hijos o en las exequias de sus padres.
El coronel dejaba cartas o escritos en agendas antes de salir a realizar una operación militar para despedirse de su familia e indicar cuáles eran sus últimos deseos, por ejemplo, que no quería que sus hijos fueran militares.
“Después de algunos años como oficial ya me había nacido una resignación y un convencimiento de que podía morir en manos del enemigo. Entonces procuraba siempre dejar todo al día. Ahora me sorprende que fuera tan severo y tan frío conmigo mismo”, dice Mejía, que no deja de mirarme a los ojos cuando habla.
Amor familiar
Y mientras Mejía evoca esos episodios de su vida, dirige sus ojos color castaño oscuro con miradas tristes al horizonte a través de una gran ventana de vidrio blindado. De manera súbita aparecen sus tres hijos: Hernán, de 18 años, y los dos mellizos, Nicolás y Alejandro, de 16 años.
Hernán hijo: —¡Uy papi!
Mejía: —¡Hooola!
Ingresan al estudio los tres muchachos sorprendidos y entre risas. Mejía me presenta con sus hijos y ellos extienden la mano para saludarme.
Hernán hijo: —Yo te dije: si quieres calvéate, pero era de broma (risas). ¡Era de broma papiii!
Mejía: —¿No me habían visto calvo, no?
Mellizos: —Nunca. Ahora déjate la barba. (continúan las risas).
Los muchachos acarician la cabeza de su papá. Mejía reconoce que intentó cortarse el cabello él mismo como lo hacía siempre estando en el Ejército, pero que esta vez lo hizo mal y para remediarlo tuvo que raparse.
Ahora entra su esposa a la oficina. Mónica Rojas es una abogada de 50 años que conoció a Mejía hace 35 años y se casó con él en un matrimonio militar en 1996.
Mónica: —Te pareces a Roca (actor y fisiculturista) mi amor (tono amoroso).
Mejía: —Yo había estado calvo, pero por allá en el monte, acá no había llegado nunca así.
Los cuatro fugaces visitantes salen del despacho mientras Mejía comenta cómicamente que a su esposa la apoda “la bien casada”.
Aprovecho para preguntarle si ahora que ha pasado más tiempo en su casa, ha tenido que comprar ropa nueva. Sonríe y luego calla durante unos segundos. “Fui comprador compulsivo. En mis viajes al exterior compraba chaquetas y pantalones, ahora tengo mucha ropa sin estrenar. Pero tengo angustia de no ponerme más el uniforme, es una angustia muy grande en el corazón porque este uniforme es toda mi vida”, expresa con melancolía.
Logros de un gran soldado
En su oficina reposan, dentro de un cajón de madera con tapa de vidrio, las 104 medallas que obtuvo mientras ejerció su carrera militar durante casi 30 años (sin contar los 9 años de reclusión) y que lo llenan de satisfacción. “Desde que ingresé al Ejército he tenido la obsesión de estar entre los mejores y lograr un reconocimiento por ello”, dice.
En abril de 1999 le dieron el premio de mejor soldado de América al entonces mayor del Ejército Hernán Mejía Gutiérrez, catorce años después de su participación en la retoma del Palacio de Justicia donde recibió tres impactos de bala. Y volvió a ganarse ese reconocimiento en el 2001 ratificando que fue el primer soldado latinoamericano en obtenerlo.
No en vano su amigo Joaquín Delgado, quien fue piloto de helicópteros en la Quinta Brigada del Ejército en Bucaramanga donde conoció a Mejía, comenta: “mi coronel es el mejor militar que tiene Colombia y para mí es un orgullo ser amigo de él. Además, es un gran compañero porque hizo su carrera de Derecho estando en la cárcel y ahora busca ayudar a los demás militares involucrados en su mismo caso para que salgan libres”.
Las batallas le pasan cuenta de cobro
Este villavicense de 53 años, es un hombre que muestra fortaleza física. Mide 180 cm y gracias a la comida sana y el ejercicio que practica todos los días, conserva un peso de 84 kg. Pero no está del todo bien. Hace cerca de nueve meses le fue amputado el dedo corazón de la mano derecha debido a la presencia de células cancerosas. También ha tenido dos infartos en el último año y ha estado en cuidados intensivos en el Hospital Militar. A raíz de estas complicaciones de salud es que ahora está en su casa después de 9 años de prisión.
Según Rafael Rojas, que ha sido uno de los abogados de Mejía desde los inicios del proceso penal en su contra, el juez sexto especializado de Bogotá lo condenó el 06 de mayo de 2008 a 19 años y seis meses de prisión y a pagar una multa de 7 millones de dólares, acusado de nexos con paramilitares, principalmente con Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’, durante su comandancia en el Batallón La Popa en Valledupar, y de falsos positivos. Sin embargo, aclara que no hay una sentencia ejecutoriada, es decir, que no es definitiva.
Pero de su estadía en el Cesar, Mejía recuerda otro panorama. Dice que su estrategia militar en contra de las guerrillas y paramilitares logró restablecer el orden en ese territorio y que, en muestra de gratitud, la población organizó una calle de honor hasta el aeropuerto en Valledupar, para despedirlo cuando fue trasladado a Bogotá en el 2003. Algunos cantantes de vallenato, como Poncho Zuleta, Jorge Oñate y Omar Geles, dedicaron en sus canciones palabras de agradecimiento al coronel Hernán Mejía.
Y a raíz de estos hechos el vallenato despertó agrado en el coronel, quien —como lo cuenta su hijo Hernán que acaba de unirse a nuestra conversación— estando en la prisión de la Escuela de Artillería, les pidió a sus hijos que le llevaran un acordeón que alguna vez le regaló un ‘rey vallenato’ para aprender a tocarlo.
Ahora Mejía, vestido con un pantalón negro de tela térmica tipo militar, camisa manga larga de pequeños cuadros amarillos y negros, zapatos negros estilo mocasín y una chaqueta negra de cuero de búfalo con un reloj grande color verde militar que conserva desde hace más de 20 años, se pone de pie (con los brazos cruzados como es habitual en él) y le pide a su hijo que toque la canción “La casa en el aire”, del artista Rafael Escalona.
Su vida hecha libro
Hernán se autodefine como un hombre convencido de sus ideales, rebelde e incapaz de negociar sus principios. “Soy un ser testarudo que se olvidó de vivir por conseguir objetivos que estaban muy lejanos para mí solo”. Con esto se refiere a que, según él, siempre luchó por la paz de su patria.
Mejía escribió un libro en el que, a manera de confesión, le cuenta a su padre los momentos más importantes de su vida como miliciano. Empezó a redactarlo a mediados del 2007, cuando apenas se asomaba su futuro tormentoso lleno de enredos legales, y lo terminó estando detenido.
Su padre jugó un papel significativo en su historia militar, puesto que nunca estuvo de acuerdo con que Hernán, de solo 14 años, ingresara a la institución castrense.
Mejía recuerda la felicidad que experimentó cuando recibió la medalla de mejor alumno en la escuela militar y su padre estuvo presente. Pero reconoce que la actitud que él tomó fue una muestra más de su carácter fuerte y poco consentidor. «Me dijo: “Hijo, muy bien. Eso es lo mínimo que podía hacer para responder a la educación que le hemos dado en la casa. Hasta luego”, y se fue (frunce el ceño), no me dio ni un abrazo», relata Hernán y declara: “Heredé de mi padre que no soy consentidor, no tengo esa efusividad”.
El libro Me niego a arrodillarme fue lanzado en la Feria del Libro de Bogotá en el 2016. El título hace énfasis en que Mejía sigue firme en su versión de que es inocente de lo que se le acusa.
La obra, producida por Editorial Oveja Negra, ya está en venta en su cuarta edición. “Mi libro ha causado tanta impresión en las personas, desafortunadamente por el dolor y el reflejo de mi tragedia, que es el reflejo de la tragedia de muchos soldados y de muchos colombianos”, señala Mejía.
Futuro prometedor
Haciendo honor a su frase: “Nunca he sido un escritor, pero me encanta escribir”, el coronel está redactando un nuevo libro para resaltar la labor de los soldados colombianos.
Respecto a su proceso penal, Rafael Rojas dice que hay una apelación que el Tribunal Supremo de Justicia debe responder en los próximos días y que probablemente se le conceda la libertad condicionada al coronel. Esto a su vez tendría como consecuencia que a Hernán se le restablezca su cargo en el Ejército y que se evalúe su ascenso, puesto que, por su antigüedad, actualmente tendría el grado de general.
Rojas también se atreve a afirmar que hay políticos colombianos que quieren vincular a Hernán en sus partidos, “porque después de conocer el talante del coronel Mejía consideran que podría ser un buen elemento”, sentencia.
Al respecto Hernán prefiere no adelantarse a los hechos, pero dice: “Miraría las oportunidades que se me presenten y trabajaría para recuperar la credibilidad del Ejército, si eso se me permite, cambiaría la historia para que realmente valga la pena participar en política”.
Finalizando esta entrevista declara que su aspiración más grande es poder ejercer como abogado penalista en defensa de los hombres que están, según él, encadenados injustamente por la guerra.
Y concluye: “Es un enigma que estoy tratando de descifrar: quién era yo y quién debo ser sin uniforme y sin problemas. No es fácil asimilar un aterrizaje forzoso y cambiar la vida de repente”.