La noche del 21 de noviembre de 2005 comenzó a nevar temprano en Washington, mientras se cumplía la penúltima reunión pública del “Cuarto de al lado”, como se le llamó al grupo de empresarios, lobbistas y académicos que acompañamos las negociaciones del TLC entre Colombia y Estados Unidos. De pronto Jenaro Pérez, el gerente de Colanta, la mayor cooperativa de lecheros del país, reventó casi a gritos:
–Usted, señor ministro, está condenando a muerte a los campesinos y pequeños ganaderos de Colombia al permitir que a futuro se llegue a cero aranceles y poner fin a las cuotas de importación de leche en polvo y descremada, lactosueros, carne, todo subsidiado en Estados Unidos…
–¡Don Jenaro, a Colanta acabamos de refinanciarle su millonario crédito, ustedes estaban quebrados… para eso es “Agro, Ingreso Seguro”, diga a ver…! –fue la respuesta altanera de Uribito, el floreciente ministro de Agricultura, Andrés Felipe Arias, hoy preso por la jugada.
El incidente no pasó a mayores porque don Jenaro Pérez abandonó la sala, como días antes lo había hecho Luz Amparo Fonseca, la vocera de los algodoneros cuando se enteró que el Gobierno había entregado el algodón en las negociaciones. Ella creía que los algodoneros eran clave para la reelección del presidente Uribe, y no fue así.
Espero que haya tiempo para contar las historias de las negociaciones de los TLC que ha suscrito Colombia en los tiempos de la apertura económica, la globalización, el cambio del modelo de industrialización tardía y consolidación de la reprimarización de la economía: tiempos en que el extractivismo minero energético, los agrocombustibles, las exportaciones de cocaína, el sector financiero y los servicios banales (celaduría, ejércitos, mototaxismo…) han reemplazado el proyecto modernizante y desarrollista que suponía la industrialización, la agricultura campesina y la agroindustria. Por ahora pensemos un poco en los retos de renegociar el TLC con Estados Unidos, como ha propuesto Petro.
Estados Unidos ha transitado de promover el multilateralismo (GATT-OMC), desde finales de la segunda Guerra Mundial hata los años noventa; luego el regionalismo (ALCA) y el bilateralismo (TLCs); hasta el unilateralismo agresivo y la guerra comercial (Trump); más recientemente, Biden intenta retomar la hegemonía en un marco más amplio de innovación, competencia y acuerdos preferenciales, pero le estalló la guerra en Ucrania y los problemas de abastecimiento en tiempos de pandemia, con lo cual parece regresar al comercio regulado, preferencial, entre amigos y socios dependientes.
Colombia no ha tenido política comercial autónoma, desde los tiempos en que intentó el Grupo Andino-Pacto Andino, hoy prácticamente fracasado como paradigma. El comercio exterior colombiano ha estado condicionado a los intereses estadounidenses de lucha contra el narcotráfico (Atpa-Atpdea). Con el Acuerdo de Paz suscrito entre el Estado y las Farc (2016, Santos), no se avanzó en cambiar el modelo de desarrollo pero sí en superar la política nacional antidrogas sometida a los intereses estadounidenses, solo que esa parte del Acuerdo también la hizo trizas Duque.
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Gustavo Petro no ha propuesto romper ninguno de los TLC suscritos por Colombia, pero sí renegociar el suscrito con Estados Unidos
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Gustavo Petro no ha propuesto romper ninguno de los TLC suscritos por Colombia, pero sí renegociar el suscrito con Estados Unidos. Esa no es una tarea fácil pero tampoco imposible. Trump impuso una renegociación del Tratado suscrito con México y Canadá (Nafta), pero claro, era Trump y era USA. Recién en 2018, Bruce Mac Máster (Andi), propuso protestar el TLC con USA por las medidas unilaterales de Trump, de imponer aranceles del 25 % al acero y 10% al aluminio de Colombia, aunque luego reflexionó y pidió negociar.
El principio que guió a Uribe-Santos en la negociación y firma del TLC fue el supuesto fallido de que Colombia era un aliado “estratégico” de EE. UU. y que por eso obtendría un tratamiento “preferencial”. Recuerdo que ese cuento se lo tragó hasta el presidente de Fedegán, José Félix Lafaurie, muy uribista él, que en vísperas del cierre de negociaciones andaba con el cuento de que el Ejército de Estados Unidos le daría una cuota de compras de carne a Colombia, por ser su aliado en la lucha global contra el terrorismo y todo ese rollo. Hasta hoy no ha podido venderles ni una libra de hueso y tripa. Los negociadores gringos del USTR se murieron de la risa. Es elemental: las naciones y los empresarios tienen intereses, la ideología es para incautos, a la hora de negociar.
El eje sobre el cual Petro propone negociar es el papel central que Colombia, y en especial la Amazonia, juegan en la regulación de la temperatura del planeta, en los ciclos hídricos y en la conservación de la biodiversidad. Si no se cumplen los acuerdos de paz, que implican adjudicar seis millones de hectáreas en total a los campesinos sin tierra y ofrecerles crédito, asistencia técnica y mercadeo, para que no sigan migrando a talar bosque, a cultivar coca y a ser caldo de cultivo de la guerra, pues no habrá protección del ambiente, superación de la economía de la coca, ni paz. Todo eso afecta también a los intereses estratégicos de USA en las Américas. Y está el tema de las migraciones.
El problema es que esa negociación implica que USA “entienda” que el maiz, el algodón, la papa, el trigo, la leche, el pollo, los cerdos, los peces, entre muchos otros productos, deben generar empleo y mejorar la productividad en Colombia. Pero de seguro el poderoso lobby empresarial y agrícola estadounidense dirá, muy bien, negociemos otros asuntos, otras cadenas productivas, para compensar. Los floricultores y cafeteros y otros sectores se pondrán nerviosos.
Uribe logró hacer aprobar el TLC en el Congreso no solo por el mandado de Uribito, con lo de “Agro, Ingreso Seguro”, sino porque puso a pelear a los empresarios entre sí en las cadenas productivas y entre sectores, y además por el gran apoyo que tenía en tiempos del “embrujo autoritario”.
Alinear los intereses geoestratégicos estadounidenses (en tiempos de Ucrania-Rusia y de la competencia con China-India), con los del empresariado colombiano, las necesidades del campesinado y del empleo productivo en Colombia, y con los intereses altruístas de la humanidad por la defensa de la vida en el planeta, no es una tarea fácil. Pero vale la pena intentarlo.