Razones no las hay, porque sus peticiones no han sido atendidas. Además, no existen las condiciones para hacerlo. Así pues, si las causas objetivas que lo motivaron no han sido resultas, entonces no existe razón para levantarlo. Es un simple silogismo que nos lleva a negar lo que el gobierno desea, sin solucionar absolutamente nada de lo peticionado. ¿Por qué habría que disipar el paro?, ¿por qué el desgobierno lo desea? La gente no ha sido escuchada y menos solucionadas sus justas peticiones. Es simple, es elemental.
¡Solo bravuconadas!
De parte del desgobierno, todo son expresiones envalentonadas. Actúa como el bravucón del barrio, desafía y desprecia a las juventudes que se cansaron de buscar un cambio. Desde esta óptica, ¿cuál sería la razón para levantarlo? ¡Ninguna!
La provocación está a la orden del día: el contubernio congreso y desgobierno trabaja mancomunadamente en una deliberada provocación que hace que el rechazo y el inconformismo aumente: niegan desde el congreso la matrícula cero, exigencia matriz del paro. ¡De matrícula cero... cero! Congresistas como Horacio José Serpa (¡quién lo creyera!) votan en contra de la matrícula cero y aducen la responsabilidad fiscal. Como quién dice, dinero no hay, pero para los bancos sí hay.
Sin ofrecer ninguna explicación ni conciliación al origen del paro, desafían la ira con la presentación de una nueva reforma tributaria, de manera fatua. Con tufillo a paramilitarismo urbano borran con gris plomo los murales, rechazan de plano las recomendaciones de la CIDH, deshacen acuerdos logrados en Cali y Buenaventura, y para acabar de completar al alcalde de Cali, que ha trabajado incansablemente por dar soluciones, recibe un trato de delincuente, llevándolo a declarar a la sesgada Fiscalía. Es decir: hacen todo lo posible para que el paro... no pare.
¡Lo conseguido no es poco!
Las masivas movilizaciones, en su gran mayoría pacíficas, consiguieron tangibles reivindicaciones y algunas conquistas inmateriales que nos hacen pensar en la existencia de un nuevo despertar ciudadano, una toma masiva de conciencia y una activa participación de la gente, en especial la juventud, que se volcó a las calles a reclamar sus derechos, dejar constancia de sus insatisfacciones y denunciar las causas estructurales que conllevan al postramiento de una sociedad impávida que había perdido hasta la capacidad de asombrarse. La pauperización del empleo y la pobreza que llega al 42,5 % subyace y se acentúa, incólume con la pandemia.
Efectivamente, con las movilizaciones, en su gran mayoría pacíficas, hubo significativas conquistas. La más relevante fue el retiro de la ignominiosa y regresiva reforma tributaria. Así mismo, la reforma a la salud, que estuvo lista para ser votada en buena hora, no pasó. La inoportuna Copa América no se realizó en suelo patrio. La renuncia de Carrasquilla se hizo realidad. Sin embargo, eso no lo es todo, lo central sigue quieto, es un león dormido que cuando despierte nuevamente rugirá.
¡El maniqueísmo de los bloqueos!
Astutamente y para consumo interno todo lo referencian a los bloqueos o "cortes de ruta" inherentes a toda protesta. Cuando la gente no es escuchada, estos no deben ser intemporales, deben contemplar corredores humanitarios, para abastecimiento y libre flujo de ambulancias. "Cortes de ruta", la CIDH llama así a los bloqueos. Y si de eufemismos se trata, desde el desgobierno, a las reiteradas masacres se les llaman "homicidios colectivos" y a la reforma tributaria, "ley de sostenibilidad y solidaridad".
Con eso en mente, nadie está de acuerdo con bloquear: ni el político que bloquea en Twitter, ni la potencia que inmisericordemente bloquea a Cuba o a Venezuela (porque no suelta su petróleo), ni los manifestantes que bloquean una vía para ser escuchados. Si vamos a criticar los bloqueos hagámoslo integralmente, no selectivamente y a conveniencia. Todo resumirlo a unos bloqueos o "cortes de ruta" es una manera de evadir, porque existe un fondo inexpugnable para los gobiernos. En esta pseudodemocracia, que solo le queda el uso desbordado de la fuerza, los llamados bloqueos son la única medida de presión, para lograr visibilidad y ser tenidos en cuenta.
Existe un manejo maniqueísta de los bloqueos. De hecho, existen diferentes modalidades de bloqueos: personalmente, me encuentro bloqueado en Twitter por el Señor Álvaro Uribe Vélez, Andrés Pastrana, Felipe Zuleta Lleras y Amparo Grisales. ¿La razón? No soportan que se les diga de manera decente y sin vulgaridades nada que vaya en contravía a la satisfacción de su inflado ego. Esperan que todo sea elogios y reconocimiento: lamesuelas no soy.
Se calla cuando no conviene y se apela al hecho fáctico cuando sí conviene. Definitivamente aunque es el único mecanismo para ser escuchados, los Bloqueos o "Cortes de Ruta" deben suspenderse, porque paradójicamente el más contento con ellos, es el mismo Gobierno. Los Bloqueos les permite un manejo emocional y les otorga licencia, para manipular perversamente a su favor y a sus intereses electorales. Deben suspenderse porque con ellos canalizan el legítimo descontento que crean, para colocar a la ciudadanía en contra del paro y ella desinformada no alcanza a comprender, que es la única forma de ser escuchados. No conviene "dar papaya" con eso.
¡Sí hay solución coyuntural!
No he podido entender por qué este gobierno insiste en no atender lo obvio y las peticiones urgentes que en algo amainaran la situación, como es otorgar a diez millones de hogares una renta básica correspondiente a un salario mínimo por un año, declarar la matrícula cero y así lograr la movilidad social que ofrece la educación. Lo anterior no es "comunismo", como lo quieren hacer ver. Nadie está propugnando por un régimen comunista, que ni en la China existe, pues ya es una economía de mercado y existe la propiedad privada; allá solo queda como expresión ideológica la existencia de partido único. Aquí en Colombia solo necesitamos una alternancia en el poder, llevamos doscientos años gobernados por la hirsuta y nefasta derecha, culpable de todos los males que hoy padecemos.
Ofrecerles trabajo a cien muchachos de la primera línea es algo plausible, pero es un paño de agua tibia. Hacer lo anterior masivamente es la única forma de enfrentar la desigualdad social de manera urgente y puntual por el estado de pandemia. Lo otro sería enfrentar el problema estructural que exige soluciones a largo y mediano plazo, bajo un gobierno alternativo y de avanzada.