No me queda duda alguna, Petro es el presidente que Colombia necesita. Por su preparación, sus acciones y su profundo humanismo social. Desde la Colombia de mediados del siglo pasado, cuando Jorge Eliécer Gaitán Ayala elevaba su voz, serena y poderosa, para denunciar los atropellos e injusticias que se cometían contra el pueblo colombiano, ningún líder ha logrado aglutinar tantas emociones, pensamientos, sueños y anhelos de esperanza en el corazón de las clases populares, sedientas de paz, justicia y equidad económica y social.
La vida de Gustavo Petro puede enmarcarse como ejemplar, un rebelde con causa, un enamorado de las causas solidarias y un humanista en todo el sentido de la palabra. Aunado a lo anterior, con una de las mejores preparaciones académicas e intelectuales que le hacen merecedor de ocupar el solio presidencial.
Como senador dejó escuchar su voz para reclamar justicia por los cientos de jóvenes asesinados por integrantes del ejército colombiano, movidos por la voz oscura y perversa de un dirigente que como moderno Herodes levanta su poderío contra las nuevas generaciones de jóvenes que lo único que buscaban era la oportunidad de un empleo. Igualmente destapó actos de tremenda corrupción que comprometen a grandes y reconocidos dirigentes nacionales que rivalizan con la mafia en sus ansias de apoderarse de los recursos públicos, privando a millones de colombianos de obras prioritarias como acueductos, alcantarillados, escuelas, carreteras y centros educativos.
Como alcalde de Bogotá llevó a efecto grandes y merecidas obras que merecieron el repudio de las castas poderosas y un profundo encono de la clase política tradicional. Rebajar la tarifa el transporte publico, en beneficio de las clases trabajadoras, estudiantes e informales se constituyó en todo un motivo de persecución por sus políticas “populistas y demagogas” que favorecían al pueblo. La posibilidad de llevar bienestar a personas en situación de calle e indigentes, lo mismo que la creación y fortalecimiento de Centros de Consumo Supervisado, un programa que se constituyó en pionero en Latinoamérica, hizo que la furia de las mafias que se usufructúan de este drama humano lo cataloguen como un perverso que busca pervertir la condición humana. Todo lo contrario, gracias a ello se alcanzó la humanización de tantos seres que extraviados y perdidos buscaban esa mano amiga que les ayude a mitigar sus dolores.
Nadie como Petro para conocer la realidad económico-social de nuestro país, maneja al dedillo estadísticas, cifras, datos y realidades que nos configuran como ese país que somos y que deseamos cambiar. Orador por excelencia, estadista por educación y líder por vocación y formación. Ninguno como él tan calumniado, se lo califica por sus opositores como demagogo, populista, expropiador, comunista, socialista, incendiario… polarizador. Pero nada lo perturba, aunque sí debe molestarlo, su grandeza está más allá de esos epítetos y señalamientos. La cordura y sensatez de Petro se han demostrado a lo largo de su brillante carrera política.
Perseguido y destituido por el exprocurador Alejandro Ordóñez, demostró hasta la saciedad la nobleza de su carácter y lo recio de su personalidad. El pueblo salió en masa a defender a su dirigente, que lo sabe bueno y digno. Las cortes internacionales demostraron la inocencia de Petro y los falsos señalamientos que se utilizaron para denostar de su obra social. A Petro le cabe el país en su cabeza y le sobra alma para querer a esta Colombia que muchos ya detestamos y odiamos por la clase de dirigentes que tiene. Llegó la hora de levantarnos contra esa caterva de maleantes que se han apoderado de lo público para todos los fines más bajos y ruines.
La bandera de Petro es contra la corrupción, contra la injusticia y contra la inequidad social. De nada vale que lo señalen como un enemigo de la democracia; es un verdadero demócrata que pretende rescatar de las garras de la felonía a esa bandera tricolor que se mantiene enhiesta a pesar de los ultrajes y sinsabores que ha debido soportar durante estos últimos 211 años de la mal llamada república. Su verbo encendido de azul y amarillo es la clara demostración de un patriota enamorado de su gente, su patria y su dolor. De extracción netamente popular, hijo del pueblo, superior en inteligencia y capacidad a todos los encopetados que con título en mano se acreditan como los paladines de la democracia, cuando en realidad son sepulcros blanqueados que ostentan sus cunas y títulos para esquilmar la fe pública y el erario de los descastados.
No nos van a confundir, ni nos van a seducir con sus oprobiosos discursos que cubren y encubren su innata capacidad de seductores del pueblo. Ahora es diferente, tenemos en Petro al líder que encarna los principios de una verdadera democracia, que se enfrenta con la voz del pueblo y que hace del mismo su cantera de emociones y sentencias.
Podemos morir en paz, vivir en tranquilidad, abrazar a los nuestros con la certeza de que hacemos lo correcto; Petro es Colombia Humana, esa patria que se dibuja entre sombras y que se desdibuja entre las manos mancilladas de esas castas vergonzantes que pretenden cooptarnos para sus trágicos más bajos. Somos Colombia Humana, un sentimiento que se vuelve emoción al simple verbo de Petro cuando entre esperanzas y desesperanzas retrata lo que somos y vislumbra lo que podemos ser. El pueblo empuja a Petro hacia nuevos senderos de paz y concordia nacional… No es un hombre… Es un pueblo… Es Petro.