¿No es demasiado decir que un solo hombre tiene el poder económico y político suficiente para manejar las redes de corrupción y del paramilitarismo de todo un país —que se caracteriza por tener unas regiones marcadas respecto a su situación sociocultural—, y que además es capaz de durar tantos años?
Decían por ahí que gracias al testimonio de Max Mermelstein, autor del libro El hombre que hizo llover coca, por allá en la década de 1980, las autoridades norteamericanas comprendieron que los responsables del tráfico ilegal de cocaína no eran uno, ni dos, sino todo un conglomerado de mafiosos que más o menos estaban colegiados en los principales carteles del narcotráfico, que poco a poco lograron tejer una red de personajes, empresas y un sinnúmero de actores armados.
Por eso decía la gente —o como comentan por ahí, los ciudadanos preocupados— que Pablo Escobar simplemente era la cabeza visible de una especie de junta de narcotraficantes: por eso era que todos los males del país se lo achacaban a él (solo a él), como si fuera el cerebro detrás de cuanto sucediera en cualquier rincón, casi como si fuera una marca publicitaria para explotar el miedo y la paranoia de los colombianos.
Y aunque considero que Matarife es un poco exagerada en cuanto a señalar al innombrable como una especie de arquitecto que traza todo lo que la ultraderecha ha hecho y debe hacer durante los próximos 30 años en el país para mantener una rara especie de dominio absoluto en el ámbito político, militar y económico, sí veo en la serie esa otra cara moral de la alta sociedad.
No es que todos la tengan, porque no se debe caer en los estigmas que desde el poder se emanan cada vez que se alude a los pobres campesinos como guerrilleros (como si el hecho de vivir en el campo implicara eso necesariamente), pero la serie sí ayuda a comprender el porqué de tanto derramamiento de sangre y cómo el discurso de la guerra ha sido aprovechado tanto por los unos (derecha) como por los otros (izquierda) con el único propósito de convertir los temores en votaciones y así continuar con el statu quo del poder político.
Así que finalizo diciendo que es importante Matarife no siva para exacerbar las pasiones de odio que tanto daño le han hecho a la sociedad desde mediados del siglo XX, sino que se convierta en parte de una reflexión crítica que busque (no una reconciliación, ya que sigue siendo un imposible por tantas cicatrices) el propósito de ayudar a pensar y actuar como una civilización integrante de una nación que se llama Colombia.