Pablo Beltrán, jefe de la delegación de paz del ELN, subraya en respuesta al cuestionario remitido por GARA que «el asunto de fondo a debatir es el derecho a la rebelión. Cuando se trata, como en este proceso, de buscar un arreglo político, el corazón del problema está en resolver las causas que originan la rebelión; porque algunos creen que la rebelión desaparece con tan solo hacer un conjuro». Destaca que la guerrilla comparte con el Gobierno el deseo de «ir creando un clima de paz para crear confianza mutua».
La instalación de la mesa de conversaciones está en el aire tras la decisión del presidente Juan Manuel Santos de suspender el viaje de sus negociadores a Ecuador a la espera de que se concretase la liberación del excongresista Odín Sánchez, en manos del ELN.
¿Qué desafíos entraña iniciar la fase pública de conversaciones en un contexto tan difícil como el actual, con el acuerdo de La Habana en el limbo?
En la mentalidad de la élite dominante en Colombia, este ejercicio de pacificación –no de paz– que desarrollan, es apenas «explotar el éxito» logrado por medio de la fuerza bélica y la satanización mediática contra la insurgencia. En el guión de ellos, Santos aparece como el «policía bueno», mientras Uribe hace de «malo». Así polarizan la sociedad y la colocan a matarse entre sí, mientras ellos, cuando les conviene, se unen y se abrazan. Con una escenificación igual comenzó este conflicto, hace siete décadas, cuando perpetraron el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán. Algunos analistas afirman que la pérdida del plebiscito del 2 de octubre fue un hecho prefabricado por la oligarquía. El actual vicepresidente, Vargas Lleras, lo dijo sin tapujos, que gracias al triunfo del «No» iba a ser posible renegociar lo acordado con las FARC, para que quedara más a gusto de ellos. Entonces, como podrá observar, lo que se viene para el proceso que genera esta mesa es fuego por todos los flancos; como dijo a principios de este año un diplomático de EEUU, a «los elenos para que aflojen, hay que hacerlos sangrar y arrinconarlos mediáticamente».
¿Qué diagnóstico hacen de la sociedad colombiana actual, tanto de la urbana como de la rural, tras los resultados del plebiscito y la alta abstención?
Muchos de los que votaron por el «Sí» lo hicieron por convicción, votaron de verdad por la paz; mientras muchos de los que votaron por el «No» lo hicieron para evitar que Colombia cayera en manos del «castro-chavismo», como rezaba la propaganda de Uribe. Pasó lo mismo que con el Brexit, donde se enfrentaron maquinarias de manipulación, miedo y compra de conciencias y resultó más efectiva la extrema derecha. Dos minorías votaron y cada una obtuvo el 18% de los votos, pero el 63% que no votó les dijo: «no me importa esa polarización». El reto está en interesar a esa mayoría para que participe en los debates sobre el destino del país. Meta difícil, porque la apatía y la indiferencia son producto del tipo de régimen dominante, no surgen por generación espontánea.
El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince sostiene en tono muy crítico que el resultado del plebiscito refleja que «la sensatez no da votos: produce bostezos. Y a lo que más temen los votantes es a aburrirse». ¿Comparten esta reflexión?
En Colombia, el sistema no forma ciudadanos, como en todo el mundo capitalista, solo le importa mantener consumidores de productos y de propagandas políticas. Esto es lo sensato para el sistema. Y un componente esencial de la actual manipulación política está en generar miedo para poder vender seguridad. A los británicos les asustaron con una invasión de turcos y Uribe asustó a los colombianos con los socialistas y comunistas. En Colombia, quienes no votaron el 2 de octubre se quedaron en casa porque no le creen al sistema. Mientras, los que salieron a votar por el «No» lo hicieron asustados y enardecidos.
¿Es posible una paz completa sin el uribismo?
La paz se hace con los enemigos. Este proceso de solución política del conflicto busca que las mayorías nacionales que quieren la paz neutralicen a la derecha violenta que se lucra de la guerra. En ese momento tendrá que haber una negociación con Uribe y sus seguidores.
El acuerdo de La Habana está en el limbo, el cese al fuego bilateral entre las FARC y el Gobierno vence, por el momento, el 31 de diciembre y las conversaciones públicas con ustedes arrancan el 3 de noviembre. El tiempo apremia porque las presidenciales, que se celebrarán en 2018, están a la vuelta de la esquina. ¿Cómo puede condicionar un escenario preelectoral? ¿Temen que un hipotético cambio de gobierno haga inviable la implementación de los acuerdos que se logren con las FARC y en la mesa con ustedes?
Los delegados de Santos nos han dicho que el Gobierno aspira a dejar abierta esta mesa de conversaciones con los elenos, cosa que parece sensata. Otros dicen que hay que negociar rapidito con nosotros, a lo que les hemos respondido que no aceptamos unas conversaciones exprés. En La Habana cada tema de la Agenda implicó 6 meses de negociación y el más complejo, que fue el de justicia, requirió de 19 meses. El que la insurgencia no tengamos a un solo interlocutor al frente, a medio y largo plazo, ha sido una falla estructural de los procesos de paz en Colombia. Hablamos con un gobierno y llega el siguiente y desconoce lo avanzado.
Desde sus orígenes, el ELN ha mantenido una estrecha relación con sectores de la Iglesia católica. ¿Cómo valoran el auge de las iglesias contrarias a los acuerdos de La Habana y que fueron uno de los factores que propiciaron el «No»?
En los últimos 50 años ha ido creciendo una idea de cristianismo, que une su suerte a los pobres del mundo, contrario a la vieja idea de religión como apología de la fatalidad y la resignación. A la primera vertiente la denominan de liberación, en contraposición con la llamada tradicionalista. Camilo Torres, «el Cura Guerrillero», es un referente para los cristianos de la liberación, que son estigmatizados por quienes asumen la Iglesia como palanca de poder, más que de servicio. Las iglesias tradicionalistas son un medio clave para la enajenación programada, que en la coyuntura del plebiscito tomaron partido por el «No». Lo que ha desatado un interesante debate, porque son operadores políticos, pero no pagan impuestos; prerrogativa que es tan atractiva, que de media cada día se funda una iglesia nueva en Colombia.
Hablando de enfoque de género, ¿qué lugar ocupa la mujer guerrillera en el ELN y en la etapa pública de las conversaciones que arrancan en Quito?
En la insurgencia se trata de vivir y luchar en medio de la igualdad entre compañeras y compañeros; ideal que mantenemos muy presente, porque es una cotidianidad muy exigente al ser la sociedad colombiana altamente machista. Tres compañeras llegan a nuestra delegación para ser parte de los negociadores principales. Ellas aspiran a representar a todo el ELN y aportar en todos los temas de la Agenda; y por supuesto, ellas encarnan el enfoque de género que hemos desarrollado como proyecto insurgente.
Los primeros puntos que se abordarán en la mesa son los relativos a la participación de la sociedad y el subpunto f del punto 5 sobre acciones y dinámicas humanitarias. ¿En qué desean que se traduzca esa participación? ¿Qué acciones y dinámicas humanitarias plantean para construir confianza?
El plebiscito demostró que la mayorías no participan; no lo hacen porque también están desorganizadas y con poco interés en la política. Todo esto es producto de la contrainsurgencia, que descabeza las organizaciones sociales y políticas del pueblo; y de la idiotez social construida por la industria de los medios masivos de manipulación. Aspiramos a que los sectores organizados se echen al hombro la tarea de promover la participación de las mayorías excluidas y nunca tenidas en cuenta en las decisiones sobre el rumbo del país. Con el Gobierno estamos de acuerdo en ir creando un clima de paz, por medio de ir rebajando la intensidad del conflicto; que, como usted dice, vaya creando la confianza entre las partes, que no existe. A la élite gobernante le interesan los dolores de ellos, pero les hemos dicho: todos somos colombianos, todos tenemos dolores y tales dolores son iguales, no hay unos que valgan más que otros. Entonces, interesémonos por todos los dolores y vamos haciendo alivios para todos. Del lado del pueblo, lo más sentido es la persecución política, que sigue produciendo asesinato, desaparición, destierro y encarcelamiento de líderes.
En el anuncio sobre la apertura pública de las conversaciones, se recogen los términos «secuestrados/retenidos». Desde amplios sectores se ha pedido al ELN el fin de esta práctica. ¿Cómo acogen esa petición?
Nuestra respuesta ha sido que estamos en la disposición de debatir y acordar este tema en la mesa de conversaciones, una vez iniciemos la ronda en Quito. Es un tema complejo porque como insurgentes tenemos derecho a privar de la libertad por diversas razones propias del conflicto. En estos términos, el asunto de fondo a debatir, es el derecho a la rebelión y cuando se trata –como en este proceso– de buscar una solución política, el corazón del problema está en resolver las causas que originan la rebelión; porque algunos creen que la rebelión desaparece con tan solo hacer un conjuro.
¿Qué lugar ocupan las víctimas en este proceso?
Quien pone los muertos en un conflicto es el pueblo, los de la élite no mandan a sus hijos a la batalla, por eso muchos de los súperricos están cómodos y piden que la guerra siga. Por tal motivo las víctimas son del pueblo. Solo los desplazados suman siete millones, más que en Siria o Ruanda; y dos terceras parte de ellos son mujeres. Hay que ser muy insensible para no valorar la dimensión de este sufrimiento y para no comprometerse a resolverlo de raíz. El punto número 4 de la Agenda dice que los derechos de las víctimas están en el centro de estas conversaciones. Para nosotros la mejor reparación es que no haya repetición y para ello debe haber arrepentimiento, el cual no existe sin reconocimiento; o sea, que todo se edifica sobre la verdad y la asunción de responsabilidades; sin ellas, nunca habrá perdón ni reconciliación.
Retomado de: Revista Gara