Querido amigo,
Con honestidad deberíamos preguntarnos qué significa “polarizar” hoy.
Lo primero que me viene a la cabeza, sobre todo en el marco de la actual dinámica electoral en Colombia, es sencillamente la posibilidad de pensar distinto al establecimiento y de pretender un ejercicio de gobierno diferente al desplegado durante los años de vida republicana de nuestro país.
Porque realmente no conocemos una cosa distinta a gobiernos liderados por familias, castas, élites que han jugado a compartirse el trono por más de dos siglos.
Lo segundo me lleva a pensar que detrás del discurso de polarización o contra la polarización, hay una pretensión de deslegitimar y anular cualquier riesgo que pudiese alterar este orden de privilegios.
Para ello, los intentos que pudieran generar alguna alteración o alternativa a dicha dinámica de poder suelen ser juzgados como asuntos “ideológicos”.
Es decir, como cuestiones que faltan a la verdad y que no tienen asidero en la realidad. De allí se ha desprendido la mala idea de que polarizar significa infundir ideologías. En otros términos, es como si polarizar se tratase de propagar una serie de mentiras en torno a la realidad política del país.
Hablémoslo con claridad, no hay nada más representativo a la actividad política que el mismo juego de contrarios, que el antagonismo.
De eso se trata la política, de debatir ideas en torno a diferentes intereses comunes. Por ello, juzgar una posición como polarizadora, o alguien como polarizador, no es más que juzgarlo por ser o pensar diferente (que en principio no debería ser un pecado), porque incluso quien asume la postura conservadora o clásica, defiende un polo político.
Desde este punto de vista no es posible ser neutral en política, porque cada quien, cada colectivo, cada conjunto de ideas, defiende una posición.
Querido amigo de “centro”, pensar que la posición política que asumes es neutral, objetiva y “no polarizadora”, no es solo un error estratégico para los intereses políticos o colectivos que dices defender, sino, además es una ilusión sin ningún respaldo material.
Pero además representa un peligro muy grande para la democracia y el bienestar del país, a saber, el de la indiferencia. “La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida” decía Antonio Gramsci, uno de los pensadores políticos contemporáneos más importantes.
La indiferencia es el mar donde se ahogan los entusiasmos de imaginar que las cosas pueden ser diferentes en un país hundido en la miseria, la corrupción, la muerte.
Pero puntualicemos aún más esto, esta indiferencia o pretendida neutralidad, no es solo un gesto inocente, sin pretensiones de poder o sin tendencias ideológicas, lo cual, como te digo, no es posible en el panorama político. Se trata ante todo de un pacto entre miembros de una fraternidad, miembros de una colectividad.
Un pacto entre iguales, a saber, los miembros pertenecientes una misma clase o sector, en el que prima el silencio: “hagámonos pasito”. Esto se da en parte, porque los intereses que son defendidos dentro de estos sectores generan regalías o retribuciones entre sus miembros.
Este pacto, si no legitima por lo menos ampara y encubre diferentes formas de corrupción, violencia y abuso, que en nuestro país se cultivan y proliferan, gracias al silencio de la indiferencia.
Por eso la corrupción en nuestro país es un fenómeno rentable, porque genera, de alguna manera, un sentido de comunidad entre aquellos que son silenciados a través de contratos, empleos momentáneos y ciertas dádivas mínimas, es decir, entre aquellos como tú, querido amigo que son invitados, en forma parcial, a pertenecer a esta comunidad cómplice de corrupción y violencia.
El problema de este pacto es que dicha igualdad es apenas parcial, momentánea. Querido amigo, tu que has tenido que trabajar para sacar a tus hijos adelante, que no quieres nada regalado, pero que sueñas con una mejor realidad para tus hijos y nietos, debes de saber que las elites nunca te ven como igual, que somos parte de un complejo entramado de desigualdades, en el que ya ser parte de un país tercermundista nos pone en condiciones de inferioridad respecto a otros países desarrollados.
Por no hablar del panorama de aquellos que viven el campo o en sectores rurales olvidados por el Estado, que se manifiestan de diferentes formas pero que nadie los escucha y que tú, querido amigo firmando dicho pacto de silencio, desconoces la voz de aquellos que reclaman derechos y condiciones mínimas de vida.
Por ello, lo que tenemos en juego, realmente no es un problema ideológico de polarización, es ante todo un rechazo a la indiferencia. Es un llamado a que esos privilegios mínimos que te han permitido acceder momentáneamente a ciertos espacios de la vida pública (empleo, seguridad social, recreación, etc.) y que te llevan a guardar silencio frente a la infinidad de problemas que desangran nuestro país, no te nublen la empatía.