En pasados días desde la Secretaría de Inclusión Social apoyamos a la Secretaría de Educación de Medellín en la búsqueda de aquellos menores que desertaron o están en riesgo de desescolarización debido a la impiadosa pandemia que trajo el 2020. De esa benévola y loable campaña sustraje los siguientes testimonios (los nombres aquí serán reemplazados):
1. A José María no le gusta la educación virtual; le da dolor de cabeza estar pegado al computador durante muchas horas.
2. Manuela le dice a la mamá que no le entiende nada al profesor.
3. Juan Esteban se siente desmotivado; le hace falta la escuela e interactuar con sus amigos.
4. María José no tiene internet, tampoco computador y si va a buscar las guías a la institución no tiene cómo resolver las tareas.
4. Dulce María no se conecta a las clases porque, pese a la mamá comprarle datos para el celular, vive en un lugar recóndito en el que la señal no le llega diáfanamente.
5. Si la mamá de Alisson le compra el internet, no tiene de dónde comprar la comida de Alisson y de todos sus hermanos.
6. Maykol Steven dice que desde que empezó la pandemia no ha tenido contacto con la profesora ni con la institución.
7. Mariana cree que la profesora tiene un mundo de cosas en la cabeza y por eso se olvida de enviarle el link para las clases.
En una columna en El Tiempo, Diego Santos decía algo más o menos así “tenemos que saber que la virtualidad llegó y que, si es para vigilar los exámenes al alumnado, ya se está creando una plataforma para poder monitorear anomalías en caso de presentarse lo anterior”. Disiento de ello, no solo por los testimonios antes descritos y escuchados por quien se puso las botas y fue a buscar a los menores, sino porque el país no está preparado.
Los hogares vulnerables que viven en la miseria y en el abandono estatal (que en su mayoría son quienes están en riesgo de deserción) no tienen internet, tabletas, computador, celular y, como si fuera poco, señal. Y no tienen señal porque realmente no hay una cobertura 5G. No obstante, la virtualidad nos hizo saber en medio de esta tragedia cuán indispensable era; aunque en la educación debe ser siempre un complemento, aun cuando se legisle sobre los derechos humanos de cuarta generación.
No podemos olvidar que la educación es un proceso de formación que debe ser entre el alumno y docente; donde el profesor debe estar mirando qué caras coloca el alumno al profesor y viceversa, preguntando y revisando lo tangible. Además, otro inconveniente por solucionar es la capacidad de los docentes para manejar la virtualidad. Hay materias que en definitivo requieren que los alumnos entiendan de forma clara y menuda. Por ejemplo, inglés, matemáticas o la catedra de historia. Para la muestra, el profesor, en medio de la virtualidad, no puede explicarle al niño cómo surgió y cómo vivimos un conflicto que duró más de 50 años.
Esto sin olvidar que también es importante la salud mental y las interiorizaciones cognitivas de los menores a quienes las clases virtuales los tienen desgastados y que la cobertura completa tardará años, porque la inseguridad alimentaria debe estar incluso primero o a la par (vi la hambruna y el drama humano que hay detrás de cada testimonio).