Quienes apoyamos el proyecto político y social de la Colombia Humana, liderada por Gustavo Petro y Ángela María, fuimos responsabilizados de lo que decidieron nombrar la “polarización del país”, un eslogan de incapaces de asumir posiciones.
Muchos “intelectuales”, lejos de ser orgánicos en el sentido gramsciano del término, utilizaron como estrategia el escoger palabras escurridizas para las personas alejadas de ciertas discusiones académicas y políticas, y las llenaron de un contenido insulso, de por más erróneo.
Populismo y mesianismo fueron dos de ellas, y encontramos que quienes éramos más cercanos a estos términos y decidíamos confrontar a quienes más las usaban, bien fuese en público o en sus pequeños reinos de opinión, no lo soportaban. Sus argumentos no solo tambaleaban, sino que caían. Parecía que no conocían a Laclau, Mouffe, San Agustín o Benjamin.
Cuando no lo lograron con los enrevesados términos, decidieron usar falazmente otro, entonces escogieron la “polarización”, entendida como un “estás conmigo o contra mí”, una suerte de cárcel de unilateralidad del discurso.
A través del discurso antidemocrático de la “polarización” buscaron la infantilización del pensamiento de votantes que buscaban entusiasmarse con la política, que merecían saber que los debates sobre la igualdad, la exclusión, los derechos y la defensa de la vida eran de interés público y cotidiano, que posicionarse en una democracia está bien.
Lograron opacar el hecho irreductible de que las posiciones contrarias deben discutirse, sin tomarse como insultos personales, que los escenarios discursivos para el disenso son propios de democracias liberales y estadios políticos republicanos, mientras que la eliminación del conflicto solo es natural en las dictaduras totalitarias.
Espabile. No es polarizar, estúpido, es politizar.