La historia que constituye hoy en día la memoria de mi pueblo —llena de injusticias, muertes, movimientos sociales, fiestas y muchas más diversidades de anécdotas— fue escrita por nuestros antepasados.
Colombia es un Estado soberano de derecho, esto significa que toda persona —sin importar sus diferencias físicas, étnicas, sociales, económicas e ideológicas— es protegida por la ley, la cual busca defender y velar esas necesidades básicas que nos definen como sujetos de una nación.
No podemos permitir que estos derechos solo amparen a unos cuantos, no es justo y mucho menos respetable dejar a un lado a esas minorías que poco a poco van desapareciendo del mapa actual de nuestro territorio. Por años la discriminación ha causado que cientos de personas pasen a ser solo objetos de un entretenido juego: los desplazan hacia un lado, luego hacia el otro, los maltratan y los humillan, todo esto solo porque la piel y su manera de pensar es diferente a la tradicional.
En Colombia encontramos comunidades diversas como los afrocolombianos, los indígenas y los rom. Cada una de ellas cuenta con un territorio, una religión, una estructura social propia, una determinada economía y unos saberes específicos proclamados por sus ancestros. Lamentablemente su territorio ya no existe, su religión pasó al fuego evangelizador, su estructura social se toma por primitiva, su economía escasea como el agua y sus saberes pasan por ambiguos y desagradables.
Es desgarrador ver cómo nuestras raíces carecen de importancia en un país que logró su soberanía gracias a muchos de ellos. No es elocuente pensar que esas familias ajenas a las insinuaciones globalizadoras tengan que verse forzados nuevamente a alzar su voz ante los nuevos burgueses blancos asentados perpetuamente en lo más alto de la cúpula del poder.
La historia se repite, solo que en esta los españoles ya no tienen nada que ver con ella. De odio y racismo a desinterés colectivo, de batallas en bosques a guerras en los estrados, de cadáveres mutilados a cadáveres desnutridos, de territorios en disputa a desplazamientos masivos, de familias esclavizadas a familias olvidadas, esto no está pasando porque si o porque todo mal momento tiende a volver, lo único real y verdadero es que nosotros cada uno de ustedes no sabemos más que dar la espalda y dejar a la piadosa obra divina.
No es que carezcamos de identidad, es que no sabemos distinguirla. Esta nación es un conglomerado de rarezas únicas que embellece la lírica lingüística de nuestras lenguas ancestrales. Los colores amarillo, azul y rojo representan una multiculturalidad, la cual es expresada en flora, fauna, minerales, fuentes hídricas y comunidades diversas, bellas, importantes, historias y humanas.
Como el artículo 7 de la constitución de Colombia es un deber de todos nosotros velar por esa igualdad que tanto necesitamos. Del mismo modo está en nuestra generación enseñar las simples reglas de respeto, solidaridad y empatía, pues no podemos dejar a un lado ese ser humano de sentimientos y emociones que busca un bien común para todos sus conciudadanos. Por este motivo se me es imperativo socializar específicamente lo que este artículo proclama: “El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la nación colombiana”.
No le dejemos este deber a la fe y mucho menos permitamos que en nuestra actualidad temas como la xenofobia pasen a un escalón mayor, al paso del tiempo no podremos controlar esta avalancha holocaustica que asusta hasta la roca más firme del camino. Como dice mi abuela “Que Dios los libre”.