Hace unos días salí votar por Sergio Fajardo, lo hice con total convicción de que las cosas se pueden hacer mejor, con esperanza y positivismo, pensando en que era hora de que el país caminara unido hacia el futuro. Sí, tengo clarísimo que suena utópico y como dijo Claudia López en cuatro años no se cambia un país, pero sí se puede empezar a escribir una nueva historia.
Valoro inmensamente la gallardía, honestidad y la campaña hecha por la colación Colombia, que si bien cometió errores, logró recoger la visión de parte de una sociedad que de a poco está dejando de tragar entero; aceptaron con humildad los resultados e hicieron la diferencia, despertaron al país logrando convocar a gente de distintos sectores que quiere que dejemos atrás la politiquería, los gobiernos de los mismos de siempre y el resentimiento. Ver los resultados del pasado domingo me hizo sentir como cuando a Colombia es eliminado de un torneo internacional y ese sentimiento, en política, no cualquiera lo despierta. Quedé con la sensación de que perdimos la oportunidad de tener un presidente capaz de gobernar para todos y sanar las heridas que hemos llevado por años.
Pero no nos alcanzó, Colombia habló y decidió que lo mejor para el país es moverse a los extremos y en democracia la voz del pueblo es la voz de Dios. Todos los que votamos por Fajardo nos sentimos huérfanos, muchos no estamos seguros de votar en segunda vuelta y otros prefieren votar en blanco (como lo harán Fajardo, Robledo y De La Calle). Sin embargo, creo que no es tiempo de callar o ser neutrales. Personalmente, me apretaré el corazón y con la tusa intacta iré a votar en segunda vuelta. Esta vez la lucha será entre dos “monstruos” que amenazan y atemorizan a todo el país. Uno es imaginario pero terrorífico y se llama “castrochavismo”, todavía no me queda claro qué es, si un modelo económico, un sistema político, una devaluada criptomoneda o el fantasma que se esconde bajo la cama de cada miembro del Centro Democrático; lo que sí sé del castrochavismo es que ya casi cumple sus dos añitos porque nació en 2016 cuando a Santos se le ocurrió la brillante idea de someter a plebiscito los acuerdos de La Habana, convencido de que los colombianos gozábamos de discernimiento y coherencia (en ese momento debió haberse dado cuenta que era necesario invertir en educación, pero ya era demasiado tarde).
No obstante, no contaba con que al otro lado estaba el segundo monstruo que amenaza en esta segunda vuelta: Álvaro Uribe Vélez, a quien a estas alturas conocemos bastante bien y cómo no, si lleva años haciéndonos creer que él y solo él puede salvar a Colombia (todavía me pregunto salvarnos de qué). Este personaje ha hecho con el país lo que ha querido (no entraré en detalle para aclarar este punto), quiso perpetuarse en el poder como solo un dictador lo hace y como no pudo en cada elección ha enviado a uno de sus discípulos para que continúe con su misión. No niego que Uribe tuvo su momento, hizo cosas por el país cuando fue presidente, tenía el respaldo de una amplia mayoría, logró sacar reformas importantes (buenas o malas, cada quien haga sus propios juicios) y en el extranjero cambió la imagen país; ese debió ser su legado. Pero a la mala ha querido seguir metido en política porque su sed de poder es insaciable y se nos ha convertido en la piedra en el zapato que no permite que el país avance, aunque para muchos sea “el presidente eterno” o “el gran colombiano”.
Sin embargo, más allá de los monstruos que protagonizan la segunda vuelta, para mí la elección del 17 de junio es también la segunda vuelta del plebiscito del 2016. Ese dos de octubre tuvimos la oportunidad histórica de unir a Colombia y de empezar una nueva era con un país reconciliado, capaz de dejar atrás su pasado de violencia; pero nos dejamos de ganar por la manipulación orquestada a la perfección por Uribe, quien en su inmensa mezquindad (porque no era el protagonista de la historia) nos vendió el cuento de que las Farc se tomarían el poder, el castrochavismo se apoderaría de Colombia, la ideología de género concebida en los acuerdos (no se en que parte) promovería la homosexualidad en los jóvenes y otra cantidad de afirmaciones absurdas y sin fundamentos, que a punta de generar miedo convencieron a los colombianos a votar por el no. Días después se supo de parte del mismo gerente de la campaña del no que todas esta cosas eran mentiras.
Ese 2 de octubre yo no voté, por pereza no me inscribí en el consulado que me correspondía, convencida como muchos colombianos de que mi voto no haría la diferencia. Esa irresponsabilidad siempre me ha pesado, siento que le fallé al país; mis amigos extranjeros me preguntaban qué pasó en tu país y yo no sabía qué responder porque me daba vergüenza. En esta segunda vuelta siento que, de alguna forma, tengo la oportunidad (no la revancha, no es por venganza) de enmendar mi falta y no le daré la espalda por segunda vez a los acuerdos de paz. Además, creo que llegó el momento de decirle en las urnas a Uribe ¡no más! Las razones sobran y no hablaré de muertos, pero sí diré que gracias a Uribe nos hemos perdido la oportunidad de dejar atrás años de guerra. Él se ha dedicado a obstaculizar la implementación de los acuerdos, y cuando tuvo la oportunidad de proponer algo se quedó callado; tal parece que es más fácil destruir y sembrar miedo.
Las campañas del uribismo se han empeñado en polarizar porque saben que si dividen y vencerán, y vaya que les ha funcionado; prefieren que sigamos siendo enemigos y no han querido entender que Colombia cambió y que ya no necesitamos del “mesías” para salvarnos de convertirnos en Venezuela, sin reconocer que en los municipios más abandonados del país hace años que estamos peor que nuestro vecino. Lo que sí necesitamos en Colombia es empezar a hacernos cargo de la deuda inmensa que tenemos en temas fundamentales para cualquier sociedad como la salud, educación, generación de oportunidades para los jóvenes, protección de la infancia, lucha contra la corrupción y preservación del medio ambiente.
Con lo anterior, está claro que no votaré por Iván Duque, quien si no fuera por Uribe nadie sabría quién es. No tengo nada en contra de él, pero le falta mérito personal y trayectoria para ser el próximo presidente de Colombia; ni hablar de los personajes que lo apoyan, quienes representan lo más rancio y vendido de la política nacional de la que ya estamos mamados. No es que Gustavo Petro sea solo virtudes, en lo personal no me gusta su estilo y cuestiono la viabilidad de varias de sus propuestas, pero de los que pasaron a segunda vuelta es él quien se ha comprometido a no hacer trizas los acuerdos. Además, sabemos quién es, de dónde viene y cómo piensa. Jamás ha negado su pasado guerrillero y con él, sabemos que es lo que estamos eligiendo sin engaños ni manipulaciones.
En todo caso gane quien gane se vienen cuatro años complejos. De ser Petro presidente, no creo que lo dejen gobernar tranquilo y muchas de sus propuestas jamás verán la luz; de ser Duque, pues deberá decidir si hacerle caso a su patrón o traicionarle y liderar su propio gobierno. Sea como sea, tendrá a Uribe y sus secuaces zumbándole en la oreja como una mosca fastidiosa que no se va nunca. Solo el tiempo nos dirá si las decisiones que hemos tomado han sido buenas o malas, pero ahora no es tiempo de callar y ser indiferentes, tenemos que ser responsables del futuro que queremos, porque no da lo mismo quien gobierne.
Posdata: Llevamos años quejándonos de la clase política que ha gobernado siempre, hoy todos están unidos (léase enmermelados) en una sola campaña.