Llegando a casa cansada, devastada por aquello que se mezcla con los recuerdos, inmiscuye en la vida, obsesiona. “¡Hipocondríaca!”, me dicen, “¡hipocondríaca!”, cual insulto. Impacientes, minimizan. No entienden que dicha cosa le quita realismo al día, impide habitar el momento, que no disfruto ni la comida.
Ya he tenido melanoma, enfermedad hepática, insomnio, problemas cardíacos, depresión, aneurisma, hiper e hipotiroidismo, Párkinson temprano, cáncer gástrico, de ovario... Agotada por lo mismo, por el miedo al propio cuerpo; por esa certeza que parece lógica, racional, tan convincente; hastiada de las búsquedas en Google. Después, reevalúo, cuando ya me he calmado. Entonces, la veo claramente: es ella. Me desconozco, creo que no volverá, pero siempre lo hace.
Llamé al seguro médico por un cosquilleo en el dedo del pie. Pensé que era esclerosis. Me hicieron una ecografía de tiroides por un cartílago que no reconocí al tacto. La doctora dijo: “Hagámosla por no dejar”, pero yo sabía lo que hacía, que era ella. Llamé a mi prima, que es odontóloga, por una quemadura en la boca. A mi juicio, lucía mal.
Todo me espanta.
Imagino que la hipocondríaca se enferma; como Amalia Andrade, que la escritora con miedo a volar muere volando. Por ahora, procuro que no se note la compulsión. Me abstengo de preguntar; divisando cómo sería si estos días fueran los últimos de alguien sano, si fuera yo la que se agrava, si dijeran: “a Lorena le pasó”.
No es país para hipocondríacos, no es mundo, no es ciudad. ¿Estáre enferma o tal es la enfermedad? Hasta de consuelo sirve, que sea solo ella robando paz, susurrando un mareo, una supuesta parálisis.
“¡Hipocondríaca!”, me juzgan, por salir del paso.
Nadie va más allá y esto me supera. Necesito ayuda, ya pedí una cita, voy a ir al psicólogo. Mientras, lidio el temor, evito ser monotemática. Ínterin, me posee, me asusto con cualquier resultado médico que abro.
“¡Se le terminó de correr la teja!”, como si fuera mi culpa.
Es manifestación de ansiedad, declaro, solo pensamientos. Puedo con ellos, tengo las herramientas; pero, ¿por cuál empiezo? Recuerdo cuando me ha dado alguna cosa, sin siquiera haberlo sospechado. Así funciona la vida, no hay control del futuro -reflexiono- nadie lo conoce.
En tanto, me afirmo: “seguro no es nada”.
En tanto, espero la colonoscopia.