No es que Duque sea torpe o ingenuo
Opinión

No es que Duque sea torpe o ingenuo

Después de dos años en el poder, no se le ve pensando como presidente, sino como alguien que sigue luchando por aparecer como tal

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agosto 19, 2020
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No es por falta de experiencia o preparación que el comportamiento de Duque parece errático o, en todo caso, no acorde con la posición del cargo que ocupa.

Después de dos años en el poder, no se le ve pensando como presidente, sino como alguien luchando por aparecer como tal.

Por eso no es por equivocación o por descuido que pareciera no saber que como presidente de todos los colombianos no puede oponerse o protestar porque una sentencia de la Corte Suprema afecta a su mentor.  Ni es que se confunda respecto a en qué consiste la división de poderes, la colaboración armónica entre ellos, o hasta dónde la autonomía de cada uno es una parte esencial del Estado de Derecho. Y no es que de verdad crea que la opinión del presidente se puede equiparar a la de cualquier ciudadano

Tampoco es que no comprenda que su deber no es apoyar al abogado de Uribe, quien al atacar a la Administración de Justicia y desconocer la validez de los procesos judiciales, lo que busca es intentar subvertir la estructura misma de nuestro orden social, intentando convertir en Estado de Opinión el Estado de Derecho que él como residente juró defender.

Igualmente es consciente que su función no debe ser la de presentador de televisión y que las horas de su presencia mediática, diciendo lo que después van a decir sus invitados o subalternos, no son necesarias ni contribuyen al manejo de la pandemia, mientras que implican abandono de otras responsabilidades y de manejo de otros temas y problemas.

En fin, no es por torpe o inconsciente que comete esos actos contrarios a las funciones de su investidura.

Lo que sucede es que ante el vacío de resultados que en este momento muestra, él, más que gobernante, es un político adelantando simultáneamente dos campañas que son su prioridad personal

Una que podríamos llamar retrospectiva, para quitarse el San Benito de ser únicamente ‘el que dijo Uribe’. Es decir, para crear una identidad propia que corrija la idea y la imagen de que él no es sino un instrumento del anterior presidente quien seguiría siendo en efecto el verdadero gobernante; algo como Medvedev para Putin. Pero como existe algo de verdad en eso, en el sentido que es solo el continuismo de las propuestas, políticas y propósitos de aquel, el reto es desmarcarse del expresidente pero sin que aparezca como un enfrentamiento o como una ‘traición’ tal como acusan a Santos.

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A solo año y medio de elecciones difícil le queda consolidar una imagen y un resultado que contrarreste la sensación de incapacidad de crear o ejecutar un programa de gobierno

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 En parte por lo mencionado de que inicialmente gobernaba a nombre de otro; en parte por la falta de experiencia y formación para organizar tanto el equipo que conformara la parte administrativa de un gobierno como el liderazgo de un partido político; en parte por el modelo de desarrollo económico mismo por el cual optó o tuvo que seguir, y el fracaso que ha mostrado, especialmente en los aspectos sociales; y por último porque le cayó la pandemia del coronavirus que obligó a improvisar aún mucho más de lo que ya había caracterizado el tipo de gestión que adelantaba; el hecho es que con solo año y medio para las elecciones de su sucesor difícil le queda consolidar una imagen y un resultado que contrarreste la sensación de incapacidad de crear o ejecutar un programa de gobierno.

Su comportamiento se enmarca dentro de esas dos campañas.

Tiene la escuela y el ejemplo del éxito de Alvaro Uribe, por eso trabaja no tanto en un marco del Estado de Derecho sino del de un Estado de Opinión. No necesita promover mucho la polarización a su favor pues ese favor se lo está haciendo Petro. Pero no puede esperar que su sucesor será del Centro Democrático, y, si lo fuera, poco posible es que fuera su continuación o su heredero. Y de los otros posibles candidatos (Fajardo, el hoy Procurador Carrillo, Char, etc.) ninguno se esforzará por dar relieve a su gestión.

Por eso, como estrategia se olvidó de gobernar y se lanzó al ‘culto a la personalidad’: hacer aparecer su imagen tanto como posible y entre más desprendida de ataduras institucionales mejor; y al mismo tiempo dejar la sensación de que la suerte de cada uno, tanto nuestro presente como nuestro futuro, está en manos del personaje no por la condición de líder sino por ser quien detenta el poder.

 

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